El Doctor Centeno (novela completa). Benito Perez Galdos
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Название: El Doctor Centeno (novela completa)

Автор: Benito Perez Galdos

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 4057664189493

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СКАЧАТЬ era una mano de cartón que, en vez de sangre, estaba llena de cosquillas. Para someterla á la voluntad, el angustiado alumno alargaba el hocico, hacía trompeta de sus labios, distendía todos los músculos de su cuerpo, contraía los dedos de los pies... Ni por esas: sólo conseguía mancharse de tinta hasta el codo, y en tanto el infame palote no salía. Daba grima ver aquel trazo curvo, erizado de púas como un cardo... Y cuando, al fin, parecía que iba saliendo un poquito más derecho... ¡cataplum! un coscorrón del pasante que le hacía soltar el papel para llevarse la mano á la parte dolorida, y rascársela cuanto permitieran las iracundas miradas de don Pedro... Nueva tentativa, nuevo fracaso acompañado de esta lluvia de flores:

      —Burro, eso no es escribir: eso es dar coces...

      En lectura iba bien. Pero cuando, pasado algún tiempo, le pusieron á desflorar los elementos de las artes y las ciencias... ¡Dios misericordioso, amparo de la ignorancia!... Nada, nada: Polo y don José Ido convinieron unánimes en que carecía absolutamente de memoria y entendimiento. No había fuerza humana que pudiera hacerle decir bien ninguna de aquellas sabias definiciones que compendian la sabiduría de nuestros libros escolares. No son para contados los testimonios que levantaba y los trastrueques que hacía al intentar decir que el participio es una parte de la oración que participa de la índole del verbo y del adjetivo. En otras definiciones se trabucaba más por no conocer el valor y significado de las palabras. ¡Flojita cosa era para él saber lo que es Gramática! ¡Re-córcholis, si no sabía lo que es arte... si no sabía lo que quiere decir correctamente!... Por algo, sí, por algo, Dios de justicia, pensaba el pobre Centeno que fabricar ciertas definiciones y asar la manteca eran cosas harto semejantes.

      Luego venía la Historia Sagrada con sus cáfilas de nombres, sus genealogías, sus guerras, sus episodios patéticos y trágicos. Aquello era otra cosa. Aun en insulso extracto, la historia de Israel ofrece interés á la infancia. Pero el entendimiento del pobre Centeno no estaba hecho, no, para retener tanto y tanto nombre de individuos y pueblos. Deploraba la fecundidad de Jacob, y las tribus le traían á mal traer, porque confundía una con otra, ó le colgaba un parentesco al más pintado. Él no sabía de linajes, ¡contra! y lo mismo daba Juan que Pedro. Un día cometió un desliz bíblico-mitológico achacando á Nabucodonosor excesos y desmanes del señor de Júpiter; y al ver que todos se reían, dijo con mucho desenfado:

      —Lo mismo da: tan pillo era el uno como el otro.

      La algazara que produjo esta observación fué tan grande, que don Pedro tuvo que dar zurribanda general para imponer silencio, aunque él mismo no contenía la risa.

      Venía luego la Doctrina Cristiana. Al fin, al fin se iba á lucir. Como que ya sabía él algo, y aun algos, de cosa tan buena, santa y admirable, de que se deriva la máquina toda del humano saber. Pero á las primeras de cambio, ¡Dios de los tontos! empezó mi sabio á desbarrar. Érale imposible retener en la memoria las respuestas que comprenden y definen los altos principios del Cristianismo. Cuando las cláusulas eran breves y sencillas, menos mal: mi hombre las espetaba de corrido; pero ¡ay! cuando venía una de aquellas cosas hondas, largas, enrevesadas y obscuras que guardaba el librito en sus últimas hojas, ya era Felipe hombre perdido... Allá iban proposiciones que harían estremecer de espanto á los Santos Padres. ¡Risas, escándalo y patadas en la clase! No se ha visto ni verá más atrevido heresiarca. ¡Decir que la gracia es un sér divino que nos hace esclavos del demonio!... ¡Ciérrate, boca nefanda!

      Un día, que fué de los más infelices que tuvo Centeno en la casa de don Pedro, á los tres meses de haber entrado en ella; un día en que todo lo dijo mal y lo hizo peor, y echó por aquella boca los más horribles despropósitos que pueden oirse, don Pedro tuvo una idea entre humorística y sanguinaria que al punto quiso poner por obra como saludable escarmiento y visible lección de sus alumnos. Porque cuando el tal don Pedro, siempre tan serio y ceñudo, con aquella cara de juez inexorable y aquella expresión de patíbulo, tenía humoradas, eran éstas ferozmente irónicas, verdaderas caricias de puñal, como los epigramas de Shakespeare. Cogió á Felipe, me le puso de rodillas sobre un banco, le encasquetó en la cabeza el bochornoso y orejudo casco de papel que servía para la coronación de los desaplicados. Luego, en el airoso pico de esta mitra, colgó un papel que decía con letras gordas, trazadas gallardamente por don José Ido: El Doctor Centeno.

      ¡Dios de Dios, qué risa, qué estruendo, qué ovación! Aquel día tuvo don Pedro humor burlesco. Su alma de pedernal echaba chispas, y de su verbosidad chancera brotaban cuchillos. De sus chistes resultaba el escarnio. Paseándose delante de la víctima, con la palmeta en la mano, decía:

      —Este señor vino á Madrid para ser médico. Como es tan aprovechado, tan sabio, tan eminente, pronto le veremos con la borla en la cabeza... Ánimo, hombre, no llores... No hay carrera sin trabajos... Ya estás á medio camino. Si sabes más que ese tintero... Serás médico: tómale el pulso á la pata de la mesa.

      ¡Risas, confusión, aplausos, bramidos! Don Pedro era el maestro más gracioso...

      VI

       Índice

      Por desgracia de Centeno, la antipatía que inspiró á doña Claudia, en vez de disminuir con el tiempo, iba creciendo fomentada por el carácter seco y desabrido de aquella señora. Era la roca árida en que había nacido la negra encina que llamamos don Pedro Polo. Luego la maldita criada agravaba la situación de Felipe con sus enredosos chismes. De todo lo malo que en la casa pasaba había de tener la culpa el sin ventura hijo de Socartes. Si algo traía, traíalo tarde; si se le confiaba cualquier faena de la cocina, echábala á perder; si redoblaba su esmero, resultaba que, por atropellar las cosas, salían mal; si al ir á comprar algo lo hacía con poco dinero, lo que había traído era detestable; si resultaba caro, era un sisón; si hablaba, era entrometido; si se callaba, sin duda estaba meditando picardías; si se limpiaba la ropa, era un presumido; si no, era un Adán. En resumidas cuentas, habría deseado el Doctor (pues dieron en llamarle de este modo, y también el Doctorcillo) tener la sabiduría de aquel señor tan despejado de que habla la Historia Sagrada, Salomón, para poder complacer á la doméstica y á la señora. Los regaños de ésta, importunos y soeces, le ponían en tal tristeza, que le entraban deseos de marcharse de la casa. Viendo que sus leales esfuerzos no tenían estímulo ni recompensa, desmayaba su valeroso ánimo, y lo mismo le importaba cumplir que no. Así, cuando iba á recados, se detenía en las calles mirando los escaparates ó añadiéndose al corro que por cualquier motivo se formara, ó entablando sabroso palique con éste ó el otro amigo.

      En tanto, las horas de servicio crecían de lo lindo y las de enseñanza mermaban. Viéndole cada día más torpe, apenas se le tomaba lección de aquellas condenadas materias que tan poca gracia le hacían, y el gran don José Ido, al llegar á él, decía:

      —Mira, Doctor, más vale que te vayas á subir agua, que estas cosas no son para tí.

      Y él veía el cielo abierto, porque más le gustaba y más le instruía sacar agua del pozo y cargar una cuba que repetir aquello de que el artículo sirve para entresacar el nombre de la masa común de su especie.

      De las enseñanzas de la escuela, lo único que le agradaba era la Geografía. Cierto día, teniendo delante un mapa muy bonito, donde se veían los países pintados con rayas y masas de colores, y el mar azul y las islas de extraña forma, sintió una tentación que sin duda debía de ser mala. ¡Diablos de chicos, no hay cosa que no inventen!... Pues se le ocurrió nada menos que dejar á un lado los palotes, como se arroja fatigosa carga, y ponerse con toda su alma á retratar el mapa, imitando los contornos y perfiles que allí parecían el propio rostro de las naciones. ¡Qué lástima no tener caja de pinturas, ó al menos lápices de colores! Así, СКАЧАТЬ