Название: Sangre Pirata
Автор: Eugenio Pochini
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Зарубежное фэнтези
isbn: 9788873046837
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«No es tu problema, viejo» contestó con rencor el joven.
El rostro arrugado de Avery pareció relajarse. Lo Soltó y se rascó el cráneo pelado, cruzado solamente por dos mechones de pelo gris sobre sus orejas.
«Tuviste problemas con el gordo español, ¿verdad?» preguntó.
El joven volvió su mirada.
«Está bien» continuó diciendo el hombre. «Haz como quieras. No es necesario decir nada más. Ahora es importante averiguar si tienes o no la nariz rota. Luego veremos de encontrar una excusa que podremos usar con tu mamá. Le podemos comentar que te lastimaste aquí. Esa mujer se preocupa demasiado por ti. Un día le romperás el corazón.»
«¿Y tú qué sabes?» contestó Johnny.
«Tú de mí no conoces muchas cosas.»
Y eso era verdad.
Prácticamente no sabía nada de Bennet Avery.
Algunos rumores decían que había sido protagonista de algunos asaltos llevados a cabo en contra del barco Queen Anne’s Revenge, el barco del pirata Barbanegra. Por supuesto, según lo que comentaba el viejo hombre eran puras mentiras que la gente decía para crearle problemas. Pero Johnny seguía dudando. A veces se había preguntado si no era su imaginación que hablaba: tal vez no era una buena idea dejarla ir así a brida suelta. Y sin embargo, las perplejidades sobre el pasado del anciano lo llenaban de curiosidad. En varias ocasiones, lo había escuchado contar algunas partes de su vida, a menudo acompañados por un par de copas de ron. Como conocido de Bartolomeu, la suya era una presencia constante en el Passaro do Mar. Sin embargo, sus historias siempre tenían algo que no encajaba. Parecía, de hecho, que voluntariamente omitiera siempre ciertos detalles.
«Acércate» le dijo Avery, listo a pasarle un balde lleno de agua, «por favor, antes de empezar a trabajar, límpiate.»
Sin decir una palabra, Johnny obedeció. Puso el balde sobre un barril y metió la cabeza en su interior. El agua fresca le dio un ligero escalofrío. Aguantó la respiración un rato. Luego volvió a emerger, inhalando aire fresco en sus pulmones. Sus dedos involuntariamente subieron hasta la punta de la nariz.
«¿Entonces?» preguntó nuevamente el anciano hombre.
«El dolor ha disminuido» comentó Johnny. No podía creerlo.
«Si tu nariz estuviera rota ahora estarías llorando como el mocoso que eres. Tuviste suerte.»
«Me fue mejor que a ellos» añadió Jhonny mostrando el cuchillo con la punta plana. Le dio vuelta entre sus manos. Sobre la lama estaba una mancha de sangre seca.
Avery lo miró con una sonrisa satisfecha. «Ahora ya deja de pavonearte, mocoso. Ve a darte una arregladita. Hay mucho trabajo que te está esperando.»
***
En el instante en que Johnny luchaba con Alejandro, el capitán Woodes Rogers observaba pensativo el horizonte desde una de las ventanas de la villa del gobernador. Su imagen opaca se reflejaba en el vidrio como la de un fantasma, su corto cabello castaño y su amplia frente le daban un aire de solemne austeridad, mitigado por una pequeña estatura. La boca, reducida a un corte apenas perceptible, resaltaba un sentimiento de incertidumbre. Pero tal vez la característica que lo hacía parecer como una persona tan rígida era la espesa telaraña de cicatrices que le arruinaba el lado izquierdo de la cara.
En su corazón esperaba que la reunión con Henry Morgan durara lo menos posible. Nunca había aceptado su ascenso político, sobre todo después de ese afortunado asalto a Panamá. Seguramente le tenía mucha envidia. Siempre había sostenido que había poco que confiar en un pirata que había elegido cazar a sus semejantes, sólo para complacer a la familia real. Ceremonias y banquetes formaban parte de un estilo de vida que a él mismo le hubiera gustado hacer, aunque si lo que consideraba más importante era descubrir por qué lo había convocado nuevamente.
«Su tarea es sencilla» le había comentado durante la última reunión. «Tiene que capturar monsieur Wynne. Dado que es un pirata no necesita de más motivaciones. No se podrá escapar por siempre a ser ahorcado. Como gobernador de Jamaica y vocero de la voluntad del Rey Jorge, tenemos la obligación moral de darle esa orden. Espero que usted pueda comprender.»
“Claro que sí”, había pensado. “Maldito idiota vanidoso”.
Y seguía pensándolo ahora, cuando un soldado entró en la habitación. Se detuvo en el umbral y se puso firme en espera.
«Capitán Rogers» le dijo este. «Su excelencia sir Henry Morgan lo está esperando.»
Él le dirigió un gesto distraído con la mano y se dejó conducir en el estrecho pasillo que conducía a la antecámara, hecho aún más angosto por la multitud de obras de arte que la llenaban, un signo obvio de opulencia de las cuales el gobernador amaba rodearse.
«La ejecución tendrá lugar mañana por la mañana, mi capitán.» El soldado se paró frente a una puerta blindada con barras de hierro. «El gobernador quiere poner un alto a la piratería. Espero que usted también pueda estar presente.»
“Tu hipocresía es asombrosa, Henry” pensó Rogers. “Has encontrado una máscara más respetable para usar. Si no hubiera sido por tus amistades, tú también estarías esperando tu merecido ahorcamiento.”
Mientras tanto, el militar estaba golpeando los nudillos sobre la puerta. La voz de Morgan resonó en el otro lado, invitándolos a entrar, seguida de una risa de barítono que provocó en Rogers una nueva ola de desdén.
«Todavía se ríe como un pirata» pensó entre sí. Agarró la manija de la puerta y la cerró detrás de él, dejando al soldado solo. Inmediatamente fue invadido por el intenso olor del incienso que estaba quemando, un aroma penetrante de hierbas secas. La luz se filtraba por las ventanas y las cortinas de terciopelo temblaban en el aliento de una brisa marina. Sin embargo, no había rastro del gobernador. Ni de él ni de nadie más. Avanzó con cuidado hasta encontrarse adelante de una gran mesa cubierta de mapas.
«¿Algo está mal?» le preguntó de repente Morgan.
Woodes Rogers se dio la vuelta y tuvo miedo de tropezar. Se sentía tremendamente vulnerable. Y lento. Cuando el sentido de desconcierto desapareció, se encontró en presencia de un hombre imponente y con un vientre pronunciado. Había salido de detrás de una separación, trayendo puesto un vestido brillante con amplias de encaje. Sobre su cabeza llevaba una larga peluca empolvada que no se acompañaba por nada con su bigote rojo y espeso.
«Usted es demasiado tenso, mi capitan.» Morgan se rio otra vez. «Según nuestra opinión debería aprender a gozar de las cosas buenas que la vida le puede ofrecer.»
«Los placeres son un lujo que no puedo permitirme» replicó Rogers.
«Que lastima, en serio.»
«¿Por qué me mandó a llamar excelencia?»
Morgan lo miró con atención de arriba a abajo. Luego estiró los músculos faciales, con una expresión divertida y reluciente. «Nos gustaría platicar con usted de una cuestión muy importante. Conocemos bien sus inclinaciones. Sabemos que usted no es una persona que ama perder el tiempo.»
«Entonces СКАЧАТЬ