Название: Realidad: Novela en cinco Jornadas
Автор: Benito Perez Galdos
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 4057664181817
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Orozco.
Sí. Sólo por su sinceridad merece usted la breva. Yo siento mucho que, sin comerlo ni beberlo, hayamos venido á ser rivales.
Villalonga.
Rivales no. En este caso, hay que hacer justicia al mérito y quitarle el sombrero. La posición, la riqueza de usted justificarían mi preterición, si no hubiera otros motivos.
El Exministro, que ha salido poco antes con ambos Trujillos de la sala de juego, y ha oído lo dicho últimamente por Villalonga, le coge por la solapa y con desentono le dice:
Pero ven acá, impertinente, ¿para qué quieres tú la senaduría vitalicia? ¿Crees que eso se puede cambiar por una Dirección? ¿Crees que eso se da á la gente insegura y á los veletas como tú?
Villalonga, reprimiendo su ira.
¿Y para qué querías tú la cartera, grande hombre pequeñísimo?
Exministro.
¡Yo! ¡Si yo no la quería...!
Villalonga.
Que no..., ¡angelito! Como que si no te la dan te mueres. Cuántas veces, en días de crisis, me dijiste: «Jacinto, por Dios, ¿le has hablado al Presidente? ¿Crees tú que iré yo ahora?» Y al fin fuiste. Y te ayudamos los amigos, jaleándote hasta tres meses después, y dándote un bombo fenomenal. Conque prudencia; que yo no me muerdo la lengua, y en historia contemporánea no me gana nadie.
Exministro.
Ni en hablar más de la cuenta tampoco. Siempre disolvente, adondequiera que vas. Parece mentira que teniendo tanto talento, te hayas empeñado en probar tu inutilidad.
Villalonga.
Pues te diré que... (Conteniéndose.) En fin, no quiero enfadarme.
Exministro.
Aunque te enfadaras...
Orozco.
Vaya, señores, envainen los aceros.
Aguado, apartando á Orozco del grupo.
Deje usted á los compadres que se peleen. Buen par de chanchulleros están los dos. Y Jacinto hace bien en tomarle el pelo al otro. Me ha contado que le tuvo hace quince años en la redacción del Fanal, trabajando de tijera. Explíqueme usted estas elevaciones. ¡Qué país! (Villalonga y el Exministro signen disputando con viveza, pero sin faltar á la cortesía.)
Orozco.
Jacinto es muy listo y vale mucho; pero su inconstancia le pierde. Habría sido ya ministro, si no tuviera la desgracia de encontrarse mal dondequiera que está.
Trujillo, padre, con displicencia.
Todos lo mismo. Unos por consecuentes, otros por inconsecuentes, ¡bueno tienen el país, bueno!
Villalonga, disputando con el Exministro.
No hay quien te baraje. Los hombres de talento, cuando dan en desbarrar...
Exministro.
¡Si quien desbarra eres tú! ¡Lo repito, parece mentira que teniendo tantísimo talento...!
Villalonga.
No te haces cargo de nada... Pero escucha.
Exministro.
Permíteme, bruto...
Teresa Trujillo, que sale de la sala japonesa y busca á su hijo.
¿En dónde está mi artillero? ¡Ah! (Cogiéndole del brazo.) Ven acá, hijo de mi alma. Vámonos, sácame de aquí.
Orozco.
¿Pero se va usted? No lo consiento.
Teresa.
¡Ay, Tomás, tiene usted su casa infestada de Cuadradismo! Aquí no puede estar una persona que se interesa por la justicia.
Orozco.
Pues yo creí que usted había convertido á mi mujer á la sana doctrina Saraísta.
Teresa, picada.
¡Quiá!, siempre ha de llevarme la contraria. Si siguiéramos disputando, acabaríamos por reñir, como este par de tontos. (Por el Exministro y Villalonga.)
Infante, que sale con el Marqués de Cícero de la sala japonesa.
¿Qué rebullicio es este? Lo de siempre, discutiendo sobre cuál ha hecho más tonterías.
Monte Cármenes.
Diciéndoles que hay crisis, puede que se pongan de acuerdo.
Infante, interviniendo en la disputa.
Señores, cese la discordia. El Ministerio está de cuerpo presente.
Los disputadores no se aplacan; Infante y Monte Cármenes se ingieren en la discusión, y Orozco, Cícero, Teresa Trujillo, su esposo y su hijo les contemplan sonriendo. En la sala de la izquierda se quedan solos Augusta y Federico.
Augusta, en pie, airada.
Al fin se ha ido Manolo, el centinela de vista, y podemos hablar un instante. Tengo que decirte que te estás portando indignamente.
Federico.
Yo, ¿por qué? (Va á la puerta, atisba y retrocede.) También yo deseaba que estuviéramos solos, para poder decirte...
Augusta.
No quiero saber nada. ¡Seis días sin verme!
Federico.
Por culpa tuya.
Augusta.
No; tuya, mil veces tuya... No sé qué tienes en esos ojos... La traición, la mentira y el cinismo. (Muy agitada.) Ya me estoy acostumbrando á la idea de que te vas de mí, atraído por personas indignas, que no quiero ni debo nombrar.
Federico.
No digas disparates. ¿Te espero mañana?
Augusta.
No, repito que no. (Mirando al salón con recelo.) СКАЧАТЬ