Название: Un Sueño de Mortales
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Героическая фантастика
Серия: El Anillo del Hechicero
isbn: 9781632916853
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Darius examinaba las caras lo mejor que podía, pero no reconocía a nadie.
“¡Darius!” susurró una voz con insistencia. “¡No te vuelvas a desmayar! ¡Te matarán!”
El corazón de Darius dio un brinco ante el sonido de aquella voz familiar y, al darse la vuelta, vio a algunos hombres tras él en la fila, Desmond, Raj, Kaz y Luzi, sus viejos amigos, los cuatro encadenados, con la misma apariencia de haber sido golpeados con crueldad que él debía tener. Todos lo miraban aliviados, felices de ver que estaba vivo.
“Vuelve a hablar”, dijo un capataz furioso a Raj, “y te cortaré la lengua”.
Darius, aunque aliviado de ver a sus amigos, se preguntaba por los incontables otros que habían luchado y servido con él, que lo habían seguido hasta las calles de Volusia.
El capataz avanzó por la fila y, cuando estaba fuera de su vista, Darius se dio la vuelta y susurró.
“¿Qué pasó con los demás? ¿Sobrevivió alguien?”
Rogaba en silencio que sus centenares de hombres lo hubieran conseguido, que estuvieran esperando en algún lugar, quizás prisioneros.
“No”, la respuesta decisiva vino de detrás de ellos. “Nosotros somos los únicos. Todos los demás están muertos”.
Darius sintió como si le hubieran dado un puñetazo en la barriga. Sentía que había defraudado a todo el mundo y, a su pesar, sintió cómo una lágrima corría por su mejilla.
Tenía ganas de llorar. Una parte de él quería morir. Apenas podía concebirlo: todos aquellos guerreros de todas aquellas aldeas esclavas… Había sido el comienzo de lo que iba a ser la mayor revolución de todos los tiempos, que cambiaría la faz del Imperio para siempre.
Y todo había terminado bruscamente con una matanza masiva.
Ahora cualquier posibilidad de libertad que hubieran tenido estaba destruida.
Mientras Darius caminaba, con la agonía de las heridas y los moratones, de las cadenas de hierro que se clavabna en su piel, miraba a su alrededor y empezaba a preguntarse dónde estaba. se preguntaba quiénes eran aquellos otros prisioneros y hacia dónde los llevaban a todos. Mientras los observaba, se dio cuenta de que todos eran más o menos de su edad y todos parecían estar extraordinariamente en forma. Como si todos ellos fueran guerreros.
Giraron una curva en el oscuro túnel de piedra y, de repente, se encontraron con la luz del sol, que se colaba por las barras de hierro de la celda de más adelante, al final del túnel. A Darius lo empujaron bruscamente, le golpearon con un garrote en las costillas, se precipitó hacia delante con los demás hasta que se abrieron las barras y, con una última patada, salió a la luz del sol.
Darius tropezó junto a los demás y cayeron en grupo sobre el barro. Darius escupió barro de su boca y levantó las manos para protegerse de la fuerte luz del sol. Algunos fueron a parar encima de él rodando, todos ellos enredados con las cadenas.
“¡De pie!” gritó un capataz.
Iban caminando de chico en chico, golpeándolos con los garrotes, hasta que al final Darius consiguió ponerse de pie junto a los demás. Tropezaba mientras los otros chicos, que estaban encadenados a él, intentaban recuperar el equilibrio.
Estaban de pie de cara al centro de un patio de barro circular, quizás de unos quince metros de diámetro, rodeado de altos muros de piedra, con las barras de las celdas alrededor de sus aberturas. De cara a ellos, en el centro, con el ceño fruncido, estaba un capataz del Imperio, claramente su comandante. Tenía un aspecto amenazante, era más alto que los demás, con sus cuernos y su piel amarillos y sus brillantes ojos rojos, sin camiseta, con los músculos protuberantes. Llevaba armadura en las piernas, botas, piel con tachones alrededor de las muñecas. Llevaba el rango de un oficial del Imperio y andaba arriba y abajo, examinándolos a todos con desaprobación.
“Me llamo Morg”, dijo, con una voz oscura, que resonaba con autoridad. “Os dirigiréis a mí como señor. Soy vuestro nuevo carcelero. Ahora soy toda vuestra vida”.
Mientras caminaba de un lado a otro, su respiración parecía más bien un gruñido.
“Bienvenidos a vuestro nuevo hogar”, continuó. “Vuestro hogar provisional, de hecho. Pues antes de que la luna esté arriba, todos vosotros estaréis muertos. De hecho, yo tendré el gran placer de veros morir a todos”.
Sonrió.
“Pero mientras estéis aquí”, añadió, “viviréis. Viviréis para complacerme. Viviréis para complacer a los demás. Viviréis para complacer al Imperio. Ahora sois nuestros objetos de entretenimiento. Nuestros objetos para el espectáculo. Nuestro entretenimiento significa vuestra muerte. Y lo llevaréis a cabo bien”.
Hizo una sonrisa cruel y mientras continuaba paseando, los examinaba. En la distancia se oyó un gran grito proveniente de algún lugar y todo el suelo tembló a los pies de Darius. Sonaba como el grito de cien mil ciudadanos sedientos de sangre.
“¿Oís aquel grito?” preguntó. “Es el grito de la muerte. Una sed de muerte. Allí, tras aquellos muros, se encuentra el gran circo. En aquel circo, lucharéis con otros, lucharéis entre vosotros, hasta que no quede ninguno de vosotros”.
Suspiró.
“Habrá tres rondas de batalla”, añadió. “En la última ronda, si alguno de vosotros sobrevive, se os regalará la libertad, se os regalará la oportunidad de luchar en el mayor de los circos. Pero no tengáis muchas esperanzas: nadie ha sobrevivido jamás hasta ahora.
“No moriréis rápidamente”, añadió. “Estoy aquí para asegurarme de ello. Quiero que muráis lentamente. Quiero que seáis grandes objetos de entretenimiento. Aprenderéis a luchar, y aprenderéis bien, para alargar nuestro placer. Porque ya no sois hombres. No sois esclavos. Sois menos que esclavos: ahora sois gladiadores. Bienvenidos a vuestro nuevo, y último, papel. No durará mucho”.
CAPÍTULO CINCO
Volusia caminaba a través del desierto, con sus cientos de miles de hombres detrás de ellas, el ruido de sus botas al caminar llenaba el cielo. Era un sonido dulce para sus oídos, un sonido de progreso, de victoria. Al echar un vistazo mientras caminaba, le satisfacía ver los cadáveres en fila en el horizonte, por todas partes en las arenas duras y secas en la silueta de la capital del Imperio. Miles de ellos, esparcidos, completamente inmóviles, tumbados de espaldas y mirando hacia el cielo con agonía, como si hubieran sido arrasados por un maremoto.
Volusia sabía que no había sido un maremoto. Habían sido sus hechiceros, los Voks. Habían lanzado un maleficio muy poderoso y habían matado a todos aquellos que ellos pensaban que podían tenderle una emboscada y matarla.
Volusia sonreía con aires de superioridad mientras caminaba, viendo su obra, deleitándose por este día de victoria, por haber sido más lista, una vez más, que aquellos que querían matarla. Todos ellos eran líderes del Imperio, todos grandes hombres, todos hombres que nunca antes habían sido derrotados y lo único que se interponía entre ella y la capital. Ahora allí estaban, todos aquellos líderes del Imperio, todos los hombres que habían osado desafiar a Volusia, todos los hombres que habían pensado que eran más listos que ella -todos ellos muertos.
Volusia caminaba entre ellos, a veces esquivaba los cuerpos, a veces pasaba СКАЧАТЬ