Sangre Pirata. Eugenio Pochini
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Название: Sangre Pirata

Автор: Eugenio Pochini

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Зарубежное фэнтези

Серия:

isbn: 9788873046837

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СКАЧАТЬ aquí como una rata de alcantarilla.»

      «No se preocupe» garantizó el verdugo y avanzó hacia Wynne. Luego le dio una patada en el costado. El pirata se puso de pie muy rápidamente, chillando. En las sombras se parecía a un espectro. El rostro esquelético estaba marcado por una barba afilada que marcaba sus mejillas desordenadamente. Su pelo largo y sucio caía frente a sus ojos y detrás de sus hombros.

      El gobernador mostró una sonrisa llena de falsedad. « Monsieur Wynne usted está algo tocado por lo que le ha sucedido. No necesitamos tratarlo así. Somos caballeros. Ahora, maestro Kane, tenga la amabilidad de dejarnos solos. Por favor salgase.»

      «Pero…» intentó contestar Kane.

      La mirada de Morgan se puso inmediatamente muy intensa.

      «Se puede ir» repitió, con falsa tranquilidad.

      El verdugo colgó la antorcha en la pared de una celda y se salió.

      «Wynne» le interrumpió Rogers. «¿Logra escucharme?»

      El corsario esperó, a que contestara. Pero cuando se dio cuenta de que eso podría durar para siempre, se inclinó sobre sus rodillas, a pocos centímetros del prisionero. «Mi barco los encontró afuera de Nassau, ¿se acuerda? Vine aquí para hablar sobre el mapa. ¿Qué le pasó?»

      Wynne levantó la cabeza, mirando a su interlocutor, pero no parecía verlo. Él pensó ver un resplandor verdoso procedente de uno de sus ojos. Contuvo la respiración. No podía estar seguro, ya que el pirata tenía el pelo presionado contra su rostro. Entonces se convenció que no era más que el reflejo de la antorcha que colgaba de la pared.

      «El Triángulo del Diablo» comentó en voz baja Wynne, después de unos minutos.

      «¿De verdad han navegado por esos mares?» preguntó Rogers.

      «No tenía que dejar mi lugar. Órdenes del capitán. Estará muy enojado.»

      «Sigue diciendo siempre lo mismo» comentó Morgan, con un cierto fastidio. «Solamente se preocupa de regresar con Bellamy. Ni siquiera los latigazos de Kane han logrado sacudirlo.»

      Al oír esas palabras, el pirata jadeó, murmurando como un pez fuera del agua y emitiendo ruidos sordos procedentes del fondo de su garganta .

      «¿Estaban bajo el mando de Samuel Bellamy?» Rogers movió sus dedos cuidadosamente, agarrando su brazo con delicadeza. Estaba claro que Wynne estaba intimidado por la presencia de Morgan. Si no hubiera sido capaz de calmarlo, se habría vuelto a cerrar en su mutismo.

      El hombrecito dejó escapar una expresión de sorpresa. «Nos perdimos.»

      «Por favor, explíquense con mayor claridad.»

      «La niebla… estaba en todas partes.»

      «¿Cual niebla?» insistió Rogers. «¿Que trata de decirme?»

      «Me tengo que quedar de centinela» Wynne cambió el tono de voz. Parecía más la de una persona que estaba buscando compartir secretos. «Órdenes del capitán.»

      Rogers se quedó en silencio, nuevamente en espera.

      «No hay nada que podemos hacer» confirmó Morgan. «Estamos perdiendo nuestro tiempo. Usted logró, capitán, que le dijera algunas cosas más. Eso hay que admitirlo. Pero…»

      «¡Es esto que ustedes no entienden!» exclamó el pirata. Parecía que una chispa de lucidez hubiera aparecido nuevamente en su cerebro. «Hay un precio a pagar por aquellos que buscan el tesoro. Un tesoro que puede cambiar el destino de quien lo encuentra.»

      «¿Cual tesoro?» preguntó de inmediato el gobernador.

      Wynne empezó a agitarse. Se liberó del agarre del corsario y terminó acurrucándose en el camastro de paja, en posición fetal. Desde ese ángulo, Rogers podía ver las marcas todavía frescas de los latigazos.

      «¡Wynne!» exclamó Morgan, con tono amenazante. «¿De cuál maldito tesoro está hablando? Conteste, ¡maldito!»

      El pirata expresó una serie de lamentos y ya no habló más. Ni los insultos del Gobernador tuvieron éxito .

      «¿Era esa la información que buscaba, su señoría?» Más que una pregunta la de Rogers era una afirmación. «¿Usted me usó para descubrir la posible existencia de un tesoro?»

      El rostro de Henry Morgan expresaba molestia. «Yo no me aproveché de usted, capitán. Tenía una tarea específica. Capturar a Wynne. Y lo logró de una forma excelente.»

      «Más que nada fue gracias al caso, como usted ya comentó.»

      «Obvio.»

      «¿Dígame Henry, usted está jugando conmigo?»

      El hombre lo miró con una expresión de asombro.

      «Usted me debe una explicación» siguió diciendo Rogers. «He cumplido con mi deber. Y pensé que así estaba bien. Pero ahora usted me está involucrado en esta historia.»

      Desde el final del pasillo se podían escuchar los tonos de unos pasos, acompañados por el ligero silbido de Kane. Obviamente habían permanecido en la celda durante demasiado tiempo y el verdugo regresaba para asegurarse que no hubiera pasado algo malo.

      «Es mejor no discutir este tema en este lugar, capitan» dijo en voz baja Morgan.

      «Yo al contrario creo que sea mejor discutirlo» contestó Rogers.

      «¿Que quiere saber?»

      «La verdad.»

      «De acuerdo» añadió el gobernador. «Al fin y al cabo usted es un hombre de confianza.»

      «¡Dese prisa!»

      «Bellamy vino personalmente a contarnos lo que estaba pensando hacer. Nuestro pasado no es un misterio, usted lo sabe muy bien. Así que no tiene que sorprenderse por nuestras amistades.»

      “De hecho no me sorprenden por nada” pensó Rogers.

      «Nos pidió un préstamo.» Morgan hablaba rápido y de vez en cuando se aseguraba que Kane no llegara de un momento a otro. «No tenía recursos suficientes para poder emprender un viaje tan peligroso. A cambio reclamamos la lista de los tripulantes. La experiencia nos ha enseñado que si gastamos dinero, a cambio queremos saber quién lo recibirá. Y el único nombre en la lista que conocíamos era el de Wynne.»

      «Así que me han enviado a buscarlo» comentó Rogers.

      «Exactamente. Cuando supimos que Bellamy había desaparecido no podríamos hacer lo contrario.»

      Sólo entonces el francés retomó la palabra. Había vuelto a sentarse sobre el camastro de paja, con las piernas cruzadas. «Me castigan por fomentar el motín. Pero no fue mi culpa. Puedo jurarlo. No confíe en el hombre con los dientes dorados.» No obstante tenía el rostro escondido por el pelo, era evidente que estaba sonriendo. «A parte yo era el único que podía ver bien. Por este motivo estaba de centinela. Tenía que observar, como el chamán nos había dicho.»

      Rogers СКАЧАТЬ