Una Carga De Valor . Морган Райс
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СКАЧАТЬ arrogancia. Pero para él, con su millón de hombres, podría hacerlo".

      Erec asintió con la cabeza.

      "Si podemos llegar allí, si podemos ganarles, podemos sorprenderlos, tenderles una emboscada. Con una posición como esa, unos cuantos podrían contener a miles".

      Todos los otros soldados miraron a Erec con algo parecido a una esperanza y temor, mientras la habitación se cubría con un espeso silencio.

      "Es un plan audaz, amigo mío", dijo el Duque. "Pero de nuevo, eres un guerrero audaz. Siempre lo has sido", el Duque hizo una señal a un ayudante. "¡Tráeme un mapa!".

      Un muchacho salió corriendo de la habitación y regresó por otra puerta, sosteniendo un gran rollo de pergamino. Lo desenrolló en la mesa, y los soldados se reunieron alrededor, analizándolo.

      Erec estiró la mano y encontró a Savaria en el mapa y trazó una línea con el dedo, hacia el Este, deteniéndose en el Barranco Oriental. Había una grieta estrecha, rodeada por montañas hasta donde alcanzaba la vista.

      "Es perfecto", dijo un soldado.

      Los demás asintieron con la cabeza, frotando sus barbas.

      "He oído historias de unas pocas docenas de hombres manteniendo a raya a miles, en el barranco", dijo un soldado.

      "Eso es un cuento de viejas", dijo otro soldado, cínicamente. "Sí, tendremos el elemento sorpresa. Pero ¿qué más? No tendremos la protección de nuestras paredes".

      "Tendremos la protección de las paredes de la naturaleza", respondió otro soldado. "Esas montañas, cientos de metros de acantilado sólido".

      "Nada es seguro", añadió Erec. "Como dijo el Duque, o morimos aquí, o morimos allá. Digo que muramos allá. La victoria favorece a los audaces".

      El Duque, después de mucho tiempo de frotar su barba, finalmente asintió con la cabeza, se reclinó y enrolló el mapa.

      "¡Preparen sus armas!", gritó. "¡Saldremos esta noche!".

*

      Erec, otra vez con su armadura, su espada colgando en su cintura, marchó por el pasillo del castillo del Duque, yendo en dirección opuesta a todos los hombres. Él tenía una tarea importante que hacer antes de irse a lo que podría ser su última batalla.

      Tenía que ver a Alistair.

      Desde que habían regresado de la batalla del día, Alistair había estado en el castillo, al final del pasillo, en su propia habitación, esperando que Erec fuera con ella. Estaba esperando un encuentro feliz, y él se sintió descorazonado cuando se dio cuenta de que tendría que compartirle las malas noticias de que tendría que irse de nuevo. Él tuvo una sensación de paz sabiendo que al menos ella estaría aquí, a salvo, en los muros del castillo, y se sintió más decidido que nunca a mantenerla a salvo, a proteger al Imperio. Su corazón le dolía al pensar en dejarla – no habría querido nada más que pasar tiempo con ella desde su promesa de casarse. Pero simplemente no parecía ser posible.

      Cuando Erec dio vuelta a la esquina, sus espuelas tintinearon, sus botas resonaron en los pasillos vacíos del castillo; se preparó para el adiós, que sabía que sería doloroso. Finalmente llegó a una antigua puerta arqueada de madera y golpeó suavemente con su guantelete.

      Se escuchó el sonido de pasos cruzando la habitación, y un momento después, la puerta se abrió. El corazón de Erec se aceleró, como lo hacía cada vez que veía a Alistair. Allí estaba ella de pie, en la puerta, con su largo pelo rubio y sus grandes ojos cristalinos, mirándolo como si fuera una aparición. Ella estaba más hermosa cada vez que la veía.

      Erec entró y la abrazó, y ella lo abrazó también. Lo abrazó con fuerza, durante mucho tiempo, no queriendo dejarlo ir. Él tampoco quería soltarla. Deseaba más que nada poder cerrar la puerta detrás de él y quedarse con ella, todo el tiempo que pudiera. Pero el destino no lo quería así.

      La calidez de ella y su cercanía hacía que todo estuviera bien en el mundo, y él se negaba a soltarla. Finalmente, ella se alejó un poco y lo miró a los ojos, que brillaban. Miró su armadura, sus armas, y su rostro cambió al darse cuenta de que no iba a quedarse.

      "¿Te vas a marchar otra vez, mi Lord?" preguntó.

      Erec bajó la cabeza.

      "No es mi deseo, mi señora", respondió. "El Imperio se está acercando. Si me quedo aquí, todos moriremos".

      "¿Y si te vas?", preguntó ella.

      "Probablemente moriré de cualquier manera", reconoció él. "Pero eso al menos nos dará una oportunidad. Una pequeña posibilidad, pero es una oportunidad".

      Alistair se dio vuelta y caminó hacia la ventana, mirando el patio del Duque, con la puesta del sol; su rostro se iluminó con la luz tenue. Erec podía ver la tristeza grabada en su rostro, y se acercó a ella y le retiró el cabello de su cuello, acariciándola.

      "No estés triste, mi señora", dijo. "Si sobrevivo a esto, volveré a tu lado Y entonces estaremos juntos para siempre, libres de todos los peligros y amenazas. Libres finalmente para vivir juntos".

      Ella meneó la cabeza, con tristeza.

      "Tengo miedo", dijo.

      "¿De los ejércitos que se aproximan?", preguntó él.

      "No", dijo ella, volviéndose hacia él. "De ti".

      Erec la miró, perplejo.

      "Temo que ahora pensarás de mí de manera diferente", dijo ella, "desde que viste lo que pasó en el campo de batalla.

      Erec movió la cabeza.

      "No pienso en ti de manera distinta en absoluto", dijo. "Me salvaste la vida, y por eso estoy agradecido".

      Ella meneó la cabeza.

      "Pero también viste un lado diferente de mí", dijo. "Viste que no soy normal. "No soy como todos los demás". Yo tengo un poder dentro de mí, que no entiendo. Y ahora temo que pensarás que soy una especie de monstruo. Como una mujer que ya no quieres que sea tu esposa".

      A Erec se le rompió el corazón al escuchar sus palabras, y dio un paso adelante, puso con fervor las manos en las suyas, y la miró a los ojos con toda la seriedad que pudo reunir.

      "Alistair", dijo. "Te amo con todas mis fuerzas. Nunca ha habido una mujer a la que haya amado más. Y nunca la habrá. Me encanta todo lo que eres. No veo nada diferente en ti de los demás. Los poderes que tienes, sin importar quién seas – aunque no los entiendas, los acepto todos. Estoy agradecido por ello. Juré no entrometerme y mantendré esa promesa. Nunca te lo preguntaré. Sin importar lo que seas, te acepto".

      Ella lo miró por un largo tiempo, luego sonrió lentamente, y sus ojos parpadearon, con lágrimas de alivio y alegría. Ella se volvió y le abrazó, con fuerza, con todo su amor.

      Le susurró al oído: “¡Regresa a mi lado!".

      CAPÍTULO CUATRO

      Gareth estaba parado al borde de la cueva, viendo ponerse el sol, y esperó. Lamió sus labios secos e intentó concentrarse, los efectos del opio finalmente iban desapareciendo. Estaba mareado y no había bebido ni comido en varios días. Gareth pensó en su audaz fuga del castillo, escabulléndose a través del pasadizo СКАЧАТЬ