Un Sueño de Mortales . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Un Sueño de Mortales - Морган Райс страница 4

СКАЧАТЬ una responsabilidad sobre todos sus hombres. Tan superiores en número como habían sido, no podía permitir que los mataran a todos. Estaba claro que los habían llevado hasta una trampa, gracias a Krov, y luchar en aquel momento hubiera sido en vano. Su padre le había enseñado que la primera ley para ser comandante era saber cuando luchar y cuando bajar las armas y escoger luchar otro día, de otra manera. Él le había dicho que eran la bravuconería y el orgullo los que llevaban a la mayoría de los hombres a sus muertes. Era un consejo sensato, pero un consejo difícil de seguir.

      “Yo hubiera luchado”, dijo una voz a su lado, sonando como la voz de su conciencia.

      Erec echó un vistazo y vio a su hermano, Strom, atado a un poste a su lado, que parecía tan imperturbable y seguro como nunca, a pesar de las circunstancias.

      Erec frunció el ceño.

      “Tú hubieras luchado y todos nuestros hombres estarían muertos”, respondió Erec.

      Strom encogió los hombros.

      “Seremos derrotados de todas formas, hermano mío”, respondió él. “El Imperio solo tiene crueldad. Por lo menos, a mi manera, hubiéramos sido derrotados con gloria. Ahora estos hombres nos matarán, pero no será de pie-será por la espalda, con las espadas en nuestros cuellos”.

      “O peor”, dijo uno de los comandantes de Erec, atado a un poste al lado de Strom, “nos tomarán como esclavos y nunca volveremos a vivir como hombres libres. ¿Para esto te seguimos?”

      “No sabéis nada de esto”, dijo Erec. “Nadie sabe qué hará el Imperio. Por lo menos estamos vivos. Por lo menos tenemos una oportunidad. El otro camino nos hubiera garantizado la muerte”.

      Strom miró a Erec con decepción.

      “Nuestro padre no hubiera tomado esta decisión”.

      Erec enrojeció.

      “Tú no sabes lo que hubiera hecho nuestro padre”.

      “¿Ah, no?” contestó Strom. “Viví con él, crecí con él en las Islas toda mi vida, mientras tú jugueteabas con el Anillo. Apenas lo conocías. Y te digo que nuestro padre hubiera luchado”.

      Erec negó con la cabeza.

      “Estas son palabras fáciles para un soldado”, le respondió. “Si fueras comandante, tus palabras serían diferentes. Sé lo suficiente sobre nuestro padre para saber que hubiera salvado a sus hombres, a cualquier precio. No era imprudente y no era impulsivo. Era orgulloso, pero no tenía orgullo en exceso. Nuestro padre el soldado de a pie, en su juventud, igual que tú, hubiera luchado; pero nuestro padre el Rey hubiera vivido y hubiera vivido para luchar otro día. Hay cosas que entenderás, Strom, cuando crezcas y te conviertas en un hombre”.

      Strom enrojeció.

      “Yo soy más hombre que tú”.

      Erec suspiró.

      “No entiendes realmente qué significa la batalla”, dijo. “No hasta que pierdes. No hasta que ves a tus hombres morir delante de ti. Tú nunca has perdido. Tú has estado protegido en aquella Isla toda tu vida. Y esto ha formado tu arrogancia. Te quiero como a un hermano -pero no como a un comandante”.

      Se quedaron en un tenso silencio, una especie de tregua, mientras Erec miraba la noche, miraba las interminables estrellas y estudiaba la situación. Verdaderamente amaba a su hermano, pero muy a menudo en la vida discutían por todo; no veían dos cosas del mismo modo. Erec se dio un tiempo para tranquilizarse, respiró profundamente y, a continuación, se dirigió finalmente a Strom.

      “No pretendo que nos entreguemos”, añadió, más calmado. “Ni como prisioneros, ni como esclavos. Debes tener una visión más amplia: entregarse es a veces solo el primer paso hacia la batalla. No siempre te encuentras al enemigo con la espada desenfundada: a veces la mejor manera de combatirlo es con los brazos abiertos. Siempre puedes blandir la espada más tarde”.

      Strom lo miró, perplejo.

      “Y entonces, ¿cuándo tienes pensado sacarnos de aquí?” preguntó. “Hemos perdido nuestras armas. Estamos prisioneros, atados, incapaces de movernos. Estamos rodeados por una flota de mil barcos. No tenemos ninguna posibilidad”.

      Erec negó con la cabeza.

      “Tú no ves toda la imagen”, dijo él. “Ninguno de nuestros hombres está muerto. Todavía tenemos nuestros barcos. Puede que seamos prisioneros, pero veo pocos guardas en cada uno de nuestros barcos -lo que significa que los superamos enormemente en número. Lo único que hace falta es una chispa que encienda el fuego. Los podemos pillar por sorpresa -y podemos escapar”.

      Strom negó con la cabeza.

      “No podemos vencerles”, dijo. “Estamos atados, indefensos, así que los números no significan nada. Y aunque lo hiciéramos, nos destrozaría la flota que nos rodea”.

      Erec se dio la vuelta, ignorando su hermano, su pesimismo no le interesaba. En su lugar, echó un vistazo a Alistair, que estaba sentada a unos metros de él, atada a un poste a su otro lado. Su corazón se le rompía al observarla; estaba allí, prisionera, todo gracias a él. Por él, no le importaba estar prisionero -este era el precio de la guerra. Pero por ella, se le rompía el corazón. Daría lo que fuera por no verla así.

      Erec se sentía muy en deuda con ella; después de todo, había vuelto a salvarles la vida, allá en la Espina del Dragón, contra aquel monstruo marino. Sabía que todavía estaba exhausta por el esfuerzo, sabía que era incapaz de reunir ninguna energía. Sin embargo, Erec sabía que ella era su única esperanza.

      “Alistair”, exclamó de nuevo, como había hecho durante toda la noche, cada pocos minutos. Se inclinó hacia delante y rozó el pie de ella con su pie, golpeándolo suavemente. Daría cualquier cosa por deshacer sus ataduras, por poder ir hacia ella, por abrazarla, por liberarla. Estar a su lado y no poder hacer nada le hacía sentir muy indefenso.

      “Alistair”, exclamó. “Por favor. Soy Erec. Despierta. Te lo suplico. Te necesito -te necesitamos”.

      Erec esperaba, como había hecho toda la noche, perdiendo la esperanza. No sabía si jamás volvería a él después de su último esfuerzo.

      “Alistair”, suplicaba, una y otra vez. “Por favor. Despierta por mí”.

      Erec esperaba, observándola, pero ella no se movía. Estaba muy quieta, inconsciente, más hermosa que nunca a la luz de la luna. Erec deseaba que volviera a la vida.

      Erec desvió la mirada, bajó la cabeza y cerró los ojos. Quizás todo estaba perdido, después de todo. Simplemente, no había nada más que pudiera hacer llegado este punto.

      “Estoy aquí”, dijo una voz suave, sonando en la noche.

      Erec miró hacia arriba esperanzado y, al darse la vuelta, vio que Alistair lo miraba fijamente y su corazón latió más rápido, abrumado por el amor y la alegría. Parecía agotada, sus ojos apenas estaban abiertos, mientras lo miraba soñolienta.

      “Alistair, amor mío”, dijo inmediatamente. “Te necesito. Solo esta última vez. No puedo hacerlo sin ti”.

      Ella cerró los ojos durante un buen rato y después los abrió, solo un poco.

      “¿Qué necesitas?” preguntó.

      “Nuestras СКАЧАТЬ