Название: Universidades, colegios, poderes
Автор: AAVV
Издательство: Bookwire
Жанр: Учебная литература
Серия: CINC SEGLES
isbn: 9788491348160
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Si bien Grabmann mencionó la Escuela, con mayúsculas, el título poco atrajo en España, a pesar de que el alemán la delineó como un movimiento de renovación teológica. Con todo, las tesis del alemán poco embonaban con la actividad editorial que, desde el inicio del siglo XX, promovían los dominicos de San Esteban para recuperar a sus teólogos del Quinientos, reeditando impresos olvidados desde el siglo XVII y rescatando inéditos. Primero destacaron Justo Cuervo (1859-1921), Alonso Getino (1877-1946) –fundador, en 1910, de la revista emblema Ciencia Tomista– y Venancio Carro (1894-1972). Su objetivo, antes que la Universidad como tal y en su complejidad, era exaltar, con beligerancia, a los autores de la orden, en especial a Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Melchor Cano y Domingo Báñez.
Vicente Beltrán de Heredia (1885-1973) continuó esa línea apologética. Fruto de su pluma fueron, a partir de 1911, más de trescientas recensiones o «notas críticas», en especial en Ciencia Tomista, y más de cien artículos, que seleccionó y reeditó en la Miscelánea Beltrán de Heredia (1972): sesenta y ocho estudios en cuatro tomos con más de 2.500 páginas sobre la actividad de los teólogos dominicos, ante todo, de san Esteban. Lo propio hizo en sus libros: catorce títulos en treinta y dos nutridos volúmenes; ante todo, ediciones de obras inéditas de teólogos, con prefacios que rebasan 200 páginas: los comentarios de Vitoria a la Secunda Secundae, en seis tomos; en cinco, los de Báñez a la primera y tercera partes de la Summa. Un documentado libro sobre Soto. Su aptitud excepcional para recabar y editar fuentes culminó con el Bulario (1219-1549)16 y el Cartulario (1218-1600)17 de la Universidad, en nueve tomos.
Los dominicos, al rescatar la obra de sus ilustres ancestros, aportaron material invaluable a los futuros panegiristas de la Escuela. Dictaron también, en gran medida, el guion, centrado en la cuarteta de teólogos: Vitoria, Soto, Cano, Báñez. A la vez, evitaron referirse a la «Escuela». Algún estudioso halla «sorprendente» que Beltrán no disertara sobre ella.18 Él y los suyos parecían ver con recelo un enfoque que extendía a toda la universidad un mérito reclamado en exclusiva para los teólogos de su orden, claustrales de san Esteban.19
Es quizás Luciano Pereña (1920-2007) quien oficializó el término en el ámbito hispano. Sin embargo, él mismo, durante años, se vio reticente. Así, en 1954 publicó: La universidad de Salamanca, forja del pensamiento político español en el siglo XVI.20 Omitió, pues, a «La Escuela». Al parecer, en los sesenta aún prefería hablar de «Escuela española de la paz», o Corpus Hispanorum de pace, título de la serie bibliográfica que editó de 1963 hasta su muerte. Solo en 1984 adoptaría el mote, en Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca. La ética en la conquista de América.21 En adelante tomó partido abierto por el nombre, pero en su serie aparecía después de su lema original. Con notable tenacidad publicó o promovió la edición de medio centenar de tomos con obras de autores de los siglos XVI y XVII. Al difundir otros nombres y diversificar enfoques, ensanchó el campo.
De hecho –y a diferencia de tantos coetáneos y antecesores–, su interés por la teología en sí parece nulo; prefiere sus derivaciones. Su enfoque lo acerca a nombres como Grice-Hutchinson, pero su tono es vindicativo, y abusa de anacronismos como democracia o internacionalismo. Ante todo, reclama para España la palma en la creación del derecho de gentes, y defiende la conquista de América como empresa civilizadora y moral. De Vitoria, le atrae su visión del Nuevo Mundo; de Cano, sus teorías sobre la guerra. Además, editó al menos veinte tomos del jesuita Francisco Suárez, quien, por cierto, jamás leyó en la Universidad salmantina.22 Al final de su vida, esbozó su idea de «La Escuela de Salamanca: notas de identidad».23 Consiste en un «sistema de principios éticos (de filosofía política, moral internacional y moral económica principalmente)». Su carácter «interdisciplinar» impide reducirla a escuela teológica, filosófica, jurídica, social o económica. Antes bien, conlleva «una comunidad de actitudes, de principios y de método». Señala que, frente a la imperante economía mercantilista de los tratos comerciales, los salmantinos promovieron una «economía humanista», utópica, que pretendía «la rehumanización, la pacificación y la reconciliación entre indios y españoles».24 Huelgan comentarios…
En 2000, Juan Belda Plans, de la Universidad de Navarra, estampó el voluminoso La Escuela de Salamanca y la renovación de la teología en el siglo XVI.25 Como el título sugiere, se limita al enfoque teológico y, en contraste con Pereña y Grice-Hutchinson, restringe al máximo el campo de la Escuela: los lectores de teología de prima y vísperas de Salamanca, desde el inicio de la enseñanza de Vitoria hasta la muerte de Báñez (1526-1604). Casi como concesión, acepta a los lectores de otras cátedras teológicas, tachados de «menores». En cambio, –sin explicar ni justificar– excluye la de la Biblia. Por tanto, fray Luis de León pasa a los «maestros menores», y ello porque leyó cátedras temporales. Resulta así que Melchor Cano, «teorizador del método teológico de la Escuela», lector efectivo en cátedra de prima durante algo más de un cuatrienio –sin contar los meses a cargo de suplentes–, merece a Belda doscientas cincuenta páginas, frente a las tres dedicadas a fray Luis, sin valorar sus treinta años de docencia teológica.26 Al hacerlo, además, obvia que el agustino era uno de los pocos teólogos que citan a Vitoria, de cuyos alumnos recopiló apuntes.27 Su visión, en extremo restrictiva, lo lleva a exigir «requisitos mínimos» para pertenecer a la Escuela, que reduce a una suerte de escalafón docente-teológico. Sobra añadir que también omite los derechos, medicina, filosofía y las humanidades impartidas por colegas de Vitoria. A la vez prescinde de los colegios y universidades donde leyeron, antes o después, los «maestros mayores».28
Alega, con razón, que deben delinearse los alcances del término, o pierde sentido. Define la Escuela –teológica– como «realidad unitaria y homogénea en una serie de aspectos: unidad de espacio y tiempo (un lugar y periodo concreto); unidad de personas que se suceden (un grupo cohesionado); unidad de fines, de espíritu, de medios (un proyecto y unos métodos comunes); unidad, por último, de doctrinas en puntos básicos (una cierta tradición doctrinal)». Todo se aplica –dice– al «grupo unitario de teólogos con unas notas comunes». Es decir, los sucesivos lectores salmantinos «a partir del magisterio de Vitoria y bajo su influencia (directa o indirecta)», y animados por «ideales y objetivos comunes»: renovar la teología desde una «tradición doctrinal común», cuyo centro es la Summa «como guía principal de los estudios y enseñanza teológica universitaria». Un legado, en fin, «que se transmite de unos a otros y que se va enriqueciendo progresivamente». Ellos formaron «un verdadero equipo colectivo» cuyos aportes personales enriquecían la labor conjunta, por ejemplo.29
Otros estudiosos, como los profesores salmantinos José Barrientos y Miguel Anxo Pena, asumen, por principio o de hecho, el restrictivo enfoque de Belda, si bien ambos se extienden hasta el siglo XVII. Barrientos declara sin atenuantes: «La Escuela de Salamanca debe quedar limitada a aquellos docentes de la Universidad, dominicos y no dominicos, en quienes concurren las dos notas que, entiendo, caracterizan o definen la Escuela: teología y tomismo».30 Fiel a su tesis, ha emprendido minuciosas pesquisas de archivo para reconstruir la docencia de los lectores salmantinos de teología entre el XVI y mediados del XVII, en una treintena larga de títulos, desde artículos a densos libros.31 Además, en su Repertorio de Moral económica (1526-1670). La Escuela de Salamanca y su Proyección (2011)32 presenta a diez catedráticos y, a continuación, a ochenta y cinco teólogos tratadistas de СКАЧАТЬ