Tomar el control. Javier Urra
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Название: Tomar el control

Автор: Javier Urra

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788426733894

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      Como afirmó el citado C. G. Jung, «el mundo de hoy pende de un delgado hilo, y ese hilo es la psique del hombre».

      No reneguemos de nuestras percepciones individuales, no nos disociemos de nuestra estimulante capacidad para discernir entre nuestro espejismo de la imagen interna de lo que creemos que es la verdad y lo que realmente está sucediendo.

      Hemos de estudiar las distintas reacciones de las diferentes culturas y también a quienes buscan socializarse en contraposición con quienes huyen de reunirse, pues se posicionan de forma autoprotectora. Los psicólogos/psiquiatras han descrito el denominado «síndrome de la cabaña», que se da cuando se puede salir a la calle; pero hay quien tiene miedo y se muestra reacio a hacerlo.

      También, y ante la falta de previsión ante las pandemias, deberíamos reconsiderar el crecimiento de las ciudades, primordialmente el de las megalópolis.

      Es un buen momento para preguntarnos cuál es la razón de que se responda pronto a la pandemia y no al cambio climático. Quizá la respuesta se encuentre en que la inmediatez de la primera afecta a los adultos, que solicitan responsabilidad a los jóvenes posibles transmisores; mientras que el cambio climático es señalado por los jóvenes, pero parece preocupar menos a los mayores (las razones son obviamente egoístas y cortoplacistas).

      Haríamos bien, pero no lo haremos, en disociar placer de consumo, valorar la frugalidad y abandonar el paradigma de crecimiento.

      La necesaria ciencia psicológica debe seguir aprendiendo de la naturaleza común a todos y de lo peculiar de cada uno, y es que nuestras mentes no son puramente racionales; además, hay quien no sabe argumentar, que es la base del razonamiento.

      Menos mal que algunas cabezas no renuncian a seguir pensando, a informarse y a formarse para saber, a practicar el análisis de los discursos de unos y otros, a posicionarse con capacidad autocrítica para no obtener conclusiones falsas de premisas ciertas.

      Constatamos que las noticias altamente emocionales se esparcen mil veces más que los datos racionales y, cuando la sociedad entra en pánico, el individuo se pone en modo de sobrevivencia. La pandemia del miedo también es real; se apreció en las «compras de pánico» (gente aterrorizada).

      Precisaríamos de líderes serenos, racionales, con auténtica inteligencia emocional (lo que requiere de una acertada combinación de genética, crianza, cultura y propositividad). Pero los expertos lo son en campos muy acotados, y las decisiones políticas integran múltiples campos y disímiles dimensiones.

      Nos encontramos con un mundo basado en la seguridad, que se ve azotado por la vulnerabilidad, donde a veces no podemos controlar el miedo activado a partir de sistemas ancestrales anidados en nuestra amígdala cerebral; pero sí podemos actuar correctamente.

      Hemos de tomar conciencia; detenernos en el autoconocimiento; apreciar nuestros pensamientos y cómo se entrelazan con los sentimientos; escuchar las intuiciones que tenemos; valorar la capacidad de aceptación; regularnos ante lo que nos acontece; detectar nuestra motivación interna; hacer aflorar el optimismo, la gratitud, la percepción de plenitud; analizar nuestros valores y lo esencial que nos conecta con la vida; desarrollar la inteligencia interpersonal.

      Lo importante es no dejar de cuestionarse, de preguntarse, de interesarse constantemente; y más en momentos de crisis que han de impulsar nuevas estrategias, imaginación e inventiva. Y es que hay que vivir, no sobrevivir; mantener la proximidad afectiva aun en la distancia, sabiendo que las videollamadas no sustituirán nunca el contacto presencial (pues la tecnología en las relaciones entre personas es importante, pero la humanización es irremplazable).

      Palabras como «comunicación» y «encuentro» no deben ser sepultadas por la imagen. Freud decía que la ciencia moderna no ha producido aún un medicamento tranquilizador tan eficaz como unas pocas palabras bondadosas.

      Llegados a este punto de la introducción, hemos de reflejar que sentir tristeza y ansiedad es normal y adaptativo; y que sufrimiento no es igual a patología, que no se debe patologizar.

      Compartimos una historia evolutiva de densa cooperación; la antropología nos demuestra que hemos sabido sortear las dificultades, y lo hemos hecho juntos. Como siempre, imaginaremos nuevas posibilidades y crearemos nuevos instrumentos. Lo cual no es óbice para afirmar que la pandemia de la COVID-19 está poniendo de manifiesto la necesidad de aumentar urgentemente la inversión en servicios de salud mental si el mundo no desea verse abocado a un aumento drástico de las enfermedades psíquicas.

      Es acertado recordar la tendencia —muy humana— a imponer una interpretación única en situaciones ambiguas, lo que conlleva enormes peligros al abordar la COVID-19. Además, el impacto de las pandemias se amplifica por la yuxtaposición de dos posicionamientos contradictorios ante un riesgo que es grave pero extraño: el pánico y el efecto de «a mí no me ocurrirá» (que obviamente acelera la propagación de la enfermedad).

      Los clínicos de la salud mental hemos de abordar daños y pérdidas, entre las que se encuentra la creencia de que podemos proteger a los niños y a los ancianos, un hipertrofiado sentido de control y previsibilidad.

      Especial atención requieren los pacientes con trastornos psicopatológicos, debidos también a las altas tasas de sobrepeso, el tabaquismo, las comorbilidades médicas y el autocuidado deficiente.

      Habrá de definirse hasta qué punto las coagulopatías relacionadas con la COVID-19, la hipoxia, la neuroinflamación o la infección viral directa del cerebro pueden contribuir a la morbilidad psicopatológica.

      Ante nosotros tenemos un reto, el equilibrio entre desafío y respuesta.

      Muchos de los sanitarios no buscan ayuda para sí mismos, y hemos de asegurarnos de que lo hagan; estar interiormente aislados desafía su salud mental y les imposibilita a la hora de lidiar con la impotencia y la frustración de quien llora junto a y por quien no conoce.

      Detengámonos para comprometernos firmemente. La lucha contra el virus debe contemplar aspectos esenciales como la dignidad y la piedad por quien muere (que no lo haga solo, sin consuelo, sin compañía).

      Es esencial reforzar el ideal de la fraternidad universal. Hemos de atisbar un cambio de cosmovisión.

      Precisamos de una sociedad civil fuerte, no todo debe depender del Estado providencia.

      Además, la razón no debe confundirse con el deseo, ni ser ciudadano con ser consumidor.

      La verdad debe sobrevivir ante el tsunami de la cultura líquida, de la opinión inculta, de la ideología impuesta, de la defensa de un Yo individualista, egoísta.

      Viktor Frankl señala que el ser humano posee, más allá de lo biológico y lo psicológico, una dimensión propia, la espiritual.

      La espiritualidad, que no debe ser autorreferencial, debe ser trascendental y ofrecer sus valores hacia los otros, dando un sentido existencial. Manifiesta que hay algo mucho más importante que el Yo: la presencia del otro. Es desde ese alguien para quien se vive que la existencia encuentra su sentido (lo encuentra, no lo crea).

      Hemos de generar, fortalecer y mantener la confianza; aumentar la resiliencia y la autoeficacia; brindar apoyo especial a los trabajadores de la salud y al personal de atención; priorizar a las personas con mayor riesgo de sufrir consecuencias negativas; fomentar nuevas normas saludables; y equilibrar los derechos individuales con el bien social.

      Aportemos una comunicación clara y coherente, anticipemos СКАЧАТЬ