Pequeño circo. Nando Cruz
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СКАЧАТЬ las sensaciones que te transmite esa droga, y 1980 es justo cuando la heroína llegó a España a saco. Sobre todo, en las grandes ciudades. Y yo estaba en Valencia.

      Tendría dieciocho años cuando la probé. Es una droga que tiene un componente mitológico desde el momento en que la pruebas. El primer consumo provoca unas sensaciones físicas muy diferentes a todo lo que hayas experimentado, unas sensaciones descritas por la medicina: bienestar físico, ausencia de dolor, ausencia de preocupaciones… Ese primer consumo se convierte en un mito. Te lo dirá cualquiera que esté metido en el campo de la desintoxicación. Ese primer consumo lo sigues buscando toda la puta vida.

      Con mi amigo Ricardo, el de la canción «Ricardo ardiendo» de Chucho, cometimos delitos. Alguno me provocó mucho conflicto interno. Nunca eran delitos directos, pero teníamos conocidos que sí los cometían: ir a robar a gente, pegar a un borracho… Lo de niño eran peleas de chavales, pero esto ya eran palabras mayores. Cuando empezamos a robar en casas, lo hice un par de veces y ya. La invasión de la intimidad era muy bestia para mí; más que el hecho de robarles. En «Oración del desierto»65 se habla de eso. Esa canción es verdad, salvo toda la elucubración religiosa. Dos conocidos se metieron en una casa para robar y conseguir heroína. Uno de ellos huyó cuando oyó que entraba alguien. El otro se quedó, cogió un cuchillo y mató a la mujer que le descubrió, que además era de su barrio. Por eso la canción dice, «Y el cuchillo de cocina sobre la mesa / Fue una ecuación cerebral / Décimas de segundo». La mató y lo condenaron a veinte años. Salió al cabo de quince.

      Cuando salió de la cárcel, volví a coincidir con él. Albacete casi había duplicado su tamaño y el tío no conocía los barrios. Iba como un perro que se ha perdido y se te pega. Haciendo viajes en coche para ir a pillar descubrí que era superreligioso. Cada vez que pasábamos por una cárcel se persignaba. Descubrí que en la cárcel había estado escuchando a los Surfin’ Bichos y que, por cierto, nos escuchaban bastante en la cárcel de Villena. Nunca le dije que esa canción era por él.

      FERNANDO ALFARO: Empecé a componer en serio en 1984, pero los años clave fueron el 86 y 87. Tenía veintitrés años y aún no tenía grupo. Hacía canciones, pero siempre fui tímido. Montar un grupo era como una ilusión, algo lejano que me parecía irrealizable. Monté Surfin’ Bichos a principios del 88. Tenía la paranoia de que con veinticuatro era demasiado viejo para empezar un grupo. Por eso tenía cierta urgencia. Luego vi que Joe Strummer había empezado en los Clash con veinticuatro y que Lou Reed también tenía veinticuatro cuando empezó con la Velvet. No eran sus primeros grupos, pero sus grupos importantes los habían empezado a esa edad, y eso me tranquilizó.

      Tenía en la memoria muchos pasajes de la Biblia. Todo eso había creado un cúmulo. La Biblia siempre me ha atraído, incluso de forma literaria. La Biblia está llena de barbaridades, y la historia del pop y el rock se apoya en ella de forma casi filosófica: desde Hank Williams hasta el blues o el góspel. Y luego Nick Cave, Leonard Cohen…

      Como mi apuesta a la hora de hacer canciones era bastante vehemente y radical, un gran componente de lo que yo hacía tendía a ese extremo, a la parte más alucinatoria de la Biblia: a Jesús correteando sin rumbo sobre las aguas… No lo hacía para provocar, porque a los primeros que hubiera provocado hubiera sido a mis padres y yo no quería molestarlos.

      Cada vez que acababa una letra tenía un rito: coger la máquina de escribir Olivetti con forma de maletín que tenía mi padre y pasar la letra a una cuartilla. Cuando acabé «El ángel inseminador»66, me la pilló mi madre un día que me llamó para comer. Ella era la que iba a comisaría cuando me pillaba la policía haciendo el bestia y esnifando pegamento en el parque. Nunca me decía nada, pero solo con la mirada…

      Yo llegaba al local con una libreta llena de canciones. Les tocaba una para que vieran cómo era, la tocábamos todo el grupo y, antes de encontrarle un principio y un final, ya pasaba a otra. Ellos ya habían estado en grupos antes, pero yo solo había colaborado ocasionalmente con alguno y no sabía lo que era un ensayo serio. Ellos querían buscar un final a las canciones, y yo pasaba. Antes de que se la aprendieran, les decía, «venga, vamos a tocar otra». Cada día tocábamos quince canciones.

      Grabamos tres maquetas en un año y cinco discos en cinco años. Y aún me sobraron canciones que luego grabé con Chucho.

      JOAQUÍN PASCUAL: No teníamos intención de tocar fuera de Albacete. Queríamos grabar las canciones y tener la sensación de hacer algo, aunque al principio no hacíamos ni conciertos. Habíamos evolucionado de pasar la tarde tirados, fumando petas y bebiendo litronas a quedar para ensayar.

      Los Trollstones, grupo paralelo a Surfin’ Bichos en el que cantaba Camilo Fuentes (primero por la izquierda). A su lado, Joaquín Pascual. A la derecha, con bigote, Fernando Alfaro. (Cedida por Camilo Fuentes.)

      EL FICHAJE MÁS BRILLANTE DE LA FÁBRICA MAGNÉTICA

      FERNANDO ALFARO: El primer nombre que tuvo el grupo fue Los Bichos. Era como decir: no somos Mecano. En junio hacían el concurso de maquetas de Albacete y por los exámenes dejé de ensayar. Ellos montaron un grupo con la misma gente y otro cantante, Camilo [Fuentes]. Se llamaban los Trollstones. Me sentó fatal y dije, «pues me monto yo uno solo con guitarra acústica». Pensé en llamarlo Surfin’ Jesus, por lo de Jesús caminando sobre las aguas. Era un nombre inspirado en bluesmen como Howlin’ Wolf. Luego nos reconciliamos y mezclamos los dos nombres: «Surfin’» y «Bichos».

      IÑIGO PASTOR: Los Bichos ya existían cuando salieron Surfin’ Bichos. No digo que se pusieran el nombre por ellos, pero fue una mala casualidad, una coincidencia un poco extraña. Fue una putada para Los Bichos. Josetxo siempre decía, «¡ya se podían haber puesto Surfin’ Ranas!».

      FERNANDO ALFARO: La música española se había aburguesado. Loquillo ya no era el de El ritmo del garaje, La Frontera me dejaban un poco frío, los discos de Gabinete Caligari ya los producía Jesús N. Gómez. Veía que yo lo podía hacer mejor. O, por lo menos, que lo mío era algo que nadie decía. Sabía que era diferente, más excitante, más fresco y mejor. De eso estaba totalmente convencido.

      JOAQUÍN PASCUAL: El concurso de Albacete, en San Juan, era el momento del año en que todos los grupos presentábamos nuestra maqueta y podíamos tocar. Se hacían varias semifinales durante tres o cuatro días. Los había de punk, de heavy, de pop, medio mods… Tocabas en unas condiciones que no se volvían a repetir en todo el año ni de coña. Montaban un escenario de puta padre, con el equipo volado y alquilado en Madrid. El premio te permitía grabar un disco y encima te pagaban. El grupo que ganaba el concurso podía ir con la cabeza bien alta el resto del año.

      Los Surfin’ se presentaron y no quedaron ni finalistas. Entonces ganaban los grupos que imitaban a Golpes Bajos o los de heavy eléctrico.

      FERNANDO ALFARO: En Albacete había buenos grupos. Algunos eran técnicamente superiores a nosotros, pero les faltaba ambición. Había una especie de fatalismo, de descreimiento. El único que tenía algo de ambición era Franky Franky67. Aquello era un erial, el desierto de las posibilidades, y por eso tuvimos que ser tan vehementes en las formas. Eso incentivó nuestra ambición. Si sales de Burlada o Albacete es porque tienes algo que decir.

      JOAQUÍN PASCUAL: La Junta organizaba todos los veranos una tournée de grupos de Castilla-La Mancha por pueblos de la comunidad. Tocamos en Tarazona de la Mancha, en Villarrobledo… En Almansa tocamos en un cine y en otros pueblos lo hicimos encima del remolque de un tractor. Llegabas a la plaza, había mogollón de sillas, y se sentaban los abuelos СКАЧАТЬ