Название: Italia oculta
Автор: Giuliano Turone
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
Серия: Serie Derecho
isbn: 9788498798180
isbn:
Pier Paolo Pasolini, en un incisivo texto de 1975 —expresivamente titulado «Habría que procesar a los jerarcas democristianos»6—, hacía hincapié en la necesidad de conocer «toda la verdad del poder» de esos años, poniendo fin a la práctica consistente en «compartimentar los fenómenos», con objeto de «devolverles así su lógica al formar un todo único»7. Pues bien, no tengo la menor duda de que el autor de tal penetrante observación se reconocería en el impecable trabajo de Turone. Porque este, entre sus muchas virtudes, tiene la de recomponer el complejo rompecabezas de la atormentada realidad de aquel periodo, mediante el uso de una riquísima información, y poniendo en juego una estrategia ejemplar en el plano del método, consistente en integrar todas las variables dispersas, cuya reunión, en busca de la imprescindible unidad de sentido, reclamaba el primero. Con la particularidad de que la obra se ha beneficiado de la condición profesional de Turone, de su experiencia de magistrado8, que le ha permitido llevar a cabo una exhaustiva explotación de fuentes judiciales, de acceso y lectura seguramente no fácil para el historiador, que en este caso resultan ser de una importancia fundamental. Tanto que, entiendo, sería imposible documentar lo acontecido en el periodo objeto de análisis, sin contar con ellas. Pero esto, no simplemente por la razón de que los casos contemplados adquirieron en algún momento estatuto procesal. Sino también porque aquí concurre una relevante particularidad. La de que una parte esencial de lo sucedido en Italia en el terrible periodo de que se trata, fue en algún momento investigada, en especial, por los magistrados Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, profundamente innovadores en lo relativo a la técnica de indagación. En efecto, pues ambos tuvieron pronto la evidencia de estar enfrentados a una complejísima fenomenología delictiva, que no podía ser afrontada simplemente desde la perspectiva y con la habitual óptica del caso, que acostumbra a asumirlo en una suerte de insularidad, la propia de las acciones integrantes de la delincuencia común convencional, aquí del todo improcedente. Ambos instructores fueron tempranamente conscientes de las dimensiones de la mafia como fenómeno9: de su articulación unitaria, su estructura vertical, su difusión territorial y en el interior de las instituciones (no solo sicilianas), su privilegiada relación con altos exponentes del principal partido del Gobierno, así como de la capacidad de servirse de grupos subversivos de distintas filiaciones, incorporándolos a su perversa dinámica. De ello da buena cuenta el impresionante documento constituido por la resolución conclusiva de la instrucción del maxiproceso seguido contra Abbate Giovanni + 70610.
Pero no solo es que Turone haya podido beneficiarse de estas esenciales aportaciones, es que él mismo, como juez instructor de Milán, también en la época de los cruentos episodios sobre los que versa su obra, tuvo que medirse con fenómenos delincuenciales de singular envergadura (algunos ahora examinados en ella)11. Fenómenos globales, por la inabarcable multiplicidad de las concretas acciones de relevancia penal albergadas en su interior, pero, en especial, por la inserción de estas en verdaderas tramas, con itinerarios que, en su recorrido, pasaban por los centros económicos de decisión, por una pluralidad de sedes institucionales —de los servicios secretos, a los cuerpos policiales y militares, al Consejo de Ministros—, por una diversidad de grupos o grupúsculos terroristas, por la mafia omnipresente, y hasta por oscuras instancias trasatlánticas, muy activas en la Italia del periodo. Fenómenos, también es el caso, afrontados en su día con una nueva racionalidad investigadora, extraordinariamente productiva. Como Falcone y Borsellino, Turone dotó entonces a sus actuaciones de inéditos perfiles y eficacia, potenciando significativamente su rendimiento. Y, ahora, con el recurso a una forma de historiografía igualmente innovadora12, en un brillante ejercicio intelectual, cerrando el círculo, ha llegado al límite de lo posible, en el difícil empeño de hacer luz en lo más negro de las cloacas de un poder, democrático en su extracción, en caída libre en una abyección sin fondo. Esto, por razones de Estado y, muy en particular, de equilibrio de bloques, en un contexto de guerra fría: tal sería el auténtico, cínico pretexto. Puesto de relieve en toda su cruda realidad, con ejemplar transparencia, en el tratamiento dado a Aldo Moro en su secuestro, por eso tomado en estas páginas introductorias como verdadero caso-testigo.
La importancia de la Italia de la época en aquel contexto está suficientemente acreditada. Denis Mack Smith recuerda que «un informe del Congreso [estadounidense] reveló que, en años [entonces] recientes, más de cien millones de dólares habían llegado a Italia desde América para sostener la causa anticomunista. El grueso de este dinero había ido a la Democracia Cristiana, pero una parte acabó directamente en las manos de los servicios secretos, cuyos jefes tenían estrechos vínculos con el neofascismo»13. No solo, el ex agente de la CIA Philip Agee, señalando que «en cualquier país la CIA ve la situación desde un punto de vista paramilitar», confesaría que «muchas de las actividades desarrolladas por la CIA en América Latina, las había realizado antes en Italia a partir de la Segunda Guerra Mundial»14. O lo que es lo mismo, parafraseando a Eduardo Galeano, puede decirse que el Imperio, antes de abrir las venas de América Latina15 —en la práctica desalmada de la chomskyana «quinta libertad»16— habría abierto en canal las de Italia. El Imperio, sí, cuyo Departamento de Estado, apenas producido el secuestro de Aldo Moro, destacó a un agente, Steve Pieczenik (hombre de Kissinger17), con objeto de asesorar al gabinete de crisis constituido en el Ministerio del Interior, para afrontar la situación; mejor dicho (a tenor de lo que ahora se sabe y recoge Turone18), para evitar que Moro saliera con vida de las manos de las Brigadas Rojas. Que, todo indica, habrían aceptado negociar un rescate; opción que, por políticamente inconveniente, no halló eco en el poderoso establishment transnacional. A pesar de diversas iniciativas al respecto y del dramático llamamiento de Moro a sus compañeros de partido19.
Hay una vertiente del trabajo de Turone, la de la vinculación de altos exponentes de la junta militar argentina (Massera, López Rega, Suárez Mason, entre otros) con la logia Propaganda 2, que hace luz sobre unas vicisitudes poco conocidas, de particular interés para el lector castellanohablante de este y del otro lado del Atlántico. Resulta de lo más revelador saber de la estrecha relación de Licio Gelli (en algún momento consejero para asuntos económicos de la embajada argentina en Roma) con los promotores del golpe, con los que se mantuvo en estrecho contacto durante su preparación y después. También de la ocultación por Corriere della Sera (controlado por la P2) de toda informa ción sobre las atrocidades de la junta. Y de la aceptación cómplice por parte de la embajada italiana en Buenos Aires, de la decisión de aquella de no reconocer el estatuto de refugiados a los huidos que consiguieran acceder a su recinto. Lo más parecido a una condena a muerte. Entre otras cosas.
Aristóteles, que sabía del poder bastante menos de lo que ahora se sabe, vio en él un «elemento animal»20, cierto coeficiente de animalidad, que le sería inherente como por naturaleza. Sin duda, con razón, a tenor de la que es ya una experiencia secular, ciertamente demoledora. Que hoy se renueva con agobiante intensidad en esas prácticas degradadas, omnipresentes, de las que parece resultar que la política y las instituciones compiten con la calle en la generación de delincuencia. En este país, como en otros, cuando, paradójicamente, el último constitucionalismo habría renovado las cautelas político-jurídicas preventivas para evitarlas.
Son circunstancias que dotan también de pertinencia a la evocación de otro clásico, san Agustín, que, en ausencia de justicia, confesaba dificultades para distinguir a los reinos de las bandas de ladrones21. Cuestión retomada después por Kelsen22; y sobre la que hoy mismo podría/debería discurrirse con mayor razón, en vista de la manera en que las diversas corrupciones han florecido en los medios institucionales de nuestros países, haciéndolo de un modo apto para justificar la conclusión aristotélica de llamar en causa a la genética. Máxime cuando es el partido político —factor sustancial, sine СКАЧАТЬ