Название: E-Pack Escándalos - abril 2020
Автор: Varias Autoras
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Pack
isbn: 9788413484273
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Qué maravilloso cambio…
—¡Pero no se lo digas a papá!
Anna dejó a Dory en el suelo y abrazó a Cal.
—Así que te gusta gastar bromas, ¿eh?
Uno de los lacayos sacó del coche su maleta y la cesta y el otro se ocupó de llevar la silla a los establos.
—Entremos —dijo lord Brentmore.
Dory alzó los brazos para que la subiera y Anna tomó la mano de Cal.
Al entrar, el chiquillo le hizo un gesto para que se agachara. Le costó un par de intentos, pero consiguió decir:
—¿Está mejor tu madre?
El dolor le cerró la garganta.
—No, lord Cal. Estaba demasiado enferma. Ha muerto.
La expresión del niño se volvió solemne.
—Mi madre también.
Anna se agachó y le abrazó con lágrimas en los ojos.
—Lo sé.
Fueron pasando los días y volvieron a las antiguas rutinas. Los niños mejoraban cada día. Cal hablaba cada vez más y Dory se mostraba más tranquila y menos vigilante y protectora de su hermano. Su anterior confinamiento les hacía desear constantemente nuevas experiencias. No había nada que no se atrevieran a probar y absorbían información como esponjas.
Pero para Anna la vuelta a su antigua vida le estaba resultando difícil. Durante el día se sentía muchas veces como fuera de sí misma, viéndose actuar, oyéndose hablar. Renunciaba con más asiduidad a salir a montar con los niños y lord Brentmore, y a su vez él pasaba más tiempo ocupándose de la correspondencia y el estado de sus asuntos.
Por las tardes seguían cenando juntos y hablaban de los niños, pero siempre había tensión entre ellos fruto de lo que no se decían.
Anna intentaba convencerse de que todo iba como debía, que pronto volvería a ser feliz como antes, pero cuando la inquietud se adueñaba de ella le era tan insoportable como el dolor. Dormir era casi imposible, y cuando por fin caía presa del agotamiento soñaba con que corría y corría hasta llegar al mar.
Tal y como él le había contado que hacía de niño en Irlanda.
Los recuerdos felices que él le había anticipado que llegarían no aparecían, y el deseo que le inspiraba no cedía. Había veces en que temía volverse loca si no la tocaba. Si en alguna ocasión lo hacía, sentía su contacto en todo el cuerpo. Con eso bastaba para perder la cabeza.
Quizá fuese a ella a quien debieran encerrar en el centro de salud mental del que hablaba el doctor Store.
Pasaba por sana, y nadie se daba cuenta de su lucha. Podía dar lecciones a los niños mientras su mente viajaba hasta Lawton o la biblioteca de la planta baja donde lord Brenton escribía sus cartas. Podía conversar durante la cena sobre los niños, compartir anécdotas suyas, hacer planes para ellos mientras pensaba en las comidas que el marqués y ella habían compartido en la posada. Podía desearle buenas noches y aducir que tenía sueño para retirarse a su habitación cuando sabía que iba a pasarse horas mirando el techo.
Aquella noche todos sus pensamientos se centraban en el futuro y no podía contemplar más que soledad y pérdida. Él no se quedaría en Brentmore Hall para siempre, sino que acabaría volviendo a Londres a ocupar el lugar que le correspondía en la sociedad. Sus visitas se volverían más breves, menos frecuentes. Se quedaría sola.
Se levantó de la cama y comenzó a pasearse de un lado al otro con la esperanza de cansarse.
No lo consiguió.
Tenía que acostumbrarse a pensar en él como la persona que le daba trabajo, nada más. Tenía que distraerse, llenar su cabeza de cosas que no fueran su sonrisa, su forma de moverse, el contacto de sus labios.
¡Qué ridículo! De mal humor se llevó una vela y salió de la habitación, sin molestarse en calzarse las zapatillas o en ponerse la bata, y descalza bajó las escaleras y fue a la biblioteca. Los libros habían llenado su imaginación de niña; quizá volvieran a hacerlo ahora.
Quería uno que tratase sobre algún lugar lejano donde la gente como ella llevaba una vida completamente distinta a la suya. Quizá estuviera Los viajes del capitán Cook, que le haría pasar un buen rato.
Pero no. Tenía una idea mejor. Lo que quería era dormir, ¿no? Una copa del coñac de lord Brentmore la ayudaría. Seguro que no le importara que le faltase una copa. Puede que ni siquiera se diera cuenta.
En algún lugar de la casa un reloj dio las dos y el sonido le hizo dar un respingo. La puerta de la biblioteca estaba entreabierta y las ascuas de la chimenea aún ardían.
Atravesó la habitación rápidamente y dejó la palmatoria sobre el armario en el que sabía que se guardaba el coñac, abrió la puerta y sacó una botella y un vaso, que llenó hasta arriba y vació de un trago. Tanto quemaba el licor que casi se atragantó.
—¿Anna?
La voz provenía del sofá que había frente al fuego. Era la voz de lord Brentmore.
El vaso a punto estuvo de caérsele de la mano.
Se incorporó. Estaba en mangas de camisa. La corbata, el chaleco y la chaqueta abandonados en una silla.
—¿Qué hace aquí?
No tenía sentido mentir. La había pillado con las manos en la masa.
—Beber coñac. No podía dormir y se me ocurrió que el coñac podría ayudarme.
Y que el amo la pillara robando licor podía ser motivo de despido fulminante.
Él se frotó la cara.
—El alcohol nunca ayuda —respondió, mirándola—. Creía que estaba cansada hoy.
Cansada no, agotada.
—Y lo estaba. Lo sigo estando. Pero no puedo dormir.
—Y yo me he quedado dormido en el sofá —se quejó—. Somos como la portada y la contraportada de un mismo libro.
Una buena comparación. Juntos mantenían cada cosa en su sitio, pero nunca iban a encontrarse. Ni a tocarse.
—Sé… sé que parece que estoy robando, pero es que… estaba desesperada.
Él hizo un gesto de la mano como quitándole importancia al hecho y se levantó.
—Lo que yo tengo está a su disposición —se acercó a ella—, pero ¿qué es lo que le pasa?
—Nada. Que no puedo dormir.
—No es propio de usted —le puso la mano en la frente—. No tiene fiebre.
Ahora sí que la СКАЧАТЬ