Название: La alhambra; leyendas árabes
Автор: Fernández y González Manuel
Издательство: Public Domain
Жанр: Историческая литература
isbn:
isbn:
– Ese buho te anuncia una nueva desgracia, le dijeron los sabios.
– ¿Y qué desgracia es esa?
– Necesitamos consultar las estrellas para responderte.
– Consultadlas, pues, dijo mi padre.
Los sabios pasaron tres noches mirando el cielo, y dijeron á mi padre.
– Aparta de Granada al príncipe Mohammet Abd'Allah.
– ¿Y por qué? preguntó mi padre.
– Apártale, contestaron los sabios.
– ¿Pero qué tengo que temer acerca de mi hijo?
– Las estrellas nos han dicho que amenazan á tu hijo y á tí lo mismo, grandes desgracias si el príncipe continúa en Granada durante la luna de las flores.
Mi padre mandó á los sabios que consultasen de nuevo las estrellas.
Pero una, dos y tres veces, las estrellas guardaron un profundo misterio acerca del peligro que nos amenazaba, y solo repitieron que debia yo huir de Granada.
Entonces mi padre me envió á Alhama.
Yo estaba triste. Mi corazon tenia sed. Mi alma anhelaba un misterio: pasaron para mí los dias sin luz y las noches sin reposo. Yo me sentia morir.
En vano mis ginetes lidiaban toros, y justaban y corrian cañas y sortijas: mi enfermedad, mi misteriosa enfermedad crecia: la tristeza me mataba: mis esclavos no lograban arrancarme una sonrisa; ni sus danzas me alhagaban, ni sus cantos me entretenian, ni como otras veces, me adormia en su regazo: hasta me olvidé de la oracion, llevando solo mi cuerpo á la casa de Dios, pero no mi alma.
Yo palidecia, yo enlanguidecia.
– ¡Como la sultana Leila-Radhyah!
– Sí; como la sultana. Súpolo mi padre, y vino á Alhama sin que yo lo supiese y preparó grandes fiestas para ver si yo me distraia. En el mismo punto en que mi padre entró en Alhama, segun supe despues, un buho entró en mi retrete y apagó la lámpara.
– Veamos la desgracia que te anunciaba ese buho.
– Al dia siguiente me sorprendió bajo mis ventanas una inusitada y alegre música de dulzainas, guzlas y atabaljos que tañian en un son concertado. Abrí un ajimez, entró por él un dorado rayo de sol de la mañana. Era el primer sol de la luz de las flores. El jardin parecia reir: parecian reir sus fuentes; parecia que sus flores, y sus árboles, y sus pájaros cantaban todos juntos; y que cantaba el cielo, y que cantaba el sol. Hermosas esclavas danzaban y tañian cuando yo aparecí en el ajimez, entonando un romance de amores en loor mio.
Estuve contemplando aquello durante un corto espacio, y luego me separé del ajimez con los ojos llenos de lágrimas.
Al volverme encontré delante de mí á mi padre que me miraba con tierno cuidado.
– ¿Por qué estás abatido mi hermoso leoncillo? me dijo: ¿por qué vierten tus ojos lágrimas y están pálidas tus megillas?
– No lo sé, le contesté: mis ojos no tienen luz ni alegría mi alma: la vida me pesa como la losa de una tumba.
– ¿Amas á alguna muger? si amas, dímelo; y esa muger será tuya, ya sea una humilde labradora ó una poderosa sultana, me dijo.
– Ninguna muger entristece mi alma, esclamé arrojándome entre sus brazos.
Mi padre procuró alegrarme, me mandó vestir mis mejores galas, montar uno de mis mejores caballos, y así, él á mi lado y seguidos de lo mas resplandeciente de la córte, salimos de los muros, y llegamos á un ameno campo, donde durante aquella noche habia hecho levantar mi padre una plaza de madera cubierta de paños de púrpura y oro.
Dentro de aquella plaza debian correrse toros, cañas y sortijas, y las graderías y los estrados estaban henchidos de hermosas damas cubiertas de galas menos resplandecientes que su hermosura.
En cuanto entré en la plaza, mis ojos se volvieron como si les hubiese obligado á ello el deseo, á un estrado puesto junto al estrado real, y se fijaron en una muger.
Aquella muger estaba, como tú, vestida de blanco; sin joyas como tú, y mas jóven que tú, aunque no mas hermosa.
Aquella muger era una doncella como de veinte años, pálida y triste como la luna, y hermosa y magnífica como el sol: tras de ella habia un hombre alto, flaco, viejo, vestido tambien enteramente de blanco, con los ojos relucientes como carbunclos que se fijaban en mí y en mi padre de una manera que me espantaba.
Pero la doncella alegraba mi alma con su hermosura, la embriagaba con su mirada, sentia ante ella que una nueva vida me hacia fuerte y poderoso, y me volví á mi padre para decirle: – allí está la hurí que yo amo, la alegría de mi alma, la paz de mi sueño, la vida de mi vida; es necesario que esa muger sea mia, esclava ó sultana, dama ó labradora.
Pero cuando miré á mi padre, ví sus ojos fijos, absortos, asombrados, en la doncella.
Ví en sus ojos amor, un amor ardiente. Tuve miedo y callé.
– ¡Ah! ¡tu padre se habia enamorado como tú de la doncella blanca!
– Hé ahí, hé ahí la desgracia que me habia anunciado el buho.
Las fiestas fueron para mí muy tristes. Mi padre no volvió á preguntarme mas acerca de mi tristeza. Estaba absorto en la contemplacion de la doncella blanca á quien yo no me atrevia á mirar por temor á mi padre.
Al dia siguiente mi padre se volvió á Granada.
¿Se habria llevado consigo á su harem á la hermosa doncella?
Tuve celos: celos horribles porque eran celos de mi padre.
Pregunté á mis wacires, á los alcaides, á los kadis de Alhama, si conocian á una dama enlutada que con un viejo enlutado tambien, habia asistido á las fiestas.
El alcaide del alcázar me contestó que un viejo enlutado habia estado hablando mucho tiempo con el rey antes de su partida y que despues no le habian vuelto á ver. Que aquel viejo era forastero y que nadie le conocia en Alhama.
¿A qué preguntar mas?
Mi padre habia comprado aquella doncella sin duda, y por su amor se habia olvidado de su hijo.
Pero me resigné con la voluntad de Dios.
Volvió mi tristeza mas dolorosa, mas desesperada, y volvieron ó mas bien continuaron mis noches sin sueño.
Yo veia siempre delante de mí á la doncella blanca, de dia en las nubes, en las flores, en el fondo de las aguas: de noche en la luz de la lámpara, en los ángulos de mi cámara, escondida tras las cortinas de mi lecho: luego cuando el buho entraba y apagaba la luz, en medio de las tinieblas iluminándolas con el resplandor de su hermosura.
Yo me volvia loco.
Al tercer dia de la partida de mi padre, al entrar en mi cámara de vuelta de un solitario paseo por los jardines, encontré sobre mi divan una gacela enrollada y perfumada en que estaban escritos con elegantes caractéres azules los siguientes СКАЧАТЬ