Sangre Pirata. Eugenio Pochini
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Название: Sangre Pirata

Автор: Eugenio Pochini

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Зарубежное фэнтези

Серия:

isbn: 9788873046837

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СКАЧАТЬ ojos muchas veces nos engañan, capitán Rogers!» dijo.

      «¿Y el tesoro?» preguntó Morgan.

      No hubo otra contestación. Emanuel Wynne inclinó la cabeza hacia atrás y estalló en una risa obscena y poderosa, que contrastaba con la delgadez de su cuerpo. Siguió haciéndolo incluso cuando el verdugo volvió. El gobernador ordenó que lo azotaran una y otra vez, con la esperanza de obtener más informaciones. Cuanto más lo torturaba Kane, más el pirata se reía. Él siguió hasta que no se le rompieron las cuerdas vocales, y de la boca nada más empezaron a salir ruidos repugnantes, tanto que Rogers se vio obligado a taparse los oídos.

      SEGUNDO CAPÍTULO

      LA EJECUCIÓN

      A última hora de la tarde, Johnny se regresó a su casa. Recordando lo que había ocurrido en la mañana, decidió tomar la vuelta más larga. De este modo evitaría cortar por el barrio español. Seguramente su madre estaba en el trabajo, sumergida como siempre en el abrumador olor de las especias que apestaban la cocina del Pássaro do Mar. Así que no se iban a preocupar por él, en el caso hubiera llegado tarde.

      Caminó por la parte oriental del puerto, cruzando los muelles y las ensenadas. De vez en cuando miraba a los barcos amarrados. La mayoría de las tripulaciones habían desembarcado. A menudo sentía el deseo de embarcarse y abandonar Port Royal. ¿Pero cómo? No habría resistido ni siquiera una semana en el mar.

      En ese momento la voz de Anne regresó, tan poderosa como sólo ella era capaz de hacer, cuando lo acusaba de ser igualito a su padre. Recordó la historia concebida con la complicidad de Avery.

      “Tenía que pasarle una pinza” repasó mentalmente, buscando hasta convencerse a sí mismo. “Me dijo que me diera prisa, así que me di la vuelta. No me di cuenta de una viga inferior y terminé en contra de ella.”

      Podría ser una historia creíble, a pesar de que ya veía la mirada preocupada de su madre, sus ojos brillantes, su boca abierta. Seguramente lo iba a llenar con su habitual ola de reproches, sobre lo peligroso que era el mundo y todo lo demás. Obviamente, era de esperar que le pidiera al anciano que le explicara cómo habían pasado los hechos de verdad. Él le confirmaría todo esa misma noche tan pronto hubiera llegado a la taberna para tomar.

      “Esperando que no se emborrache” pensó.

      Más tarde, el terreno estaba como a forma de terraza, seguido por una escalera construida cerca del muro del puerto. Johnny trepó sin pensarlo demasiado. Conocía la zona como sus bolsillos. Cuando llegó a la cima, se detuvo para admirar la bahía.

      Había contemplado ese espectáculo varias veces, pero percibía ese día una emoción diferente, nunca experimentada. La luz del atardecer envolvía todo con pinceladas color morado. Por un momento tuvo la sensación que el mismo aire estaba saturado de electricidad, casi presagiando algún cambio.

      «El viento está cambiando.»

      Johnny frunció el ceño. Un hombre se le había acercado sin que él se diera cuenta y, al igual que él, tenía la mirada fija en la dirección del arroyo. Llevaba puesta una chaqueta azul y una camiseta abierta en la parte delantera, apretada en la cadera con un cinto verde. A sus pies llevaba botas altas hasta bajo las rodillas. El rostro marcado, como si hubiera sido picado por centenares de insectos voraces, estaba rodeado por un par de largas y gruesas patillas oscuras, que hacían que su rostro se viera largo como él de una faina.

      «¿Esta por pasar algo, verdad?» le preguntó, sin saber tampoco él porque le estaba dirigiendo la palabra.

      El hombre asintió.

      «Regrésate a tu casa, jovencito» le dijo. Puso sus manos a los lados y al hacerlo movió su indumentaria. Abajo apareció la empuñadura de una espada. «Muy pronto se desencadenará una tormenta. Mejor que no te encuentres por esa área cuando todo esto pasará.»

      Johnny no respondió. Se dio cuenta que ese hombre no le gustaba. Especialmente cuando sonrió: tenía los incisivos superiores hechos en oro.

      “Es un pirata” pensó, y mientras se alejaba le oyó sonreír. Era una risa desagradable y desagradable. Se volvió, empujado por el miedo que este pudiera perseguirlo. Al contrario, el pirata no le estaba prestando la mínima atención.

      Mientras tanto, la frenética vida de la colonia estaba bajando. Los caminos se vaciaron. El que no tenía un hogar a donde regresar eligió entrar en alguna cantina. Los encargados de las linternas habían comenzado su turno para encender las farolas y llenarlas de nuevo aceite. Extrañamente, no parecía haber ningún muerto tirado en el barro. Pero la noche aún era larga y todo podía suceder.

      Johnny caminó por la calle que lo separaba del Pássaro do Mar en un estado de agitación tan grande que no podía entender el porqué. Seguramente todo se debía al encuentro con ese hombre misterioso. Y continuó pensando en él incluso cuando llegó a uno de los muchos sitios de guardia esparcidos por todo el camino, donde un niño, de no más de doce, estaba clavando un aviso. Algunos soldados la rodearon, curiosos.

      «¡Por fin!» comentó uno de ellos.

      «Ya tenía miedo que el Gobernador hubiera perdido todo su valor» comentó otro.

      «Cállate» le ordenó una tercera persona. «¿No querrás acabar ahorcado tú, también?»

      La discusión continuó con poco interés. Para Johnny era diferente. Tan pronto como el niño terminó, decidió seguir adelante, atraído por las palabras que se podían leer por encima del anuncio.

       POR VOLUNTAD DE SU MAJESTAD REY JORGE DE INGLATERRA

       EL GOBERNADOR DE PORT ROYAL SIR HENRY MORGAN

       ORDENA

       LA EJECUCIÓN DEL PIRATA EMANUEL WYNNE

       A LAS PRIMERAS LUCES DEL ALBA

      Las observó durante mucho tiempo. Después de la declaración seguía una lista de crímenes cometidos por Wynne. Cuando terminó de leerlos, siguió caminando.

      Regresó con sus pensamientos a cuando su padre lo había acompañado por primera vez para asistir a una ejecución. Lo tenía cargado sobre sus hombros, para que pudiera ver más allá de la multitud. Johnny seguía sonriendo divertido, hasta que algo había cambiado. Su infantil emoción de asistir a ese espectáculo se había convertido en horror en el momento en que la cuerda había sido puesta alrededor del cuello del condenado. Por alguna razón no se esperaba de verlo colgar muerto en solo unos pocos segundos. Las lágrimas se habían apoderado de su rostro casi de inmediato.

      «¿Porque estás llorando?» le había preguntado su padre.

      «Ese hombre allá…» había contestado, apuntando el dedo hacia el cadáver que estaba colgado.

      «Era una persona mala.» Stephen Underwood había intentado tranquilizarlo. «Debía pagar por sus crímenes.»

      Johnny asintió, aunque no sabía exactamente qué quería decir con esas palabras su padre. El suyo había sido un gesto instintivo, debido al irreprimible impulso de irse de allí lo antes posible.

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