Pequeño circo. Nando Cruz
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СКАЧАТЬ grupo que sentíamos cercano emocionalmente era Los Enemigos. Josele Santiago es dos o tres años más joven, pero también empezó antes. Me identificaba con algunas de sus letras y con la vertiente más pop de, por ejemplo, «Desde el jergón». Tenía una vena literaria que destacaba sobre el rock malasañero de su época. En cierto modo, los veo protoindies.

      JUAN CERVERA: Cuando oí a Surfin’ Bichos en el concurso, pensé, «¿esto qué es?». No los podía encasillar en los grupos de la Movida, pero tampoco sabía dónde meterlos. Me impactaron, sobre todo porque lograron desubicarme.

      FERNANDO ALFARO: Después de esa actuación, fuimos a tocar a Galicia. Habíamos sido elegidos «grupo revelación» en el Diario pop y en los carteles de la gira ponía en gallego, «SURFIN’ BICHOS, GRUPO REVELACIÓN NO DIARIO POP». Una de las bromas recurrentes en la furgoneta era, «grupo revelación NO, salero de mierda SÍ», porque, si ganabas el concurso, te daban un salero de oro y nosotros pensábamos que, como no les habríamos gustado, nos darían el salero de mierda.

      A los dos días nos llamaron para decirnos que habíamos ganado. Pensamos que era una broma. Fuimos a recoger el premio y a tocar otra vez la canción. Esta vez ya me llevé mi ampli e hicimos una interpretación de «Gente abollada» con otro talante. Nos dieron el cheque de los cinco millones allí mismo.

      JOAQUÍN PASCUAL: Gastamos un montón de dinero en instrumentos porque los que teníamos eran muy malos. Carlos se compró su batería, Fernando su Les Paul, yo mi guitarra… ¡Todo! Eso nos dio un impulso bestial. Hasta entonces teníamos un backline horrible.

      FERNANDO ALFARO: También compramos un ocho pistas para grabar maquetas que utilizamos en los tres siguientes discos. Después de repartir y comprar material, nos gastamos un montón en fiestas. Nos fundimos un montón de pasta. Era, «¡hala, soy rico!… pero vivo en casa de mis padres». Joaquín era el único que se había independizado, porque ya tenía una niña. La hija de Joaquín nació cuando estábamos grabando La luz en tus entrañas.

      IR DE GIRA POR ESPAÑA EN 1989

      JOAQUÍN PASCUAL: En la primera gira de los Surfin’ tocamos en sitios inimaginables. A veces eran más casas que bares; un rollo infra total. Como no teníamos dinero ni para comprar patas de teclado, llevábamos en la furgoneta unos cajones de madera a los que llamábamos «púlpitos» y encima de los púlpitos poníamos los amplificadores y los teclados. Nos lo llevábamos todo de casa, como las orquestas de los años 50. En los sitios donde íbamos a tocar no tenían nada. Te ponían una caja de Mahou, una banqueta o lo que tuvieran allí. Te llamaban de Burgos y tocabas en una discoteca rara, decorada como en los años 70, con asientos de cuero. No eran sitios preparados para hacer conciertos. A lo mejor hacían un par al año.

      El Playa Club de A Coruña y La Iguana de Vigo sí eran locales míticos. Cuando llegabas a Galicia flipabas: parecían salas europeas. No recuerdo salas con tanto carácter como La Iguana. También íbamos al Fun Club de Sevilla, a la sala Roxy de Valencia, al Garatge Club de Barcelona…

      FERNANDO ALFARO: El circuito de salas era muy primitivo, pero aún había un reflujo del circuito de contratación de los años 80 de los ayuntamientos y todavía te caía algún concierto de esos. Además, se juntaba la cultura del pelotazo y el blanqueo de dinero, que está relacionada con lo anterior, y los cachés de los grupos, para los tiempos que eran, estaban bastante inflados. Siempre se pone un caché alto y a partir de ahí se negocia, pero entonces era normal porque había mucho despilfarro y porque resulta que a veces te lo pagaban, como nos pasó en Salobreña o en Carballo.

      Entonces había dinero en la música. No era descabellado intentar vivir de la música. En 1990, a los Surfin’ Bichos nos llegaron a pagar seiscientas mil pelas. Yo dejé la carrera de Derecho porque estaba convencido de que podría vivir de la música; de mi música. No eras un iluso si pensabas eso. Era un sector económico viable, boyante. Pero pronto se produjo ese cambio de paradigma y los ayuntamientos dejaron de contratar. Y ya a mediados de los años 90 empezaron los festivales alternativos, que no eran como las fiestas mayores, pero han acabado siendo lo mismo. Ahora, en vez de dinero público, hay más marcas.

      JOAQUÍN PASCUAL: Siempre tocábamos solos. Diría que una vez compartimos cartel con Las Ruedas. Pero, vamos, muy pocas veces nos pasó. Tuvimos muy poca relación con otros grupos. No es que nos sintiéramos solos ni que lo echáramos de menos, pero no conocimos a Cancer Moon ni a Lagartija Nick. No había relación con otros grupos. Por Albacete pasaban muy pocos y, cuando nos separamos, Los Planetas acababan de empezar, como quien dice.

      FERNANDO ALFARO: Coincidimos con los años del garaje. Con La Secta y Cancer Moon sí pudo haber un sentimiento de camaradería, pero nos veíamos un poco por libre. En eso siempre hay un poco de voluntad propia y un poco de despecho. Nos gustaba ir por libre, pero también nos daba un poco de rabia porque cuando hacían recopilaciones de la escena independiente española aparecían todos los grupos coetáneos y no habíamos coincidido en la vida con ninguno.

      En Malasaña nos debían de ver como bichos raros. Los conocíamos, pero muy de lejos. Nos gustaban Los Nativos, Los Potros… Pero al mismo tiempo nos molestaban un poco esas capillitas. Teníamos un sentimiento como de bichos aparte. Supongo que por causas geográficas. Y que, esencialmente, no teníamos nada que ver con la escena de garaje o con la mod.

      JOAQUÍN PASCUAL: Malasaña era como una jungla. Había mucho desparrame. Nosotros éramos un pelín pardilletes, un poco provincianos. Siempre que íbamos a Madrid, pasábamos las noches en Malasaña. Allí estaban los Pleasure Fuckers y los Sex Museum, pero no los conocimos.

      FERNANDO ALFARO: Quizá los que más se parecían eran Aventuras de Kirlian, pero tampoco los conocíamos.

      Nos preguntaban mucho qué tipo de música hacíamos y una vez respondí: «pop bastardo». En una entrevista con Rafa Cervera, en Ruta 66, lo puso. Y se quedó un poco como coletilla.

      FERNANDO ALFARO: Mi relación con los Pixies fue la siguiente. Mi primo José Mari y yo éramos muy fans de The Gun Club. Me enteré de que habían sacado un disco y en un bar de Albacete, el Velvet, oí una canción. Pregunté si era del nuevo de The Gun Club y me enseñaron la portada de un disco de los Pixies. Era «Where Is My Mind?» del Surfer Rosa. La salida del Doolittle coincidió con la de La luz en tus entrañas. Lo escuché porque la gente nos comparaba y me gustaba mogollón, pero no se parecía nada. Por un lado me daba un poco de bajón porque lo nuestro sonaba peor. Pero eso no me importaba tanto porque durante toda la puta vida me acostumbré a oír música en malas condiciones. Me molaba que lo nuestro fuera diferente.

      Pergeñé una teoría sobre los Pixies. La forma de componer y tocar la guitarra acústica de Black Francis era muy parecida a la mía. Me ponía el It’s Alive de los Ramones y lo tocaba entero con la guitarra acústica. Un paso importante aunque simbólico fue ponerle una correa a la guitarra y empezar a tocar de pie con la acústica. Al tocar supercañero tienes que rellenar mucho armónicamente y aprendes a desarrollar acordes diferentes, más propios de la guitarra acústica. Imagino a Black Francis de joven tocando en su habitación canciones cañeras con guitarra acústica.

      Los Pixies tuvieron más influencia en algunas canciones de Fotógrafo del cielo, pero es una influencia difusa, porque teníamos un abanico muy amplio. Ese disco tenía cosas de blues y country, algo que desde el indie se nos echó en cara. «El fantasma en la botella» es una canción rallante. En el fanzine Las lágrimas de Macondo dijeron que les parecía aburrida y larga. Lo dijeron porque era un blues. Eso estaba fuera del ámbito indie.

      Javier СКАЧАТЬ