Название: Superar los límites
Автор: Rich Roll
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Deportes
isbn: 9788499106397
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Así que el otoño siguiente empecé a trabajar como asistente legal en Skadden, Arps, Slate, Meagher & Flom, un enorme bufete con sede en Nueva York que se había hecho un nombre durante el bum de fusiones y adquisiciones de los años ochenta. Estaba bastante lejos de ser un trabajo bien pagado, pero el programa ofrecía el pago de la matrícula de los asistentes legales que se matriculaban en la facultad de derecho, así que me dije a mí mismo que era un buen plan si al final iba en esa dirección. Antes de eso, sólo había visitado Nueva York brevemente cuando era muy joven. Parecía muy exótico porque, aunque estaba a tan sólo un par de horas de Washington, era un mundo por completo diferente de mi ciudad de estudios. Me dije que Nueva York sería el contrapunto excitante que necesitaba para contrarrestar lo que, sin duda, acabaría siendo un trabajo soporífero. Pero el principal pensamiento que empezó a rondarme la cabeza fue que en Nueva York no necesitaría coche, que no tendría que conducir y, por lo tanto, podría beber todo lo que quisiera sin tener que preocuparme de que me multaran. Así que puse rumbo a Manhattan, principalmente porque parecía un lugar estupendo para beber. Y así fue.
Llamo cariñosamente a Nueva York la Disneylandia para los alcohólicos, porque es una zona acelerada en la que nada está fuera de lugar. Además, me iba a mudar a un pequeño apartamento en el centro de la ciudad con un nadador de Stanford, Matt Nance, que había conseguido un trabajo de analista en Morgan Stanley. No podía esperar.
Pero cuando empecé a trabajar en Skadden, se confirmaron mis sospechas de trabajo soporífero. Había subestimado lo mundano, tedioso, disfuncional y desagradable que podía ser ese puesto. Hacía fotocopias durante horas hasta que me dolía la espalda. Me pasaba semanas encerrado en una sala de conferencias sin ventanas con montañas de cajas llenas de papeles que llegaban hasta el techo y organizaba los documentos en carpetas por fecha y tema. Si tenía suerte, me encargaban «redactar» información de los documentos. Esta excitante tarea consistía en tapar la información privilegiada con tiras de cinta blanca desde primeras horas de la mañana hasta las tantas de la madrugada, día tras día. Pero había un encargo que era todavía más alienante: algo llamado numeración Bates, una forma de catalogación de documentos para fines de investigación jurídica. Hoy en día, esto se hace con escáneres informáticos. En 1989 suponía sellar a mano con números consecutivos todas y cada una de las páginas de un documento con ayuda de una pesada máquina manual de sellar, metálica y arcaica de antes de la guerra. Parece simple, a menos que tengas que sellar cientos de miles de páginas. Alguien tenía que hacerlo, así que ¿por qué no un estudiante de Stanford?
Las jornadas eran maratonianas, así que nada de hacer planes para la noche o para los fines de semana. La mayor parte de mi existencia despierto se desarrollaba en el bufete, donde vendía mi vida por un salario anual de 22.000 dólares y el privilegio de ser explotado por abogados estresados y faltos de sueño que volcaban sus muchas frustraciones personales en sus subordinados. En innumerables ocasiones presencié cómo hombres adultos rompían a llorar o se exasperaban. Una vez, un abogado llegó a tirarme el pesado código federal a la cabeza.
No estoy intentando dar pena, no estaba trabajando en una mina de carbón. Simplemente es una instantánea de la vida en un gran bufete de abogados de Nueva York a finales de los ochenta, una realidad muy alejada de lo que se veía en televisión o se les decía a los ignorantes estudiantes de derecho, y mucho más alejada del mundo de caballeros en el que se había movido mi padre. Me gustaría poder decir que entonces ya sabía que la facultad de derecho no era para mí, que buscaría una vida con algo más de sentido. Pero, por desgracia, no fue eso lo que pasó. Fue mi primer trabajo de verdad, así que asumí que mi experiencia era normal, que eso era lo que suponía trabajar en el mundo empresarial estadounidense. Es lo que se supone que hombres con educación como yo deben hacer.
Dicho esto, yo no quería lo que tenían esos abogados, una vida que parecía ser miseria sobre una montaña de dinero. Y en realidad no quería su aprobación. Simplemente, no me importaba. Sabía que un trabajo bien hecho recibiría el único premio de un aumento en la demanda de mis servicios.
Así que cuando sonaba el teléfono, lo dejaba sonar. A continuación, esperaba una hora o así para devolver la llamada sabiendo que el abogado que necesitaba ayuda ya habría encontrado a otro que cumpliera sus órdenes. En muchas ocasiones, pasaba las resacas cerrando la puerta de la oficina, apagando las luces y echando una siesta. Otros días, sin que nadie se enterara me iba de la oficina durante horas para entretenerme con largas comidas, pasear por las calles del Midtown o mirar una película. Si alguien me hubiera preguntado dónde había estado, me habría inventado algo, pero nadie preguntó nunca. Era un lugar demasiado grande como para vigilar a un empleado de bajo nivel como yo, así que me aprovechaba de la situación.
Como solía decir Adam Glick, mi amigo y compañero de oficina: «Tío, oficialmente eres el peor asistente legal de la historia de Skadden». No puedo rebatir su afirmación, una percepción compartida por otros.
Pero mi otra predicción también se hizo realidad. La banalidad de mi existencia profesional se compensó con una fuerte vida social. Hice grandes amigos entre los compañeros asistentes legales y formamos un grupo muy unido de amantes de la juerga y adoradores de las fiestas nocturnas. Nos llamábamos a nosotros mismos los «Reyes de la escena social de bajo presupuesto».
Mi espíritu viajero de borracho me llevó a los bajos fondos de la vida nocturna de Manhattan, en una ruta de tantos bares del centro, clubes de vanguardia, veladas en lofts y fines de fiesta degenerados como pudiera encontrar. En una ocasión, terminé en el sótano de un edificio decrépito y medio vacío del centro viendo bolos con enanos, antes conocido como «lanzamiento de enanos», una horrorosa y ahora ilegal reliquia de la escena fiestera de moda en Nueva York en los años noventa, en la que personas bajitas con trajes acolchados de Velcro eran lanzados a paredes recubiertas de Velcro por asistentes a la fiesta que competían por el lanzamiento más rápido. Había leído sobre el tema en el libro American Psycho, de Bret Easton Ellis, pero había supuesto que se trataba de una licencia literaria. Pero entonces lo vi con mis propios ojos.
Por aquella época, mi compañero de piso Matt Nance había empezado a entrenar para la Manhattan Island Marathon Swim, una circunnavegación de 45 kilómetros de toda la isla de Manhattan.
—Deberías hacerlo conmigo, Rich —me dijo Matt.
¿Rodear nadando Manhattan? ¿Incluido el río Harlem? Sí, claro. No sólo me parecía imposible, sino que además no me interesaba lo más mínimo. No, estaba demasiado ocupado emergiendo de sopores etílicos en apartamentos extraños, deambulando por callejones vacíos del centro en plena noche y subsistiendo a base de cerveza, perritos calientes de Gray’s Papaya, hamburguesas de McDonald’s y pizzas de Ray’s Pizza. Aunque en esos momentos no tenía la suficiente conciencia de mí mismo como para darme cuenta, iba a la deriva, hacia el caos, destruyéndome lentamente a mí mismo.
Y entonces recibí la llamada. Un día antes de que empezaran las clases, me informaron de que había sido la última persona de la lista de espera de la Cornell Law School en ser aceptada. Tras un montón de cartas de rechazo, era mi última oportunidad de estudiar derecho. Teniendo en cuenta mi estelar experiencia en Skadden, suele sorprenderme que mordiera el anzuelo, pero en aquel momento me pareció lo correcto. Quizá algún tipo de instinto protector me había hecho darme cuenta de que me podría salvar de caer al abismo.
En menos de 24 horas de infarto, me encontraba en la curiosa aldea rural de Ithaca (Nueva York). Al entrar en un auditorio para escuchar al corpulento profesor Henderson amenizar a un grupo de entusiastas e inocentes estudiantes de primero de Derecho con los nada fascinantes principios del derecho de responsabilidad civil, sentí que privado de sueño me daba vueltas la cabeza. Al echar un vistazo a la habitación, me pareció más que СКАЧАТЬ