Si Ella Viera . Блейк Пирс
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      Olivia sentía como si su corazón se hubiera detenido. Retrocedió lentamente en tanto la realidad de lo que estaba viendo iba siendo asimilada. Sentía como si una pequeña parte de su mente se hubiera desprendido y estuviera flotando por allí.

      Otra palabra se formó en su lengua —Papá— mientras retrocedía lentamente para alejarse.

      Pero entonces fue cuando lo vio. Estaba justo allí, en el piso, echado delante de la mesa de café y con tanta sangre sobre él como sobre su madre. Descansaba boca abajo, inmóvil. Pero se veía como si estuviera de alguna forma a gatas, como si hubiera intentado escapar. Mientras se hacía cargo de todo esto, Olivia vio en su espalda lo que parecían seis heridas bien visibles, causadas por arma blanca.

      De pronto comprendió por qué su madre no había respondido su mensaje. Su madre estaba muerta. Su padre, también.

      Sintió que un grito subía por su garganta mientras hacía un esfuerzo por destrabar sus piernas. Sabía que quienquiera que hubiese hecho esto podría todavía estar allí. Ese pensamiento logró que saliera el grito, que afloraran las lágrimas, y que se destrabaran sus piernas.

      Olivia salió volando de la casa y corrió —y corrió— y no dejó de correr hasta que se atragantó con sus gritos.

      CAPÍTULO UNO

      Era gracioso lo rápido que había cambiado la actitud de Kate Wise. En el año pasado como jubilada, había hecho todo lo que había podido para evitar la jardinería. Jardinería, tejido, clubes de bridge —e incluso clubes de lectura—, a todos los había evitado como la plaga. Todos parecían lugares comunes sobre lo que hacían las mujeres retiradas.

      Pero unos meses de regreso a las riendas del FBI habían hecho algo con ella. No era tan ingenua como para pensar que la habían reinventado. No, simplemente le habían devuelto el vigor. De nuevo tenía un propósito, una razón para esperar anhelante el siguiente día.

      Así que quizás por eso era que veía bien acudir ahora a la jardinería como un pasatiempo. No era relajante, como había creido que sería. En todo caso, la ponía ansiosa; ¿por qué invertir tiempo y energía en plantar algo si estabas trabajando con el clima en contra para asegurarte de que permaneciera vivo? Con todo, había gozo en ello —en poner algo en la tierra y ver sus frutos pasado el tiempo.

      Había comenzado con flores —margaritas y buganvillas en principio— y luego siguió con una pequeña huerta en la esquina derecha del fondo de su patio. Allí era donde estaba en ese instante, amontonando tierra alrededor de una planta de tomate, y poco a poco dándose cuenta de que no había tenido interés alguno en la jardinería hasta que se convirtió en abuela.

      Se preguntó si ello tenía algo que ver con la evolución de su naturaleza maternal. Libros y amistades le habían dicho que había algo distinto en ser abuela —algo que una mujer nunca llegaba a palpar en realidad siendo madre.

      Su hija, Melissa, le había asegurado que ella había sido una buena madre. Era una convicción que Kate necesitaba renovar de tiempo en tiempo, dada la forma como se había desarrollado su carrera. Reconocía que había puesto su carrera por encima de su familia por demasiado tiempo y se podía considerar afortunada por el hecho de que Melissa no le hubiera guardado resentimiento por ello —excepto por el período que siguió a la pérdida de su padre.

      Ah, esto es lo inconveniente de la jardinería, pensó Kate mientras se ponía de pie y se sacudía manos y rodillas. La mente tiende a vagar. Y cuando eso sucede, el pasado viene sigiloso, sin ser invitado.

      Se alejó del jardín, cruzando el patio de su casa en Richmond, Virginia, en dirección al porche trasero. Tuvo el cuidado de quitarse en la puerta sus Keds llenos de tierra. Dejó caer también sus guantes junto a ellos, porque no quería que entrara tierra en la casa. Había pasado los dos días anteriores limpiándola. Esa noche iba a hacer de niñera de Michelle, su nieta, y aunque Melissa no estaba obsesionada con la pulcritud, Kate quería que el lugar brillara de limpio. Habían pasado casi treinta años desde que había estado en compañía de un bebé y no quería correr riesgos.

      Echó un vistazo al reloj y frunció el ceño. Esperaba compañía en quince minutos. Ese era otro aspecto negativo de la jardinería: perdías con facilidad la noción del tiempo.

      Se refrescó en el baño y luego fue a la cocina a hacer café. Ya estaba colando cuando sonó el timbre. Contestó de inmediato, feliz como siempre de ver a las dos mujeres con las que había pasado unas horas, al menos dos veces a la semana, por algo más de año y medio.

      Jane Patterson pasó de primero, trayendo una bandeja de pastas. Eran galletas danesas hechas en casa, que habían ganado el certamen Carytown Cooks por dos años seguidos. Clarissa James venía detrás de ella con un gran cuenco de fruta fresca rebanada. Ambas venían con hermosos atuendos que hubieran funcionado tanto para asistir a un brunch en casa de una amiga como para ir de tiendas —algo que ambas hacían a menudo.

      —Has estado en el jardín, ¿no es así? —preguntó Clarissa al poner el pie todas junto al mostrador de la cocina.

      —¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Kate.

      Clarissa apuntó al cabello de Kate, justo por debajo de los hombros, donde casi terminaba. Kate se llevó la mano hasta allí y descubrió que había pasado por alto un poco de tierra que de alguna manera había terminado en su cabello. Clarissa y Jane rieron ante esto y Jane quitó el plástico que envolvía sus galletas danesas.

      —Rían todo lo que quieran —dijo Kate—. No estarán aquí cuando esas ramas de tomate estén cargadas.

      Era la mañana de un viernes, lo que automáticamente la hacía buena. Las tres mujeres se colocaron alrededor del mostrador de la cocina de Kate, sentándose en taburetes, comiendo su brunch y bebiendo café. Y aunque la compañía, la comida, y el café estaban buenos, era difícil pasar por alto la pieza que faltaba.

      Debbie Meade ya no era parte del grupo. Luego que su hija había muerto, como una de las tres víctimas de un asesino que Kate había atrapado al final, Debbie y su esposo, Jim, se habían mudado. Estaban viviendo en un lugar cercano a la playa, en Carolina del Norte. Debbie le enviaba fotos de la costa de vez en cuando, solo para alardear en broma. Llevaban dos meses viviendo allí y parecían felices, habiendo superado la tragedia.

      La conversación fue mayormente ligera y placentera. Jane habló acerca de cómo su marido tenía en mente retirarse el año entrante y que ya había empezado a planear la redacción de un libro. Clarissa compartió noticias de sus dos hijos, ambos veinteañeros, y de cómo habían sido ascendidos.

      —Hablando de hijos —dijo Clarissa—, ¿cómo le va a Melissa? ¿Le encanta la maternidad?

      —Oh, sí —dijo Kate—. Está totalmente loca con su bebita. Una bebita que estaré cuidando esta noche, de hecho.

      —¿Por primera vez? —preguntó Jane.

      —Sí. Es la primera vez que Melissa y Terry van a salir sin la bebé. Como una salida para pasar la noche fuera.

      —¿Ya está activado el Modo Abuela? —preguntó Clarissa.

      —No sé —dijo Kate con una sonrisa—. Supongo que lo averiguaremos esta noche.

      —Sabes —dijo Jane—, podrías regresar en el tiempo y hacer de niñera СКАЧАТЬ