Realidad: Novela en cinco Jornadas. Benito Perez Galdos
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Название: Realidad: Novela en cinco Jornadas

Автор: Benito Perez Galdos

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664181817

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СКАЧАТЬ pero es profundamente sugestivo y fascinable. Los milagros ¿qué son más que fenómenos de hipnotismo? Todas las religiones, incluso la cristiana, se fundan en eso.

      Teresa, amoscándose.

      ¡Eh!, cuidado: no me toquen á la religión. De las falsas hablen ustedes lo que gusten; pero de la verdadera...

      Infante.

      Y usted, ¿cómo siendo tan absolutista...?

      Teresa, irritada.

      Sí, señor, muy absolutista, muy católica, apostólica, romana, y al mismo tiempo muy popular, muy populachera. ¿Qué, no lo entiende usted, angelito?

      Monte Cármenes, asomándose á la puerta.

      ¿No ha concluído todavía el crimen?

      Augusta.

      Sí, sí; basta ya. Tilín, tilín; se suspende esta discusión. Orden del día...

      Entra Monte Cármenes. La conversación se generaliza y se deslíe, subdividiéndose.

       Índice

      Orozco, Calderón y Aguado aparecen en la sala de la derecha. En una de las mesas de ésta, continúan jugando al tresillo Cisneros, Malibrán y Pez. En otra juegan el Exministro y los Trujillos, padre é hijo.

      Orozco, á Aguado.

      No es exacto, repito, y buen tonto sería yo si tal hiciese.

      Aguado.

      Pues á mí me han dicho que, á no ser por usted, el Correccional de jóvenes delincuentes no se habría construído nunca.

      Orozco.

      Habladurías. He contribuído á esta obra benéfica en la misma medida que los demás iniciadores, y desempeño el cargo de tesorero de la Junta.

      Aguado.

      Ahí es donde cae usted, amigo mío. ¡Si todo se sabe! La Junta no recauda lo bastante para continuar con método las obras. Llega un sábado y faltan fondos para pagar los jornales de la semana. Pero no hay que apurarse: el buen Orozco tira del talonario, y...

      Orozco, risueño y calmoso.

      Pues estaría yo lucido. No, esas generosidades caen ya dentro del fuero de la tontería, y francamente, yo aspiro á que se tenga mejor idea de mí. El atribuirle á uno méritos que no posee, y que, por lo disparatados, no deben lisonjear á nadie, constituye una especie de calumnia, sí, señor, una calumnia de benevolencia, que si no se cuenta entre los pecados, no debe contarse tampoco entre las virtudes.

      Aguado.

      ¿De modo que, según ese criterio, yo soy un calumniador... al revés? Pues me corregiré, pierda usted cuidado; diré que es usted un pillo, un hombre sin conciencia; diré más: diré que el tesorerito este se da sus mañas para distraer cantidades del fondo del Correccional y aplicarlas á sus vicios.

      Orozco.

      Basta; no tanto. (Con jovialidad.) Pues mire usted: si se dijera eso, alguien lo creería más fácilmente que lo otro, siendo ambas cosas falsas.

      Aguado.

      No crea usted que la opinión pública se deja extraviar tan fácilmente por los difamadores. Ya ve usted las atrocidades que han dicho de mí. Que si me traje media isla de Cuba en los bolsillos; que si vendía los blancos como antes se vendían los morenos; mil tonterías. Pues si al principio se formó contra mí una atmósfera tan densa que se podía mascar, no tardé en disiparla con mi desprecio, y al fin la opinión me hizo justicia.

      Calderón.

      ¿Qué duda tiene? (Con ironía.) La reputación de usted es como el sol, que disipa las nieblas, y resplandeciendo en el cénit de la fama...

      Orozco.

      No te metas á hacer figuras, Pepe, que armas unos líos... Por supuesto, yo desconfío siempre de la voz pública, así cuando vitupera como cuando alaba, y creo que rarísima vez acierta.

      Aguado.

      Pues aguantar el chubasco, señor mío. De usted se dicen horrores: que costea solo ó casi solo las obras del Correccional para chicos; que le comen un codo las Hermanitas de la Paciencia; que viste todo el Hospicio dos veces al año, y qué sé yo...

      Orozco.

      Más vale que les dé por ahí. Yo también pienso echarme á panegirista de los amigos; diré que el señor de Aguado fundará un asilo para cesantes de Ultramar.

      Aguado.

      ¿Yo? Que los parta un rayo. Eso sí que no lo creerá bicho viviente. Para que me asilen estoy yo, no para asilar á nadie. Desnudo fuí y desnudo vine.

      Cisneros, terminando una jugada.

      Ea..., entregarse... No puede usted conmigo.

      Malibrán, paga, disimulando cortésmente su mal humor.

      Ahí va..., D. Carlos, he tenido el honor de que me gane usted seis duros.

      Cisneros.

      El honor de jugar conmigo se paga caro.

      Malibrán.

      Pero con gusto. (Aparte.) Maldita sea tu estampa, pícaro viejo. (Alto.) D. Carlos, dispénseme y deme de alta: tengo que marcharme. Calderón me sustituirá en el papel de víctima. (Se levanta; Calderón ocupa su sitio.)

      Calderón.

      No, lo que es á mí no me trastea D. Carlos. Prepárese usted, que le voy á abrasar vivo.

      Cisneros, barajando.

      Este Calderón es de cuidado; pero no puede conmigo. ¿Tienes dinero? Si no lo tienes, dile al benéfico Orozco que te llene los bolsillos, porque ahora la entregas. (Juegan.)

      Malibrán, á Orozco.

      ¡Ah, qué cabeza...! ¿Pues no me iba sin decirle á usted lo que más presente tenía?... Aquel muchacho que usted me recomendó... ¿No se acuerda? Ya le hemos metido en un viceconsulado de Asia.

      Orozco.

      Bien... Pues francamente, yo tampoco me acordaba. Ha hecho usted una buena obra: Ese joven es hijo de una pobre viuda...

      Malibrán.

      No tiene que agradecerme su colocación... Yo lo he hecho por usted.

      Orozco.

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