Antes De Que Cace . Блейк Пирс
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Antes De Que Cace - Блейк Пирс страница 8

СКАЧАТЬ por las ventanas agrietadas y polvorientas, la habitación parecía tener una cualidad etérea. Era muy fácil imaginarse que el lugar estaba encantado o maldito, aunque ella sabía que nada de eso era cierto. Un hombre había muerto en esta habitación, su sangre seguía en la moqueta. Pero lo mismo se podía afirmar de muchas otras innumerables habitaciones por todo el mundo. Esta no era más especial que aquellas habitaciones. ¿Por qué debería tener tanto peso en su vida?

      Puedes pensar que eres dura y cabezota si quieres, habló alguna parte más sabia dentro de ella. Pero si no solucionas este caso en esta ocasión, esta habitación te perseguirá por siempre. Será mejor que te pegues al suelo y que levantes una verja de cárcel a su alrededor.

      Dejó ese umbral y salió afuera. Caminó alrededor de la casa hasta la parte trasera, donde estaba la única entrada a la bodega. Encontró la vieja puerta retorcida en su marco y fácil de abrir. Pasó al interior y casi grita cuando vio una serpiente verde deslizándose por una de las esquinas. Se rió de sus temores y entró al polvoriento espacio. Apestaba a tierra vieja y a cosas extrañas y amargas. Era un lugar olvidado con telas de araña y polvo acumulado por todas partes. Tierra, polvo, moho, óxido. Era difícil de imaginar que este era el mismo lugar donde en cierto momento se había sentido emocionada de aventurarse cuando llegaba la hora de sacar su bicicleta en primavera y de andar con ella por el patio. Había sido donde su padre guardaba la cortadora de césped y la desbrozadora, donde su madre guardaba todos los frascos de vidrio para hacer sus mermeladas y sus gelatinas.

      Abrumada por los recuerdos y el olor a rancio, Mackenzie volvió a salir afuera. Se puso de camino a su coche, pero fue incapaz de irse por el momento. Como un fantasma aburrido, volvió a entrar a acechar el espacio. Caminó hasta el final del pasillo, de vuelta a la habitación de sus padres. Se quedó mirando fijamente a la habitación, poco a poco comenzando a entender la ruta que había que tomar. Había estado más cerca de ella la noche anterior, cuando entraba con el coche a Belton y solo quería que se acabara el viaje. Esta vieja habitación vacía no guardaba para ella nada más que recuerdos macabros.  SI quería hacer progresos de verdad en el caso, iba a tener que hacer algo de espeleología.

      Iba a tener que lanzarse a las calles del pueblo del que, de adolescente, se había temido que jamás pudiera escapar.

***

      Se había mantenido tan alejada de Belton una vez consiguió un trabajo con la policía estatal a los veintitrés años que los años le habían sustraído el conocimiento. No tenía ni idea de qué negocios seguirían aún abiertos. Tampoco tenía ni idea de quién había muerto y quién se las había arreglado para llegar a sus años dorados de la vejez.

      Por supuesto, hacía menos de doce años que estaba alejada de Belton, pero un solo año tenía una manera curiosa de causar caos en un pueblecito—ya fueran las finanzas, los bienes raíces, o las muertes. Pero también sabía que los pueblecitos tendían a mantenerse arraigados en la tradición. Y esa es la razón de que Mackenzie condujera al almacén local de provisiones de granja al extremo oriental del pueblo.

      El lugar se llamaba Atkins Provisiones para Granjas y Tractores y en cierto momento, mucho antes de que hubiera nacido Mackenzie, había sido el centro de negocios del pueblo. Al menos esa era una de las historias que le había contado su padre. Ahora, la verdad, era un fantasma de su antiguo esplendor. Cuando Mackenzie era una niña, el lugar ofrecía prácticamente todos los cultivos que pudiera desear un granjero (especializándose en maíz como la mayoría de los lugares en Nebraska). También había vendido equipo de granja, accesorios, y mercancías para el hogar.

      Cuando entró a él quince minutos después de estar de pie en el umbral de la habitación en la que había muerto su padre, Mackenzie se sintió casi triste por los propietarios. La parte de atrás, que en su día albergara los cultivos y las provisiones de jardinería, había sido destripada completamente. Ahora había allí aposentada una mesa de billar llena de arañazos. En cuestión de la tienda en sí, todavía vendía cultivos, pero la selección no era gran cosa que mencionar. La sección más grande del lugar, de hecho, era una exhibición de semillas de plantas y flores. Un pequeño refrigerador en la parte de atrás conservaba el cebo para pesca (pescados y lombrices, según decía el letrero escrito a mano) mientras que la recepción frontal se erigía delante de una exhibición muy polvorienta de cañas y aparejos de pesca.

      Había dos viejos de pie detrás del mostrador. Uno estaba revolviendo una taza de café mientras el otro pasaba las páginas de un libro de proveedores. Mackenzie se acercó al mostrador, no muy segura de qué enfoque tomar: el de la habitante local que acaba de regresar tras una larga ausencia o el de la agente del FBI que estaba investigando los hechos de un caso antiguo.

      Pensó que tendría que ponerlo a prueba contándoselo a alguien. Ambos hombres le miraron al mismo tiempo, cuando ella ya estaba a un par de metros del mostrador. Reconoció a los dos hombres de los años en que había vivido en Belton, pero solo sabía el nombre del hombre que hojeaba el catálogo.

      “¿Señor Atkins?” preguntó, sabiendo al instante que podría ejercer los dos roles y obtener alguna información honesta—si acaso había alguna que obtener.

      El hombre con el catálogo en sus manos miró a Mackenzie. Wendell Atkins tenía doce años más que la última vez que le había visto Mackenzie, pero parecía que hubiera envejecido al menos veinte. Mackenzie asumió que tenía que tener al menos setenta años en la actualidad.

      Él le sonrió y señaló con la cabeza hacia un lado. “Pareces familiar, pero no sé si el nombre me va a venir a la mente,” dijo. “Va a ser mejor que me lo digas porque podría estar aquí intentando adivinarlo todo el día.”

      “Soy Mackenzie White. Viví en Belton toda la vida hasta que cumplí dieciocho años.”

      “White… ¿era tu madre Patricia?”

      “Sí, señor, esa soy yo.”

      “En fin, cielos” dijo Atkins. “No te he visto en mucho tiempo. Lo último que escuché era que estabas trabajando con la policía del estado o algo así, ¿verdad?”

      “Fui detective con ellos durante una temporada,” dijo ella. “Pero acabé en Washington, DC. Ahora trabajo para el FBI.”

      Mackenzie sonrió para sus adentros porque sabía que, en el momento que saliera de la tienda, Wendell Atkins le hablaría a todo el mundo en el pueblo de la visita que acaba de tener de Mackenzie White, la chiquilla que se fue a DC y se convirtió en agente federal. Y si se corría el rumor, se imaginaba que alguna gente podía empezar a hablar de lo que le sucedió a su padre. En los pueblos pequeños, así es como se pasaba la información entre la gente.

      “¿Es eso cierto?” dijo Atkins. Hasta su amigo elevó la vista de su café, con aspecto muy interesado.

      “Sí, señor. Y esa es la razón de que esté aquí. Tenía que venir a Belton a echar un vistazo a un viejo caso. El caso de mi padre, para hablar claro.”

      “Oh no,” dijo Atkins. “Es cierto… jamás hallaron a los que le hicieron eso, ¿verdad?”

      “No, no lo hicieron. Y últimamente, ha habido numerosos asesinatos en Omaha que creemos están vinculados con el de mi padre. Ahora, he venido aquí porque, francamente, recuerdo que papá venía aquí ocasionalmente cuando yo era pequeña. Era ese tipo de sitios donde los hombres tendían a sentarse a pasar el tiempo tomando café y hablando de sus cosas, ¿no es cierto?”

      “Eso es cierto… aunque no siempre era café lo que bebíamos,” dijo Wendell con una risita ronca.

      “Me preguntaba si podría decirme cualquier cosa que recuerde después de enterarse de que habían matado a mi padre. Incluso si piensa que eran СКАЧАТЬ