Название: Aproximaciones a la filosofÃa polÃtica de la ciencia
Автор: ОтÑутÑтвует
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
isbn: 9786070252570
isbn:
La solución elitista que significa la segunda alternativa no es menos odiosa que la primera. Si en una primera observación las demandas de autonomía parecen razonables, en un segundo momento nos encontramos ante una situación mucho menos idílica que la presentada por Polanyi cuando habla de la república de la ciencia. Pues si es una república, que no lo es, al contrario, es una metáfora ella misma sumamente peligrosa, es una república con todas sus glorias y miserias. Aún sentimos frío al pensar en el proyecto Mannhattan: los físicos se embarcaron en fabricar una bomba porque así creían que favorecían los intereses de la república, pero sobre todo porque así pensaban que su ciencia sería favorecida cuando los poderes vieran su utilidad. Cuando quisieron hacer protestas de pacifismo era tarde y su situación lamentable. Fausto había vendido su alma y los demonios le habían concedido sus deseos. Me parece ilustrativa la historia que narra C. P. Snow en una joyita no tan conocida como sus famosas conferencias sobre las dos culturas y que apenas es leída ya. Se trata de Science and Government,34 un libro en el que narra el comportamiento de dos asesores científicos del gobierno inglés: sir Henry Tizard, presidente del comité de investigación aeronáutica desde 1933 a 1943 y de otros comités de defensa aérea durante la Guerra Mundial, y F. A. Lindemann, lord Cherwell, asistente personal y amigo de Churchill para la investigación y las políticas de defensa. Ambos tomaron parte como científicos en la decisión de los bombardeos estratégicos de las ciudades de Alemania. El argumento de Lindemann, que prevaleció, era que debía de quebrarse la potencia alemana bombardeando no las fábricas, que estarían bien defendidas o podrían ocultarse, sino la población, y no los barrios de clases media y alta, que al tener muchos jardines harían inefectivas buena parte de las bombas, sino los apiñados barrios obreros, en los que las bombas serían sumamente efectivas y destruirían la "capacidad productiva" alemana. Tizard se opuso alegando que las estadísticas estaban sesgadas, y que el efecto prometido sería mucho menor. Sus argumentos no hicieron efecto en Churchill, que ya había decidido los bombardeos, pero tampoco lo hacen en nosotros, que observamos horrorizados esa capacidad para banalizar el mal bajo pretexto de cálculo científico. No son casos aislados: los expertos pueden ser tan ciegos y peligrosos como los tiranos incultos. Y las comunidades científicas han mostrado suficiente ceguera moral y política como para haberse ganado la desconfianza de muchas personas y grupos.
La tercera opción solamente es radical en apariencia. Como la solución sofística que es, conduce a una sustitución de los programas de investigación por la demagogia de nuevas burocracias sindicales de los grupos de referencia cuyos intereses dicen defender. Pero además no resuelven el problema principal de cómo sostener una investigación que es interdependiente y costosa, independientemente de que sea aplicable o no a los intereses particulares.
Se me ocurre que ninguna de las tres posiciones es demasiado consciente de las dificultades que tiene el contrato social en las sociedades complejas, globalizadas, multiculturales e interdependientes contemporáneas. Cometen el pecado de tener una visión demasiado estereotipada del complejo sistema de investigación y desarrollo, pero su mayor pecado es la ingenuidad de su filosofía política. Como si la democracia y la ciencia ya estuviesen garantizadas y fuese sencillo integrarlas. Pero no es así. No hay solución perfecta al problema de Platón. La ciencia y la tecnología tienen mal acomodo en una sociedad justa. De lo que no habría que sorprenderse, habida cuenta de que se trata de una institución que a la vez introduce un elemento de inestabilidad en las sociedades, pues las somete a una difícil transformación en lo más profundo de su identidad, en la imaginación de lo posible, y, en el otro extremo, es una condición necesaria en la formación de capacidades sociales para la satisfacción de las necesidades, y, por consiguiente, si atendemos a una idea de justicia basada en la libertad de agencia, constituye una columna básica del propio orden justo social. En esta doble existencia de institución que crea inestabilidad por su naturaleza dinámica y que al tiempo es una condición de la estabilidad social, la ciencia y la tecnología no están solas: las instituciones culturales y educativas tienen la misma característica esquizoide y por ello también son territorio continuo de enfrentamiento político entre las diversas concepciones sociales.
El contrato social por la inserción de la ciencia y la tecnología en las sociedades democráticas
No tenemos solución, pero sí tenemos instrumentos para encontrarla. El más efectivo es transformar nuestras democracias en repúblicas deliberativas, en las que se construya una esfera pública transparente, un ágora en el que Sócrates no sea condenado y en el que se escuchen y debatan sus argumentos. Un ágora suficientemente ilustrada para que Sócrates no desconfíe de la asamblea y se refugie en soluciones elitistas, de sectas y escuelas de seguidores. Un ágora en el que los expertos hablen con la voz y la cabeza alta, pero también lo hagan los ciudadanos legos, en el que todos hablen como ciudadanos. Es una posibilidad que abre las perspectivas de filósofos que tienen una mirada sensata acerca de las bases de legitimación de nuestras sociedades. Entre ellos destaca, me parece, John Rawls. Leamos este texto suyo a la luz del problema de cómo construir una política pública para el sistema de ciencia y tecnología.
En la perspectiva kantiana que presentaré aquí las condiciones para justificar una concepción de la justicia, funcionan solamente cuando se ha establecido una base para el razonamiento político y la comprensión dentro de una cultura pública. El papel social de una concepción de la justicia es capacitar a todos los miembros de la sociedad para hacer mutuamente aceptables unos a otros sus instituciones compartidas y sus ordenamientos básicos acudiendo a lo que se ha reconocido públicamente como razones suficientes, tal como se identifican en esta concepción. Para lograr el éxito en esta tarea, una concepción debe especificar las instituciones sociales admisibles y sus posibles ordenamientos en un sistema de forma que pueda ser justificado ante todos los ciudadanos sean cuales sean su posición o sus intereses más particulares. 35
Rawls nos propone la idea de que el concepto de justicia sea un apelativo que impregne las razones esgrimidas en la esfera pública. Sustituyamos ahora el término justicia por cualquiera de los conceptos normativos que hemos ido examinando como fundamentos del sistema tecnológico: capacidades, agencia, etc. Observaremos que el texto nos muestra una forma lúcida y viable de entender la técnica en la democracia. Esto implica directamente que el concepto no puede ser impuesto, no puede venir dado independientemente de nuestras prácticas, en este caso cognitivas y técnicas, pero tampoco independientemente de las prácticas que establecen las formas de distribución del conocimiento y de las posibilidades tecnológicas en la sociedad. Esta aceptación social, tal como la concibe Rawls, debe mucho a la idea de contrato social, pero no debe entenderse este término como expresando un acto primigenio que, en virtud de alguna propiedad oculta (la de ser un equilibrio paretiano o algo así), determine las trayectorias futuras de la sociedad que acepta la conformación de un sistema de ciencia СКАЧАТЬ