Realidad: Novela en cinco Jornadas. Benito Perez Galdos
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Название: Realidad: Novela en cinco Jornadas

Автор: Benito Perez Galdos

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664181817

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СКАЧАТЬ no te merezco, ya lo sé; ¡pero tiene uno tantas cosas que no merece! ¡Dios es tan bueno!... ¿Irás?

      Augusta.

      No quiero. Bien claro te lo digo.

      Federico.

      ¡Y yo que tenía que contarte tantas cosas!

      Augusta, con viva curiosidad.

      ¿Qué cosas? Cuéntamelas ahora.

      Federico.

      Ahora no puede ser. Te espero allá, ¿sí ó no?

      Augusta.

      He dicho que no voy. (Aturdida.) Lo pensaré... No, no, y mil veces no. Si fuera, iría para injuriarte, para decirte que te me estás haciendo aborrecible.

      Federico.

      Pues para eso. Vas, y allí, muy tranquilamente, nos tiraremos los trastos á la cabeza.

      Augusta.

      Cállate... Pueden oir... (Con miedo.) Te escribiré dos letras... No, no te escribo ni media letra; no me da la gana.

      Federico.

      Pero...

      Augusta.

      Basta... Cállate... Salgamos. (Aparece en la puerta del salón.)

      Orozco, á su mujer.

      Si tú no calmas á estos energúmenos, no sé qué va á pasar aquí. Siéntate al piano, que la música á las fieras domestica.

      Oficial de Artillería, á Augusta.

      Es gracioso: los cuatro son ministeriales, y vea usted cómo están. Música, música. (Augusta se sienta al piano y preludia.)

      Aguado, aparte.

      Música tenemos. Tocará seguramente esas cosas que á mí me aburren. De buena gana me plantaría en la calle. ¡Beethoven, Chopín! Os cambio por una de aquellas habaneritas... Pero si lo digo, me llamarán vulgo. Fingiré que estoy en éxtasis.

      Infante, corriendo hacia el piano.

      Augusta, por amor de Dios, la sonata 14, el clair de lune...

      Exministro.

      Música, arte. Parta un rayo á la política.

      Villalonga.

      Tiene la palabra el Sr. de Beethoven.

      Todos ríen, se alegran, y algunos se sientan para disfrutar de la buena música.

      Augusta, para sí, tocando.

      ¡Para tocatas estoy yo! Dios tenga piedad de mí.

       Índice

      Alcoba en casa de Orozco. Dos camas, una á cada lado de la estancia.

      Orozco, sentado, meditabundo. Augusta, que entra, vestida aún de sociedad.

      Orozco, para sí.

      Ya deseaba que se fueran. Me siento esta noche más fatigado que nunca.

      Augusta, para sí.

      Gracias á Dios que me he quedado sola. ¡Tener que sonreír y tocar el piano para que los demás se diviertan!...

      Orozco, alto.

      La música me pone triste esta noche. ¿A qué lo atribuyes tú?

      Augusta, absorta, no contesta sino después de una pausa.

      Perdona: estaba distraída.

      Orozco.

      Te digo que la música me ha puesto triste...

      Augusta, alarmada.

      ¿Tú triste?... ¿Por qué?... ¡Ah!, la pícara imaginación. Es que de algún tiempo á esta parte cavilas demasiado, y te fijas más de lo conveniente en asuntos que por tu posición debieras mirar con calma. Ahí tienes por qué te desvelas tan á menudo. Cuando no se duerme bien, querido, toda la máquina anda mal, y el espíritu más valiente se desmaya.

      Orozco.

      De veras que duermo mal, y no sé á qué atribuirlo. Ello debe de ser contagioso, porque tú también, al menos anoche, estuviste muy despabilada.

      Augusta.

      Es que cuando te siento despierto, yo no puedo dormir... No creas, á mí no me importa. Resisto perfectamente el insomnio. Este cerebro mío no trabaja ordinariamente lo que el tuyo. A ti te pasa lo que á muchos que, hallándose dotados de grandes energías, no saben en qué emplearlas, por haberse encontrado resueltos los principales problemas de la vida. No hay ningún asunto grave, de tu propio interés, que ocupe tu ánimo, y para llenar este vacío buscas fuera mil extrañas cosas, y te las apropias, y les das un calor que no debieran tener para ti.

      Orozco, aparte, ensimismado.

      ¡Qué lejos de mí, pero qué lejos, veo á mi mujer!

      Augusta.

      Ya te afanas porque los muchachos delincuentes tengan un asilo en que se les corrija; ya te interesas por las niñas abandonadas, como si fueran tuyas. Ó bien das en proteger á ingratos, en salvar de la miseria á los que se han arruinado por informales ó tramposos... No, yo no te censuro que seas caritativo y ayudes al prójimo. Pero todo tiene su límite, hasta la bondad. Para todo hay una medida en lo humano.

      Orozco.

      Vida mía, me juzgas mejor de lo que soy. Mira tú: si cavilo á ratos, es porque recelo no cumplir bien los deberes que me impone mi posición. Algunas noches he dormido mal, porque la conciencia intranquila y como quisquillosa me turbaba el sueño...

      Augusta, sorprendida.

      ¡Tú... con la conciencia intranquila..., tú!... El hombre mejor del mundo. ¡Alabado sea Dios!... (Persignándose.) Tomás, tú no sabes lo que te dices.

      Orozco.

      En esto de la conciencia, hija mía, cada triunfo que se alcanza trae nuevos anhelos de alcanzar más. Cuando uno se deja entumecer por el egoísmo, la conciencia se atrofia, como órgano sin uso, y hasta llegamos á cometer mil iniquidades sin advertirlo. Pero cuando nos aficionamos, por esta ó la otra causa, á la contemplación de la idea moral y á recrearnos en ella, ¡ay!..., entonces, Augusta, mientras más СКАЧАТЬ