Название: Sangre Pirata
Автор: Eugenio Pochini
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Зарубежное фэнтези
isbn: 9788873046837
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Johnny abrió la puerta y se fue por el callejón que cruzaba la posada, inmerso en la agitada vida de Port Royal.
***
Un conjunto de personas estaba atestado en la calle.
Paseaban entre los banquetes de los vendedores o charlaban en voz alta bajo las ventanas de las casas. Había prácticamente de todo, desde las prostitutas coquetas delante de las tabernas hasta los lobos de mar que bromeaban alegremente entre ellos y los soldados de la marina inglesa que empujaban sin vergüenza a cualquiera que estuviera delante de ellos.
Secándose la frente sudorosa, Johnny volteó por un camino lateral que bajaba hacia el puerto. Al hacerlo, habría evitado la multitud turbulenta de todos aquellos que se dirigían al mercado. Sólo tenía que cruzar el antiguo barrio español, luego…
“¡Maldición!” pensó. Sin darse cuenta se mordió los labios.
La última persona que quería encontrar era Alejandro Naranjo Blanco. Junto con algunos otros muchachos, había formado una pandilla que atormentaba a cualquiera que fuera a pasar por allí. Nadie les caía bien. Especialmente a los ingleses. Esto se debe a que Port Royal había sido una fortificación española antes de la dominación británica.
Sus problemas habían comenzado cuando a Avery le había sido comisionado una espada. Además de ser un gran carpintero, era un herrero de reconocida habilidad. Había ordenado a Johnny de entregarla, y él, sin pensarlo demasiado, se había ido por el Barrio Español. La pandilla de Alejandro la había atacado de inmediato. El chico había intentado defenderse, pero el mismo Alejandro se había arrojado sobre él, sacando un cuchillo y dejándole un recuerdo en la mejilla derecha.
Mientras se encontraba en medio de la estrecha calle, Johnny sintió esa sensación ardiente de calor líquido que probó inmediatamente después de recibir el corte. Se tocó su cicatriz, empezando por el pómulo y bajando hasta sus labios. En ese momento, le pareció casi poder oír las palabras de su madre: “Este lugar es peligroso, ¡por eso me preocupo tanto por ti! ¿Ahora andas peleándote también con los muchachos de tu edad?”
«Cállate» dijo entre sí mismo.
«¿Con quién estás hablando, amigo?» Alejandro lo estaba esperando algunos pasos atrás. Ni había entrado en la colonia que ya lo había alcanzado.
«Déjame ir, gordo» respondió Johnny. Sabía que decirle gordo a Alejandro no era una buena idea. Sin embargo, solamente con el verlo, podía darse cuenta de cómo su sangre hervía en sus venas. «Este todavía no es tu barrio privado. Puedo regresarme y tomar otro camino.»
«Claro que sí.» El español no parecía molesto para la ofensa que había recibido. «Pero, como quiera es por aquí donde estabas caminado.»
«¿Estás buscando un pretexto para pelear?»
«Puede ser.»
Johnny se movió con cautela hacia adelante. « Es exactamente eso que no me gusta de ti. Por favor no me provoques.»
La sonrisa de Alejandro se hizo todavía más profunda, tanto que su cara gordita pareció dividirse en dos partes.
«¿Cómo está tu padre?» le preguntó.
Los pies de Johnny se negaban a moverse. Apretó los puños. Ese bastardo sabía muy bien qué argumentos utilizar para molestarlo.
«¿Intentaron buscarlo en el estómago de algún tiburón?» continuó. «O a lo mejor se ha largado junto con una puta que conoció en algún lugar. Puede ser que se había cansado de tu mamá. Y de ti. ¿Dime qué opinas, pendejo?»
Él tenía unas increíbles ganas de atacarlo, de resolver el asunto de inmediato. Pero obligó a todas las fibras de su cuerpo a desistir .
«Te lo voy a repetir por una última vez» dijo rápidamente. «No tengo ganas de…»
Casi ni pudo terminar la frase. Algo pasó volando junto a él. Era una piedra. Él miró a sus espaldas, aunque el cerebro le respondió de antemano. El querer tomarlo por sorpresa solamente había sido un pretexto para permitir a los miembros de la pandilla de ponerle una trampa. John vio a tres muchachos correr hacia él.
«Esta vez estoy preparado» contestó. Su tono traicionó una fría seguridad, ya que Alejandro cambió su expresión. La sonrisa había cambiado en una mueca de incertidumbre. Luego sacó un cuchillo de punta plana, que recordaba vagamente la navaja de un barbero.
Uno de los muchachos intentó golpearlo con un palo. Johnny lo oyó siseando cerca de sus oídos. Trató de acercarse, con la intención de golpearlo. No tuvo éxito. El oponente pegaba siempre más rápido. De repente, Alejandro lo empujó por detrás, haciéndole terminar contra el tipo que lo había atacado primero.
«¡ Hijo de puta!» gritó y lo golpeó con un codazo en la cara.
Johnny no se dejó sorprender. Instintivamente hundió el cuchillo en el muslo. El muchacho cayó al suelo, gritando por el dolor. Otra vez Alejandro volvió a atacarlo, sacó el cuchillo y trató de apuñalarlo. Él se dio cuenta y logró moverse a tiempo. El golpe alcanzó al joven que había arrojado la piedra hiriéndolo en el hombro. Inmediatamente los dos comenzaron a insultarse uno al otro, olvidando la pelea. El último de la banda se quedó observándolos con una expresión desorientada.
Fue entonces cuando comprendió.
Era el momento de vengarse.
«Te voy a regresar el favor, gordo » comentó e hirió al español a la altura de la ceja. Vio un destello de sangre derramándose sobre su ojo, borrando la vista. Decidió aprovechar de esa situación para retirarse. Giró sobre sus talones y corrió rápido en la dirección por donde había venido, dejando atrás los gritos llenos de odio de sus agresores.
***
«Estoy retrasado» se disculpó, abriendo de repente la puerta de la tienda. Tenía el aliento corto, su pecho estaba bailando bajo su vestido. El codazo que había recibido hacia que su tono de voz se escuchara muy nasal.
«Me doy cuenta» contestó Avery. Estaba sentado sobre un taburete, en un rincón en las sombras. Desde la pipa que colgaba de sus labios, salían olas de humo de color azul. Daban vueltas hacia las vigas del techo, donde yacían en una nube opaca. El rostro lleno de arrugas no revelaba ningún tipo de emoción. Se levantó lentamente y cruzó el arco de piedra que dividía la tienda en dos áreas distintas. Llegó a la fragua. Con tranquilidad empezó a estudiar el yunque. Daba la impresión de que nunca lo había visto antes en su vida.
«Déjame explicarte…» intentó decir Johnny.
Avery se movió con una rapidez casi impensable para un hombre de su edad. Estiró su mano rugosa y agarró su antebrazo, entrecerrándolo con fuerza. «¡En serio que ya no sé qué hacer contigo!» Desde su boca casi sin dientes salían brotes de saliva. «Llegas tardes y te vas cuando tú quieres. ¡Eres un irresponsable! Si no era por Bartolomeu nunca hubiera aceptado contratarte para trabajar conmigo.» Luego modificó su expresión. «¿Que te pasó?»
Johnny СКАЧАТЬ