Aproximaciones a la filosofía política de la ciencia. Отсутствует
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      A continuación, me centraré en la exposición de lo que podríamos considerar contenidos propios para una filosofía política de la ciencia. Parece haber dos grandes zonas dentro del territorio. En una de ellas encontraríamos problemas sociopolíticos internos, propios de las comunidades científicas. En este punto quizá sea adecuado recuperar la vieja expresión de la "república de los sabios". Como cualquier república debería estructurarse social y políticamente de modo que resultasen favorecidos sus objetivos propios, las finalidades propias de la actividad científica, es decir, la producción de conocimiento riguroso y objetivo, así como la difusión y aplicación del mismo como contribución al bien común. Se nos planteará, sin duda, al hilo de estas consideraciones, la cuestión de los valores. Podríamos preguntarnos si los valores epistémicos y los de carácter prácticos están más o menos conectados, o incluso si pueden los unos ser reducidos a los otros. En mi opinión están íntimamente conectados, dependen los unos de los otros, pero no es adecuada la simple reducción de –por ejemplo– la verdad o la objetividad a consenso justo. Aunque un consenso justo deba ser tomado como síntoma o indicio de verdad u objetividad, no puede ser aceptado como criterio, y mucho menos como definición de verdad o de objetividad. Si valores prácticos de orden social y político, como pueden ser la igualdad de oportunidades, la justicia en la distribución de recursos y reconocimientos, la libertad de expresión y de crítica, una cierta racionalidad comunicativa que permita un intercambio de pareceres equitativo, etcétera, si estos se protegen y potencian dentro de la comunidad científica, es probable que los valores epistémicos de coherencia, simplicidad, precisión, objetividad e incluso verdad, salgan favorecidos. En correspondencia, si no es sobre una base epistémica sólida, difícilmente se podrá juzgar con justicia en aspectos prácticos. Esto supone a un tiempo mantener una cierta separación conceptual entre los dos tipos de valores, aunque en la práctica se exijan mutuamente.

      Señalaré, por último, el interés que puede tener un estudio histórico conjunto del pensamiento político y científico. Es una cuestión debatida si la ciencia y la democracia se han apoyado mutuamente en distintos momentos históricos, si ambas son independientes, o si, incluso, la ciencia florece especialmente en sociedades no democráticas. Las interpretaciones históricas en este terreno son de lo más dispar. Citaré alguna tan sólo a título de ejemplo. Según Geoffrey Lloyd, la importancia que entre los atenienses tuvo la discusión política en el Ágora, favoreció y se vio favorecida por el desarrollo de la ciencia y la filosofía. También Karl Popper sostiene que se ha dado una suerte de paralelismo y reforzamiento mutuo entre el desarrollo de la ciencia y el de una sociedad abierta. Otros autores como los pertenecientes a la escuela de Francfort, han puesto el énfasis en los riesgos políticos a que conduce una extensión inmoderada de la racionalidad instrumental que ellos asocian con la tecnociencia. Vaclav Havel ha denunciado el apoyo que algunos regímenes totalitarios pudieron obtener de la mentalidad cientificista. Todo un abanico de posiciones no necesariamente incompatibles, pues se refieren a distintos momentos históricos y a distintas formas de hacer ciencia, pero que muestran el gran interés filosófico que puede tener este tipo de mirada histórica. Además, la perspectiva histórica nos permitirá también apreciar la evolución de conceptos como los de causa, ley, naturaleza, ley natural o naturaleza humana, que han viajado reiteradamente entre los territorios del pensamiento político y el pensamiento científico.

       El principio de precaución

      Está bien hacer metafilosofía, discutir sobre los enfoques filosóficos que deberíamos adoptar o las materias que deberíamos tratar. En nuestro caso concreto, podemos disputar sobre si una filosofía política de la ciencia es adecuada, posible o incluso necesaria. Lo que no es saludable es quedarse indefinidamente en estos prolegómenos. Conviene ponerse cuanto antes manos a la obra y desarrollar aquello que programáticamente hemos visto como deseable. Por eso, no quiero cerrar mi intervención sin hacer filosofía política de la ciencia. Trataré en este último apartado una cuestión que con toda justicia cae dentro de este campo de estudio. Me refiero al principio de precaución utilizado como engranaje de conexión entre ciencia y política. No es tema menor, ya que este principio resulta indispensable para regular las relaciones entre tecnociencia y política en algunas de las más importantes cuestiones que la humanidad tiene planteadas.