Aproximaciones a la filosofía política de la ciencia. Отсутствует
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Aproximaciones a la filosofía política de la ciencia - Отсутствует страница 16

СКАЧАТЬ del vecino. La primera solución contiene un elemento de autoritarismo innegable: la planificación social de la ciencia y la tecnología puede estar sometida demasiado a los avatares de las ilusiones políticas, a los sesgos cognitivos que se producen en nuestras sociedades de consumo o de riesgo, o lo que es más habitual, que se insista y financien líneas de investigación por efectos de moda o por mecanismos de representación simbólica. El famoso caso de la financiación de la fusión fría es ilustrativo a este respecto. Muchos gobiernos tuvieron la ilusión de que se estaba encontrando la piedra filosofal que habría de resolver el problema de la energía y abrieron la chequera para que los investigadores fijasen la cifra de financiación. No es un caso aislado: si se leen las líneas prioritarias de muchos planes de investigación estatales o regionales, particularmente los ya pasados, que pueden ser leídos con cierta perspectiva, encontraremos fácilmente la intromisión de los sesgos simbólicos, de moda, de las aversiones al riesgo o del deseo inmoderado en la expresión de las políticas públicas de investigación. Pero además se introduce una posibilidad de dominio absurdo de una burocracia superestructural sobre las comunidades científicas que emplea ella misma más recursos que las propias comunidades que trata de planificar o evaluar.

      La tercera opción solamente es radical en apariencia. Como la solución sofística que es, conduce a una sustitución de los programas de investigación por la demagogia de nuevas burocracias sindicales de los grupos de referencia cuyos intereses dicen defender. Pero además no resuelven el problema principal de cómo sostener una investigación que es interdependiente y costosa, independientemente de que sea aplicable o no a los intereses particulares.

      Se me ocurre que ninguna de las tres posiciones es demasiado consciente de las dificultades que tiene el contrato social en las sociedades complejas, globalizadas, multiculturales e interdependientes contemporáneas. Cometen el pecado de tener una visión demasiado estereotipada del complejo sistema de investigación y desarrollo, pero su mayor pecado es la ingenuidad de su filosofía política. Como si la democracia y la ciencia ya estuviesen garantizadas y fuese sencillo integrarlas. Pero no es así. No hay solución perfecta al problema de Platón. La ciencia y la tecnología tienen mal acomodo en una sociedad justa. De lo que no habría que sorprenderse, habida cuenta de que se trata de una institución que a la vez introduce un elemento de inestabilidad en las sociedades, pues las somete a una difícil transformación en lo más profundo de su identidad, en la imaginación de lo posible, y, en el otro extremo, es una condición necesaria en la formación de capacidades sociales para la satisfacción de las necesidades, y, por consiguiente, si atendemos a una idea de justicia basada en la libertad de agencia, constituye una columna básica del propio orden justo social. En esta doble existencia de institución que crea inestabilidad por su naturaleza dinámica y que al tiempo es una condición de la estabilidad social, la ciencia y la tecnología no están solas: las instituciones culturales y educativas tienen la misma característica esquizoide y por ello también son territorio continuo de enfrentamiento político entre las diversas concepciones sociales.

       El contrato social por la inserción de la ciencia y la tecnología en las sociedades democráticas

      No tenemos solución, pero sí tenemos instrumentos para encontrarla. El más efectivo es transformar nuestras democracias en repúblicas deliberativas, en las que se construya una esfera pública transparente, un ágora en el que Sócrates no sea condenado y en el que se escuchen y debatan sus argumentos. Un ágora suficientemente ilustrada para que Sócrates no desconfíe de la asamblea y se refugie en soluciones elitistas, de sectas y escuelas de seguidores. Un ágora en el que los expertos hablen con la voz y la cabeza alta, pero también lo hagan los ciudadanos legos, en el que todos hablen como ciudadanos. Es una posibilidad que abre las perspectivas de filósofos que tienen una mirada sensata acerca de las bases de legitimación de nuestras sociedades. Entre ellos destaca, me parece, John Rawls. Leamos este texto suyo a la luz del problema de cómo construir una política pública para el sistema de ciencia y tecnología.

      Rawls nos propone la idea de que el concepto de justicia sea un apelativo que impregne las razones esgrimidas en la esfera pública. Sustituyamos ahora el término justicia por cualquiera de los conceptos normativos que hemos ido examinando como fundamentos del sistema tecnológico: capacidades, agencia, etc. Observaremos que el texto nos muestra una forma lúcida y viable de entender la técnica en la democracia. Esto implica directamente que el concepto no puede ser impuesto, no puede venir dado independientemente de nuestras prácticas, en este caso cognitivas y técnicas, pero tampoco independientemente de las prácticas que establecen las formas de distribución del conocimiento y de las posibilidades tecnológicas en la sociedad. Esta aceptación social, tal como la concibe Rawls, debe mucho a la idea de contrato social, pero no debe entenderse este término como expresando un acto primigenio que, en virtud de alguna propiedad oculta (la de ser un equilibrio paretiano o algo así), determine las trayectorias futuras de la sociedad que acepta la conformación de un sistema de ciencia СКАЧАТЬ