Название: Realidad: Novela en cinco Jornadas
Автор: Benito Perez Galdos
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 4057664181817
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Sí, corra; corra allá, no se vaya á alterar el equilibrio europeo... Me parece á mí que entre él y ese pillo Bismarck están tramando algo. ¡Buen par!
Malibrán.
¡Ay qué mala, qué burlona!
Villalonga.
Esos trabajos nocturnos en Estado, me figuro lo que son: unas juerguecitas muy disolutas en donde yo me sé.
Augusta.
Claro, y á eso llaman el arbitraje de España en la cuestión entre Nicaragua y... qué sé yo qué. Todo lo arreglan éstos con cañitas de manzanilla.
Malibrán.
¿Y por qué no?
Cisneros, cogiendo por el brazo á Malibrán y llevándosele.
Ande usted, perdido.
Malibrán.
Don Carlos, á sus órdenes. Pero hasta las once y media nada más. Sin broma, tenemos que trabajar en el Ministerio. Busque usted quien nos haga el pie.
Augusta, dirigiéndose á la sala japonesa, seguida de Villalonga y Cícero.
¿Qué es eso de las francachelas de Malibrán?
Villalonga.
El se lo contará á usted. No es corto de genio. Pertenece á la escuela moderna de la sinceridad.
Malibrán, aparte, en el salón, mientras Cisneros trata de reclutar otro tresillista.
¡Esta condenada... hasta se permite ponerme en solfa... á mí! No se rinde, no. ¿Si acertará Infante, que la tiene por la virtud más incorruptible y la fortaleza más inexpugnable?... Eso lo veremos... ¡Y ahora tengo que aguantar las latas de este buen señor, y dejarme ganar cinco ó seis duros, adorando la peana por el santo! Lo peor es que en toda esta quincena, en los almuercitos del papá, nunca he podido cogerla sola. ¡Siempre allí el tontín de Infante, ó Federico Viera! Y la única vez que faltaban convidados, hizo el vejete castellano la gracia de no quedarse dormido, como de costumbre. A este tío quisiera yo darle un disgusto, por ejemplo, probándole que el Greco que ha adquirido ahora no es tal Greco, sino un Mayno de los peores, y el que supone Valdés Leal un Antolínez el Malo.
Cisneros.
Ea... ya tenemos tercero, el amigo Pez. (Pasan á la sala de la derecha y juegan. Trujillo, padre é hijo, y el Exministro hacen otra partida en la mesa próxima.)
ESCENA III
Los mismos. Manolo Infante entra en el salón y lo recorre, observando con precaución. Atisba por la puerta de la izquierda.
Infante.
Está en la sala japonesa con Cícero, Villalonga y no sé quién más. Malibrán ha comido aquí hoy. ¿Se habrá marchado ya? Probablemente; es de los invitados esta noche por la Peri... (Mirando por la puerta que da á la sala de juego.) ¡Ah!, no; está haciéndole la partida á Cisneros, y dejándose ganar. ¡Cómo le adula fingiendo creer que son de grandes maestros las tablas viejas y podridas que el otro compra en el Rastro, y soportando sus tresillos!... Por allí suena la voz de Villalonga diciendo graciosos disparates... Y Orozco ¿dónde andará? Oigo el chasquido de las bolas... Huyamos por esta noche de los carambolistas. A Federico no le veo ni le oigo; pero no ha de tardar. Observaremos...
Monte Cármenes, que sale del billar y atraviesa la sala de juego y el salón.
Dios le guarde.
Infante.
A la orden, mi Conde.
Monte Cármenes.
¿Qué ha habido esta tarde?
Infante.
Nada; una sesión aburridísima. El consabido chubasco de preguntas rurales, hasta las cinco, y en la orden del día la insufrible lata de petróleos en bruto. ¿No fué usted?
Monte Cármenes.
No. Me revienta el tema de estos días en aquellos pasillos. Tanto hablar de inmoralidad le revuelve á uno los humores. Y luego que si hay crisis, que si no debe haberla, que si vira, que si torna... Esto divierte un día, dos; pero luego marea. Y eso que yo gasto la gran pachorra: á cada cual le doy por su gusto, y al que me dice que no podemos vivir sin crisis, le contesto que me parece bien, y al otro lo mismo, y siempre bien, siempre en el mejor de los mundos posibles.
Infante.
Es verdad.
Monte Cármenes.
Vamos á ver qué hay por aquí. (Entran ambos en la sala japonesa.)
Augusta, á Infante.
Manolo, dichosos los ojos... Hoy hemos hablado muy mal de ti... ¿Por qué no viniste á comer?
Infante.
¡Desdichado de mí! He tenido que comer con una comisión de mi distrito que viene á gestionar la rebaja del cupo de consumos. Me gustaría que probaras un convite de estos para que vieras lo resalado que es.
Augusta.
Gracias, me lo figuro. ¡Y has tenido que aguantar..., pobre ángel!
Infante.
Y oírles, y agasajarles, y fingir que estoy muy indignado con el Ministro, y prometer, dándome un golpe de pecho..., así, que si el Ministro no me complace, le pondré verde con una preguntita sobre la corta de pinos en Rebollar. Y añade á esto los chismes de aldea que he tenido que oir. Al fin pude zafarme de ellos, diciendo que me había citado el Director de Obras Públicas para ponernos de acuerdo sobre el emplazamiento de la estación del ferrocarril en construcción, y con esto les dí el esquinazo, y se fueron tan ternes á ver una funcioncita en Lara.
Augusta.
¡Pobres baturros, cómo te diviertes con su inocencia! Pues mira, eso es una gran inmoralidad. (Entra Aguado bruscamente.) ¡Ay!, me ha asustado usted. En cuanto se habla de inmoralidad, se nos presenta este hombre, como caído del cielo.
Aguado.
Señora, no caigo del cielo, sino que entro en él, pues entro donde usted está.
Augusta.
¡Ave María Purísima! ¡Cuánta finura! ¡Qué metafórico está el tiempo!
Aguado.
Yo no las gasto menos.
Augusta.
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