Название: Incursiones ontológicas VII
Автор: Varios autores
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789566131342
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A lo largo de mi vida, me he ido identificando por los grupos de los que formé parte. Una identidad que se constituye a partir del grupo al que pertenece y el papel que desempeño en el mismo.
A lo largo de este proyecto de investigación, busco presentar cómo fui constituyendo mi identidad a través de la pertenencia en los distintos grupos de los que formé parte. Gracias a la fenomenología, compartiré experiencias de las cuales surgirá el Perfil Unitario que busca describir los juicios, emociones, corporalidad, declaraciones, peticiones y ofertas que habitan en mí con respecto a esta temática y que me permitirán construir el Modelo OSAR, presentado por Rafael Echeverría. Iniciaré el camino hacia el laberinto que me llevará a encontrarme con el Minotauro, donde la luz se posará sobre esta sombra que permanecía oculta ante mis ojos. Compartiré citas bibliográficas que me acompañarán todo el viaje y finalizaré la odisea descubriendo que existe “el hilo de Ariadna” que me llevará a una posible salida.
El ser que busca pertenecer
La Real Academia Española, en una de sus definiciones de “pertenecer”, indica “Tocarle a alguien o ser propia de él, o serle debida.”
Abraham Maslow, coloca a las necesidad de pertenencia en el tercer escalón de su pirámide.
La necesidad de formar parte de un grupo de amigos, de conocer a gente afín con quien poder compartir aficiones y momentos de ocio, recibir el cariño y el afecto de la familia y los seres queridos como muestra de amor, vivir en una sociedad justa donde prime ese sentimiento y esa seguridad, establecer relaciones de pareja para vivir en común y compartir intereses, destacar en el trabajo donde se premie la buena consecución de objetivos y la labor realizada, ser una persona respetada a nivel social, poder participar en actividades solidarias y humanitarias, poder ser responsable de las acciones generadas por uno mismo, generar buenas relaciones en el ámbito de trabajo y pertenecer a grupos de interés y de ocio donde se pueda disfrutar de aficiones comunes. (A. Maslow, 1943).
Asimismo, Brené Brown describe al sentido de pertenencia como:
El sentido de pertenencia es el innato deseo humano de formar parte de algo más grande que nosotros. Como este anhelo es tan primario, con frecuencia intentamos adquirirlo encajando con nuestro entorno y buscando la aprobación, que no solo son vacuos sucedáneos del sentimiento de pertenencia, sino que muchas veces constituyen una barrera para alcanzarlo. (Brené Brown, 2010).
Y es así como comienzo a indagar profundamente en el valor de pertenecer. ¿Qué significa para mí? ¿Qué implicancia tiene para mí pertenecer a? ¿Cómo veo que se manifiesta en mi y en aquellos que me rodean?
Empiezo a pensar cómo se desarrolla ese sentido de pertenencia en los seres humanos. Y me es inevitable pensar que nuestra naturaleza mamífera así nos lo pide. Vivir en manada, de alguna forma nos brinda la seguridad, el alimento, la protección, y el cuidado que necesitamos como especie. Los seres humanos somos seres en vínculo, y la necesidad de formar parte de grupos para nuestro crecimiento se hace inevitable. ¿Pero qué sucede, cuando creemos que el sentido de la pertenencia lo es todo? ¿Qué pasa cuando nuestra identificación y coherentización personal se apoyan únicamente en el logro de formar parte de algún equipo, grupo o entidad?
“El sentido de pertenencia es esencial. Debemos sentir que pertenecemos a algo, a alguien, a algún lugar” (Brené Brown, 2017). Al abrir el camino a este nuevo quiebre existencial, las experiencias vividas empezaron a caer como fichas del casino. Y mientras caen, las observo. Aquí voy.
Mi ser niña
Buenos Aires. fines de Marzo de 1982. Se avecinaban aires de guerra en nuestro país. Un país que venía de sufrir durante décadas luchas internas de poder. Pero para ese entonces, la guerra era contra un otro que quería apoderarse de un territorio propio. Desde Buenos Aires, la capital, poco era lo que se sabía. Solo nos llegaban noticias que decían que se estaban reclutando jóvenes soldados quienes, orgullosos de su país, darían batalla al enemigo en las Islas Malvinas.
Soy la primera hija del matrimonio de Alicia y Carlos. Alicia se casó a los 21 veintiún con Carlos, quien para ese entonces tenía treinta y cuatro años aproximadamente. Dos años después de mi nacimiento, nació Manuel, mi hermano. Mi mamá relata que yo estaba extremadamente celosa por su llegada y que nada quería saber con la idea de tener un hermanito.
Como mencioné antes, llegué a un escenario de mucha transformación y dolor. No sólo en mi país, sino también en mi familia. Recuerdo en mi infancia momentos de mucho gozo y felicidad. Mi hogar tenía ese olor particular a suavizante de ropa que se conserva hasta el día de hoy, pero en mi infancia se mezclaba con olor a tabaco. Mi padre era fumador, y el olor a cigarrillo, mezclado con perfume, era moneda corriente. Vivíamos en un doceavo piso luminoso en un departamento en el barrio de Recoleta, en dónde, con mi hermano Manuel, dejamos huellas de nuestros pies en cuantas paredes encontrábamos. Recuerdo momentos de muchas risas, de encuentro y de armonía. Sin embargo, intempestivamente, “algo” podría arruinar esos momentos de júbilo. Esas tempestades eran causadas por fuertes discusiones entre mis padres, que implicaban gritos, agresiones verbales por parte de mi padre y llantos de dolor de mi madre. Y era allí cuando el miedo se apoderaba de mí. Sólo podía permanecer del otro lado de la puerta, escuchar inmóvil y vislumbrar un futuro incierto. Mi padre amenazaba a los gritos a mi madre, que dejaría mi casa, que la abandonaría. Yo, lloraba. Me sentía desprotegida. Buscaba consuelo, pero nadie podía dármelo. Mi mamá, lloraba también como una niña, rogando el perdón. Ella no podía consolarme y yo necesitaba un abrazo, que me contuvieran. Mi hermano se encerraba en su habitación a escuchar música a todo volumen para ensordecer esos gritos. Me sentía muy sola. Para anestesiar esa soledad, mi yo de ese momento buscaba aterrizar en un nuevo clan, en una nueva tribu que pudiera hacer de “suelo firme”, para poder crecer. Mi primer clan fueron mis abuelos, principalmente mi abuela paterna, que aparecía mágicamente en esos días de oscuridad, y me brindaba ese calor de hogar que yo necesitaba. Me consolaba, o me distraía, enseñándome a coser vestidos para mis muñecas.
Y los días pasaban, las peleas terminaban, y todo volvía a la “normalidad”. Retornábamos a vivir en armonía, pero siempre, en el fondo, se seguía gestando el futuro tifón, que, dependiendo la escala, podría dejarme más o menos abatida.
Cómo cuenta Brené Brown: “Aprendí a decir lo correcto, a mostrarme de la forma adecuada” (Brené Brown, 2017). A partir de estas vivencias en mi familia, la niña que fui empezó a pensar cómo evitar esas peleas. Nace la noción de control. Ya no queria ser yo quien las ocasionara, todo lo contrario.
Como dice la Dr. Braiker:
Si soy bueno y hago todo lo que mis padres quieren, no se separán (…) La idea que la amabilidad tiene el poder protegernos se deriva, por tanto, del pensamiento mágico infantil. El miedo al rechazo, al abandono, a la desaprobación o al aislamiento b – y a la depresión y al dolor emocional que pueden producir estas experiencias – son ahora los “monstruo” que es preciso mantener el control. СКАЧАТЬ