Como desees. Cary Elwes
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СКАЧАТЬ en mi vida. Lo quiero en mi tumba». En esencia, el subtexto era: «¿Qué vais a hacer con él?» Y, así, entramos en su guarida y hablamos de lo que yo creía que había que hacer con el material. Había leído uno de los guiones y creía que se alejaban tanto del libro que no capturaban realmente la esencia de la novela. Bill estaba tomando algunas notas, y yo no sabía si le gustaba lo que estaba diciendo o no, pero a mitad de la reunión se levantó y fue a la cocina a buscar algo de beber. Yo me giré hacia Andy y le dije: «Dios, espero que esté yendo bien». Lo cierto es que no tenía ni idea. Y entonces, Bill volvió a la sala y añadió: «¡Bueno, yo creo que está yendo fenomenal!». Estaba entusiasmado con el proyecto que le había presentado, y recuerdo salir del apartamento como si flotara. Pensé: «¡Dios mío, esto es lo mejor del mundo!». Ese tipo al que tanto admiraba me había dado, básicamente, el visto bueno para seguir adelante. Entonces, fuimos juntos a conseguir la financiación y lo hicimos. Pero para mí, el punto álgido de mi carrera fue que William Goldman accediera a dejarme llevar a cabo este proyecto.

       WILLIAM GOLDMAN

      Vinieron a mi apartamento y nos reunimos un rato. Rob había hecho algunas películas fantásticas que me gustaban. Quiero decir, no era Alfred Hitchcock, pero es un gran director. Y personalmente, me cayó bien. Los buenos directores no suelen ofrecerte tanto.

      ~

      Por suerte para Rob y para todos nosotros, finalmente consiguió la bendición de Goldman, cosa que fue una hazaña en sí misma. Luego, acudió a su mentor, el productor Norman Lear (el genio detrás de la exitosa comedia de Rob Todo en familia y muchos otros clásicos como Sanford and Son, Día a día, Los Jefferson, Buenos tiempos, Archie Bunker’s Place y Maude), para preguntarle si produciría la película. Lear leyó el guion, y de inmediato, aceptó financiarla. El proyecto sería el segundo de la nueva compañía de Lear, Act III Communications (el primero había sido Cuenta conmigo). El único requisito previo de Lear fue que la película debía cerrar un acuerdo de distribución con un gran estudio, de lo contrario se quedaría sin un céntimo por la que posiblemente sería la película independiente más cara de la historia. Para alivio de todos, Rob consiguió entonces volver a meter el proyecto en la 20th Century Fox. Y, después de unos cuantos falsos comienzos, la productora accedió a regañadientes a distribuir la película, tras lo cual Rob se lanzó de inmediato a la tarea de reunir al reparto.

      Las primeras personas a las que Rob contrató para dos de los papeles fundamentales fueron sus colegas Billy Crystal, como el Milagroso Max, y Chris Guest, que interpretaría al conde Rugen. Por supuesto, esto no se trataba solo de un caso de nepotismo. Chris Guest acababa de filmar su brillante actuación como Nigel Tufnel, el tonto pero adorable guitarrista de metal en Spinal Tap. Tanto él como Billy eran estrellas en Saturday Night Live y el propio Billy había protagonizado una de mis comedias estadounidenses favoritas, Enredo.

      Había ido de vacaciones a Estados Unidos cuando era joven, en los setenta, con mi padrastro estadounidense. Después del primer viaje, quedé fascinado con todo lo relacionado con aquel lugar. Había muchas cosas por las que emocionarse, y una de ellas era la televisión. En Inglaterra solo teníamos dos canales, mientras que en Estados Unidos la revolución del cable acababa de empezar. Tan pronto como llegué, devoré todo lo relacionado con la cultura pop televisiva americana, pero quedé especialmente fascinado por las comedias (El Show Dick Van Dyke, M*A*S*H*, La isla de Gilligan, La tribu de los Brady y, más tarde, cosas como Enredo y Taxi), esencialmente todos los shows clásicos de la era de oro de la televisión en los sesenta y setenta. Incluidos, por supuesto, todos los shows de Norman Lear. También escuché a los monologuistas de la colección de discos de mi padrastro y me familiaricé con gente como Bob Newhart, Woody Allen, Richard Pryor y Jonathan Winters.

      Así que cuando recibí la llamada en la que me dijeron que Rob iba a venir a verme, no estoy seguro de qué me emocionaba más: el estar a punto de conocer a uno de los jóvenes directores de Hollywood de mayor talento o que iba a reunirme con uno de mis ídolos de la televisión. Entendía exactamente lo que estaba en juego en esa reunión. El impacto que este papel podía tener en mi carrera era innegable.

      ~

       ROB REINER

      Bueno, trato de escoger a gente que sé que puede interpretar el papel. No contrataría a amigos solo por contratar amigos. Pero si son buenos y pueden interpretar el papel, desde luego. El problema al que me enfrenté con La princesa prometida era que tenía que conseguir a un chico joven, apuesto e intrépido, y a una chica joven como coprotagonista. Oh, y un gigante. No es que tuviera un montón de amigos que dieran la talla. Creo que solo había una persona adecuada para cada uno de esos papeles. La película tiene esa especie de atmósfera formal inglesa de un cuento de hadas; ese aire de «antaño». Así que quería que tuvieran acento inglés. Al menos Westley y Buttercup…, el príncipe Humperdinck y el conde Rugen y demás. Había visto a Cary en Lady Jane, pero esa película no era una comedia. Pensé: «Definitivamente tiene el aspecto adecuado. Se parece a un joven Douglas Fairbanks júnior, es muy guapo y es un actor estupendo». Pero no sabía si era gracioso, y se trataba de un tipo de actuación muy especializado: tenía que ser muy auténtico y serio, pero al mismo tiempo, reflejar una ligera ironía. Tenía que haber un equilibrio. Así que volamos hasta Alemania, donde Cary estaba rodando una película.

      ~

      Como sucede a menudo cuando se conoce a un director, sabía que me tenían en consideración, pero desconocía si era un favorito o simplemente uno de los muchos candidatos que competían por el papel.

      Una voz con acento alemán salió del teléfono, procedía del mostrador de recepción:

      —Hay aquí dos señorrres en el vestíbulo que prrreguntan porrr usted. ¿Los hago subirrr?

      —Sí. Hágalos subir, por favor —dije, y colgué.

      Al abrir la puerta unos minutos más tarde, me sorprendí al ver que me recibían dos de las sonrisas más amplias que he visto en mucho tiempo. Allí estaba: el hombre que había creado a Marty DiBergi y a Meathead, ¡en mi habitación de hotel! La otra sonrisa pertenecía a su mejor amigo y compañero de producción, Andy Scheinman, con la mitad del tamaño que la de Rob, pero con el doble de energía.

      Lo que me llamó la atención de estos dos fue su hermosa amistad. Terminaban las frases del otro. De inmediato, me atrapó no solo su encanto personal, que era considerable, sino la pasión que mostraban por el proyecto. Además de bastante divertido (cosa que no es sorprendente, ya que su padre es Carl Reiner), Rob también era muy dulce y tenía una risa infecciosa que se oía hasta en Detroit, como me gusta decir. De hecho, el hombre que conocí estaba muy lejos del atribulado yerno de Archie Bunker. Y era sin duda un narrador nato. Era claramente muy inteligente y un lector voraz, pues así había conocido el trabajo de Goldman. Resulta que su padre también le dio una copia de La princesa prometida para que lo leyera de niño, tal y como había hecho mi padrastro conmigo.

      Ahora bien, no es que eso nos hiciera exactamente únicos, pero sin duda inspiró una especie de alianza. Yo conocía la novela, y también parte de la historia detrás de los intentos de llevarla a la pantalla. Además, sabía que en las manos correctas tenía el potencial de ser realmente divertida y conmovedora. Por su obra y su sensibilidad, estaba convencido de que era el hombre adecuado para llevar a cabo el trabajo.

      Les ofrecí a cada uno una botella de agua del minibar. Tengo un claro recuerdo de Andy, tan perturbado por la simple posibilidad de estar tan cerca de Chernóbil que no quería tocar nada, mucho menos beber agua.

      —Bien, como probablemente sepas, estamos haciendo una película basada en La princesa prometida y creemos que serías un magnífico Westley СКАЧАТЬ