Название: Morsamor
Автор: Juan Valera
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 4057664154743
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Con dificultad hallaba y reconocía el Padre Ambrosio en las personas con quien trataba las prendas y requisitos necesarios para la iniciación.
En el convento sólo había tres frailes con los cuales el Padre Ambrosio se entendía, uniéndolos a él por virtud de misterioso lazo y haciéndolos participantes con profundo sigilo de sus doctrinas esotéricas, no del todo ni por igual, sino a cada uno según la aptitud y el vigor de entendimiento y de voluntad que en él reconocía.
No se presuma, con todo, que el Padre Ambrosio imaginase que su saber oculto se oponía en lo más mínimo a las ortodoxas afirmaciones en que por fe creía y que forman la base de la religión de que era ministro y sacerdote.
Sencillo y mero narrador de esta historia, no afirmaré ni negaré yo, que hubiese o no hubiese error en el pensamiento del Padre Ambrosio. Sólo diré lo que él pensaba, dejando que la responsabilidad sea suya. Verdad incontrovertible era para él cuanto está contenido en las sagradas escrituras, interpretadas recta y autorizadamente por los santos Padres, por los concilios y por la cabeza visible de la Iglesia; pero, con independencia de esta verdad, contra la cual nada podía prevalecer, veía el Padre Ambrosio una amplia extensión, un inmenso y casi ilimitado campo, por donde la inteligencia, la voluntad ansiosa de descubrir misterios y hasta la fantasía creadora que forjando hipótesis tal vez los explica y los aclara, podían volar libremente, sin ofender a Dios, antes bien, ensalzándole y glorificándole hasta donde es capaz de ello la pobre criatura humana.
Para el Padre Ambrosio la revelación era de varios modos y no acababa nunca. Con frecuencia salían de su boca estas palabras que San Juan, en su evangelio, pone en los labios de Cristo: Aún tengo que deciros muchas cosas; mas no las podéis llevar ahora. Muchas cosas quedaban aún por revelar. De algunas de ellas suponía el Padre Ambrosio que él tenía conocimiento, pero este conocimiento era incomunicable, al menos para la generalidad de los hombres, porque ahora, entonces, en el momento en que el Padre Ambrosio hablaba y pensaba, no las podían llevar, esto es, no podían comprenderlas.
Así fundaba el Padre Ambrosio su ocultismo en un texto sagrado.
Y no por eso desconocía los peligros a que se hallaba expuesto, penetrando con su espíritu por medio de hondas e inexploradas tinieblas en busca de nuevas verdades.
Hasta por prudencia, hasta por caridad repugnaba que le siguieran en tan peligroso camino los que no tuviesen valor probado y la serenidad y la elevación de juicio convenientes para no extraviarse, y en vez de hallar nueva luz caer en transcendentales errores como en profundísima sima.
En la mente del Padre Ambrosio había además otro motivo que justificaba la no transmisión de mucha parte de su ciencia. La palabra alada no podía llevarla materialmente y atravesando el aire desde un cerebro humano a otro cerebro humano. No había frase, ni giro, ni idioma capaz de expresar y de formular de modo sensible lo que el Padre suponía haber aprendido o descubierto allá en las raíces y abismos de su mente cuando tan hondo penetraba. A resurgir de allí su espíritu se figuraba que volvía, no ya bañado, sino impregnado de luz vivísima, que sólo podía pasar inmediatamente a otras almas y no mediatamente por los sentidos corporales y groseros. Quien anhelase poseer aquella ciencia y el poder que ejerce sobre la naturaleza quien la posee, no podía adquirirla por la enseñanza oral o escrita de hombre alguno, sino descendiendo en su busca hasta los abismos donde quien la traía consigo la había alcanzado.
En suma, el Padre Ambrosio podía enseñar, y enseñaba, toda aquella parte más vulgar de su magia, que se fundaba en el conocimiento experimental del organismo de los seres animados, de hierbas y de metales, de linimentos y pociones; pero la potencia mágica de su alma, la fuerza que había tomado el espíritu en la propia raíz de su ser y con la que avasallaba las substancias materiales y dominaba la naturaleza, esto no podía transmitirse. Ni por difusión ni por intensidad cabía en esto adelanto o mejora en la serie de los siglos. Hermes sabía y podía más que el Padre Ambrosio. En su ciencia intransmisible no había habido ni podía haber habido progreso. El progreso, la difusión por enseñanza era dable para los menos iniciados en no pequeño conjunto de noticias, de secretos raros y de atinada averiguación de propiedades de los seres.
De los tres adeptos que el Padre Ambrosio tenía, el más adelantado era el hermano Tiburcio, humilde lego, aunque señaladísimo y estimadísimo en el convento por su ferviente piedad religiosa.
Esta piedad había hecho que en un principio mirase el hermano Tiburcio con repugnancia y hasta con horror al Padre Ambrosio por la fama que con vaguedad le acusaba de hechicero; mas vencida al cabo la repugnancia, la doctrina del Padre Ambrosio penetró con ímpetu en el espíritu del hermano Tiburcio, arrollando toda contradicción y produciendo allí vivísima fe y devoto entusiasmo.
El mayor recelo del hermano Tiburcio se había disipado. Había pensado él que la doctrina ortodoxa debía circundar y encerrar el espíritu como fuerte muro flanqueado de eminentes torres; y temía que al salir de él el espíritu orgulloso le derribase o al menos le quebrantase, apagando los faros luminosos que en las torres resplandecían, y que el espíritu entonces, perdido, sin guía y sin luz en las tinieblas, jamás volvería a encontrar su santo refugio.
A esta objeción, había contestado el Padre Ambrosio valiéndose de un símil semejante. Así había dominado el temor del hermano Tiburcio.
—Mi fe religiosa—le había dicho el Padre Ambrosio—es sin duda como fortaleza inexpugnable, mas no para que yo me quede encerrado en ella cobarde y ocioso, sino para que me valga como apoyo, y como centro de mis más atrevidas excursiones y de mis conquistas más gloriosas por las inmensas e ignoradas regiones, donde el pensamiento humano ha de erigir un día su trono y ha de fundar su imperio. Sin duda con la fe y con el amor ayudado de los dones sobrenaturales de la gracia, el alma puede llegar hasta Dios mismo y unirse en cierto modo con él; pero mi ciencia profana, sin contradecir la obra sobrenatural de las divinas virtudes, tiene distinto objeto, que agrada también a Dios, aunque en muy inferior grado. Yo no soy, ni merezco ser, un santo; pero ¿por qué no he de ser un sabio, un conocedor de aquella magia, que sin ofender al cielo, sin buscar el auxilio de genios o de ángeles réprobos y valiéndose sólo de medios naturales, acierta a producir prodigios pasmosos? En esta ciencia te iniciaré yo, porque te creo capaz de estudiarla y de alcanzarla. Y bien puedes estar seguro de que esta mi ciencia profana no se opone ni a la santidad ni a la pureza de la fe, ni a la perfección ascética y mística a que puedas elevarte.
En suma, tantas y tales razones alegó el Padre Ambrosio, que el hermano Tiburcio hubo de quedar convencido, convirtiéndose en su más apasionado discípulo y en su más constante satélite.
De los otros dos iniciados que tenía el Padre Ambrosio, no se fiaba tanto, aunque también les comunicaba algunos de sus menos hondos secretos.
Para los demás frailes y para el resto del humano linaje no iniciado, el Padre Ambrosio jamás hablaba de su ciencia oculta, pero discurría con fácil elocuencia sobre todo cuanto del saber paladino o no oculto se alcanzaba en su época, y trataba de viajes, de planes políticos y de cuanto presumía que había de suceder en el mundo o que convenía que sucediese.
Tales eran en cifra los ensueños y las ideas con que, a su vuelta de Roma, trajo el Padre Ambrosio embargado el espíritu.
-V-
El Padre Ambrosio era inagotable en las descripciones y pinturas de cuanto había visto en Roma y de los grandes sucesos que allí había presenciado СКАЧАТЬ