Un Sueño de Mortales . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Un Sueño de Mortales - Морган Райс страница 5

СКАЧАТЬ volvió a cerrar los ojos y transcurrió un buen rato, durante el cual Erec solo oía el viento acariciando el barco, las olas chocando suavemente contra el casco del barco. Un pesado silencio llenaba el aire y, a medida que pasaba más tiempo, Erec estaba seguro de que no los volvería a abrir.

      Finalmente, Erec observó que volvía a abrir los ojos lentamente.

      Con lo que parecía ser un esfuerzo monumental, Alistair abrió los ojos, levantó la barbilla y observó todos los barcos, estudiándolo todo. Él veía que sus ojos cambiaban de color, un azul claro brillante, que iluminaban la noche como dos antorchas.

      De repente, la atadura de Alistair se rompió. Erec oyó su chasquido en la noche y vio como ella levantaba las dos manos ante ella. Una luz intensa salía brillando de ellas.

      Un instante después, Erec sintió un calor detrás de su espalda, a lo largo de sus muñecas. Estaban completamente calientes, entonces, de repente, sus ataduras empezaron a soltarse. Tira a tira, Erec sentía que cada una de sus cuerdas se soltaba, hasta que finalmente pudo romperlas él mismo.

      Erec levantó las muñecas y las examinó incrédulo. Era libre. Era verdaderamente libre.

      Erec escuchó el crujido de cuerdas y, al echar un vistazo, vio que Strom se soltaba de sus ataduras. El chasquido continuaba por todo el barco y a lo largo de todos sus otros barcos y vio cómo se rompián las ataduras de sus otros hombres, vio cómo sus hombres se liberaban, uno a uno.

      Todos miraron a Erec y él, haciendo un gesto con el dedo en los labios, les pidió que se quedaran en silencio. Erec vio que los guardas no se habían dado cuenta, todos estaban de espaldas a ellos, de pie ante la baranda, bromeando los unos con los otros y observando la noche. Evidentemente, ninguno de ellos estaba alerta.

      Erec hizo una señal a Strom y a los demás para que lo siguieran y, en silencio, con Erec a la cabeza, todos se movieron lentamente hacia delante, en dirección a los guardas.

      “¡Ahora!” ordenó Erec.

      Echó a correr y todos ellos hicieron lo mismo, corriendo a toda velocidad a la una, hasta que llegaron a los guardas. Mientras se acercaban, algunos de los guardas, alertados por el crujido de la madera en cubierta, se giraron y empezaron a desenfundar sus espadas.

      Pero Erec y los demás, todos ellos guerreros curtidos, todos desesperados por su única oportunidad de sobrevivir, se les adelantaron, moviéndose demasiado rápido en la noche. Strom se abalanzó sobre uno y le agarró la muñeca antes de que pudiera blandir la espada; Erec alcanzó el cinturón del hombre, sacó su puñal y le cortó el cuello mientras Strom le arrebataba la espada. A pesar de todas sus diferencias, los dos hermanos trabajaban con constancia juntos, como siempre habían hecho, luchando como uno.

      Todos los hombres de Erec arrebataron las armas a los guardas, matándolos con sus propias espadas y puñales. Otros hombres simplemente derribaban a los soldados que se movían con demasiada lentitud, empujándolos por la baranda, mientras gritaban y mandándolos al mar.

      Erec echó un vistazo a sus otros barcos y vio a sus hombres matando a los guardas a diestro y siniestro.

      “¡Cortad las anclas!” ordenó Erec.

      A lo largo y ancho de sus barcos sus hombres cortaban las cuerdas, guardándolas en su lugar, y pronto Erec notó la sensación conocida de su barco balanceándose bajo él. Finalmente, eran libres.

      Los cuernos sonaron, se oyeron gritos y se encendieron antorchas a lo largo y ancho de los barcos mientras la más grande flota del Imperio finalmente se dio cuenta de lo que estaba pasando. Erec se dio la vuelta y observó el asedio de barcos que les obstruían el paso a mar abierto y supo que la batalla de su vida le estaba esperando.

      Pero ya no le importaba. Sus hombres estaban vivos. Eran libres. Ahora tenían una oportunidad.

      Y ahora, esta vez, los derrotarían luchando.

      CAPÍTULO CUATRO

      Darius sintió que la sangre le rociaba la cara y, al darse la vuelta, vio cómo una docena de sus hombres eran derribados por un soldado del Imperio montado en un inmenso caballo negro. El soldado blandía una espada más grande de lo que Darius jamás había visto y, en un corte limpio, les cortó la cabeza a doce de ellos.

      Darius oyó gritos a su alrededor y giró en todas direcciones para ver a sus hombres derribados por todas partes. Era surrealista. Daban grandes golpes con sus espadas y sus hombres caían por docenas, después por centenas -después por miles.

      Darius, de repente, se encontró en un pedestal y, tanto como la vista le alcanzaba, veía miles de cadáveres. Toda su gente, amontonados muertos en el interior de las paredes de Volusia. No quedaba nadie. Ni un solo hombre.

      Darius soltó un gran grito de agonía, de desamparo, mientras sentía cómo los soldados del Imperio lo cogían por detrás y lo arrastraban, mientras él gritaba, hacia la oscuridad.

      Darius se despertó de golpe, respirando con dificultad, revolcándose. Miró a su alrededor, intentando comprender qué estaba sucediendo, qué era real y qué era un sueño. Escuchó el traqueteo de cadenas y, cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad, empezó a darse cuenta de dónde venía el ruido. Al mirar hacia abajo, vio que sus tobillos estaban encadenados con pesadas cadenas. Sentía daño y dolor por todo su cuerpo, el escozor de las heridas recientes y vio que su cuerpo estaba cubierto de heridas, y tenía sangre seca incrustada por todo el cuerpo. Cada movimiento dolía y sentía como si lo hubieran golpeado un millón de hombres. Tenía un ojo hinchado, prácticamente cerrado.

      Poco a poco, Darius se dio la vuelta y echó un vistazo a su alrededor. Por un lado, se sentía aliviado de que todo hubiera sido un sueño -sin embargo, mientras lo asimilaba todo, recordaba lentamente y el dolor volvió. Había sido un sueño y, sin embargo, había habido mucha verdad en él. Recuerdos recurrentes de su batalla contra el Imperio dentro de las purertas de Volusia volvían a él. Recordaba la emboscada, cuando se cerraron las puertas, cuando los rodearon las tropas y cómo masacraron a todos sus hombres. La traición.

      Luchaba por revivirlo todo y lo último que recordaba, después de matar a varios soldados del Imperio, era que recibió un golpe a un lado de su cara con la punta desafilada de un hacha.

      Darius levantó el brazo y las cadenas traquetearon y palpó un enorme verdugón a un lado de su cabeza, que llegaba hasta el hinchazón de su ojo. Aquello no era un sueño. Aquello era real.

      Mientras lo recordaba todo, a Darius le abrumaba la angustia, el remordimiento. Sus hombres, todas las personas a las que había querido, estaban muertos. Todo por su culpa.

      Miraba frenéticamente a su alrededor en la débil luz, buscando alguna señal de alguno de sus hombres, alguna señal de supervivientes. Quizás muchos habían sobrevivido y, cómo él, habían sido tomados como prisioneros.

      “¡Moveos!” se oyó una dura orden en la oscuridad.

      Darius sintió que unas manos ásperas lo cogían por detrás de sus brazos y lo arrastraban hasta ponerlo de pie, después sintió cómo una bota le golpeaba en la columna.

      Gimió de dolor mientras se tambaleaba hacia delante, con el traqueteo de cadenas, sintiendo cómo iba a parar volando a la espalda de un chico que había delante de él. El chico se giró hacia él y le dio un codazo a Darius en la cara, haciendo que tropezara hacia atrás.

      “¡No me vuelvas a tocar!”, gruñó el chico.

      El chico, que parecía desesperado, СКАЧАТЬ