Название: Universidades, colegios, poderes
Автор: AAVV
Издательство: Bookwire
Жанр: Учебная литература
Серия: CINC SEGLES
isbn: 9788491348160
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En relación con los autores españoles, las figuras más conspicuas de la Escuela omiten a Vitoria o le otorgan muy escasa relevancia. Y si a ello se suma la magra fortuna tipográfica de sus prelecciones, dentro y fuera de España, resultan difíciles de sostener asertos como: «en estos años [mediados del siglo XVI] las doctrinas y métodos de enseñanza de Francisco de Vitoria habían triunfado totalmente».56 En cambio, la valoración de la obra de Soto excede, de modo contundente, a la de cualquier otro teólogo salmantino del siglo, tanto que a veces supera a autores tan respetados y citados como Cayetano y Mazzolino. Si hay un maestro español en esa universidad, difundido por las prensas dentro y fuera del reino y claramente reconocido en el siglo XVI, es Soto. A reserva de ulteriores estudios, puede apuntarse que aquellos tomistas tenían la vista puesta, antes que en los teólogos locales, en los autorizados maestros de la orden, fuese cual fuese su nación.
¿ESCUELA DE SALAMANCA O ESCUELAS DE LA MONARQUÍA?
Salamanca fue la universidad más destacada de la península, en particular a fines del siglo XV y en todo el siguiente. La abundancia de rentas, sus numerosas cátedras y el gran flujo estudiantil, que frisó siete mil matrículas anuales, le dieron brillo indisputable.57 Y con todo, su época de oro ahondó también la escisión entre un estudiantado selecto, de élite, atrincherado en los llamados colegios mayores, y la masa estudiantil. Si bien el fenómeno colegial se documenta en la ciudad desde 1381, se trataba de hospederías. En cambio, en 1401 se inauguró el de San Bartolomé, espléndidamente dotado, para alojar y promover a becarios con grado de bachiller, dispuestos a licenciarse y doctorarse. Al inicio del siglo XVI se abrieron otros tres «mayores». En ellos, solo para seglares y miembros del clero secular, los becarios eran predominantemente juristas y canonistas, si bien los teólogos rondaban el tercio, sin que faltaran médicos.58 Sus becarios coadyuvaron a consolidar el prestigio de los emblemáticos estudios jurídicos de la Universidad, a la vez que abrieron espacio a clérigos seculares en una Facultad de Teología dominada por las órdenes, ante todo la dominica. Al propio tiempo, su carácter elitista hacía mella en el tradicional orden de Salamanca. Generaba, de una parte, estudiantes de primera, los colegiales «mayores», situados en la vía regia para alcanzar los altos cargos de gobierno;59 de la otra, en abierto contraste, una gran masa de escolares, llamados manteístas, quienes, luego de borlarse, debían buscar apoyos familiares o eclesiásticos para lograr alguna colocación. Una vez asentado en Salamanca, el fenómeno colegial cundió por el reino.
Valladolid, surgida a fines del siglo XIII, no parece que significara una competencia notable para Salamanca por sus recurrentes problemas financieros, y porque rara vez superaba el millar de alumnos.60 No obstante, a fines del siglo XV, la ciudad, sede de la Real Chancillería, hospedó a dos colegios paralelos que promoverían la formación de seglares y frailes selectos. Por una parte, el colegio de Santa Cruz, creado por el cardenal Mendoza en 1483 para formar en leyes, teología y medicina a un grupo de becarios laicos o del clero secular, a la manera del San Bartolomé de Salamanca. Se abrió también el colegio dominico de San Gregorio, fundado en 1487 por Alonso de Burgos, antiguo miembro de la orden y obispo de Palencia, para becar a un grupo escogido de jóvenes frailes de toda la provincia, que recibirían formación especial, sin distraerse en deberes conventuales como el coro.61 En él se dictaban lecciones regulares de artes y teología, y sus catedráticos fueron, entre otros, fray Bartolomé de Carranza, futuro arzobispo de Toledo, Francisco de Vitoria, Melchor Cano, Pedro de Sotomayor… Salvo el primero, los otros ocuparon después la primaria de Salamanca. Ambas instituciones contribuyeron a dar vida a la Universidad y dotaron de numerosos letrados a la jerarquía eclesiástica y a la Corona.
En contraste con Valladolid, la Universidad de Alcalá, fundada en el primer cuarto del siglo XVI, con su colegio mayor de San Ildefonso y alrededor de veintidós menores seculares, y circundada por institutos de las órdenes franciscana, dominica, agustina, carmelita y jesuita, significó desde el inicio un verdadero reto para Salamanca. Espléndidamente dotado por su fundador, el cardenal Cisneros, sus primeros lectores en artes y en teología procedían en gran medida de París y pertenecían al clero secular. Además, Alcalá abrió cátedras para impartir ambas facultades según las tres vías, lo que cimbró el tomismo reinante entre los teólogos salmantinos, en su mayoría regulares.
Salamanca intentó ponerse al día, con todo y el virulento rechazo de los dominicos, detentadores de la cátedra de prima desde el último cuarto del siglo XV. Alarmado por la fuga de estudiantes a Alcalá, el claustro aprobó, en 1508, abrir tres cátedras nominales, de teología, lógica y filosofía natural, para las que se contratarían maestros externos. Así se abrió la puerta, como en Alcalá, a lectores venidos de París. Resulta ilustrativo el alegato de Martín de Azpilcueta, en 1589, de que el estudio se había enriquecido al incorporar a tres catedráticos formados en Francia. Primero habla de sí mismo. Tras cursar Artes y Teología en Alcalá, pasó a aprender y enseñar leyes y cánones en Francia. Al volver, impartió ese derecho pontificio en Salamanca por catorce años (1524-1538) y otros catorce en Coímbra. Cita también al perdoctus y perpius Vitoria, que trasladó (invexit) de París solidam utilissimamque theologiam (1526-1546). Por último, evoca al futuro arzobispo de Toledo, Juan Martínez Silíceo, quien, habiendo estudiado y enseñado utramque philosophiam en París, difundió ese saber en Salamanca (1518-1535).62
Las novedades introducidas en Valladolid, Alcalá y Salamanca eran parte de un vastísimo proceso de cambios, propios de la época moderna, con efectos de orden político, social y religioso. Baste apuntar la consolidación del poder monárquico en varias naciones, que acarreó un creciente centralismo y grandes demandas de personal con formación en letras.63 Al mismo tiempo se produjo la partición de Europa entre los territorios adeptos a una o más de las reformas religiosas y las naciones donde arraigó un catolicismo poco tolerante y muy jerarquizado en torno al romano pontífice y los obispos, con la exigencia de un clero mejor formado, apto para administrar los bienes eclesiásticos, gobernar y doctrinar a los fieles. Por fin, el arribo de europeos al Nuevo Mundo, y su conquista y colonización, conllevó la desaparición de pueblos enteros y una reestructuración drástica del régimen de vida de los sobrevivientes, sometidos al dominio de las nacientes potencias europeas. En Castilla, los descomunales territorios americanos ensancharon el imperio de la monarquía católica y demandaron ingente número de letrados para su gobierno secular y eclesiástico. A la vez, por tratarse de pueblos sin la menor noticia previa del cristianismo, surgían arduas dudas teológicas debatidas en universidades y colegios de seculares y regulares en ambos lados del océano.64
De ahí, en gran medida, la radical renovación del mapa universitario y de numerosas instituciones docentes, no solo en la península ibérica sino en toda Europa y en el Nuevo Mundo a lo largo del siglo XVI. Durante el Medievo, Salamanca y Valladolid bastaron para proveer de letrados a Castilla, más los que se graduaban en el sur de Francia, París e Italia, y los maestros que emigraban de esos lugares. En cambio, de 1490 a 1600 nacieron otras dieciocho universidades, en su mayoría vinculadas a un colegio, al modo de Alcalá, pero a mucha menor escala, y con el fin expreso de formar clérigos seculares. Sin embargo, también surgieron varias para el clero regular, como Santo Tomás, en Sevilla o Ávila.65
En la Corona aragonesa, menos poblada, varias ciudades ganaron cartas de fundación en el Medievo, pero solo funcionaron Lérida y Huesca, más Perpiñán, al norte de los Pirineos. Desde 1500 surgieron nuevas, como Valencia, o abrieron las erigidas tiempo atrás. Al cierre del siglo, funcionaban doce, casi todas sujetas a la autoridad municipal.
En el reino portugués (ocupado por Felipe II en 1580 y gobernado por los Austrias hasta 1634), Lisboa-Coímbra se consolidó desde fines del siglo XIII, si bien el rey patrocinó una reorganización profunda en 1537. En adelante la vieja corporación se asentó definitivamente en Coímbra. Solo se agregó la jesuítica de Évora (1558/1559).
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