La Galatea. Miguel de Cervantes
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Название: La Galatea

Автор: Miguel de Cervantes

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4064066444693

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СКАЧАТЬ hermosura,

       los ojos que te han mirado.

       Pues cuanto tu gracia estraña

       promete, alegra y concierta,

       tanto turba y desconcierta

       mi desdicha, y enmaraña.

       Unos ojos me engañaron,

       al parecer pïadosos.

       ¡Ay, ojos falsos, hermosos!,

       los que os ven, ¿en qué pecaron?

       Dime, pastora crüel:

       ¿a quién no podrá engañar

       tu sabio honesto mirar

       y tus palabras de miel?

       De mí ya está conoscido

       que, con menos que hicieras,

       días ha que me tuvieras

       preso, engañado y rendido.

       Las letras que fijaré

       en esta áspera corteza

       crecerán con más firmeza

       que no ha crecido tu fe;

       la cual pusiste en la boca

       y en vanos prometimientos,

       no firme al mar y a los vientos,

       como bien fundada roca.

       Tan terrible y rigurosa

       como víbora pisada,

       tan crüel como agraciada,

       tan falsa como hermosa;

       lo que manda tu crueldad

       cumpliré sin más rodeo,

       pues nunca fue mi deseo

       contrario a tu voluntad.

       Yo moriré desterrado

       porque tú vivas contenta,

       mas mira que amor no sienta

       del modo que me has tratado;

       porque, en la amorosa danza,

       aunque amor ponga estrecheza,

       sobre el compás de firmeza

       no se sufre hacer mudanza.

       Así como en la belleza

       pasas cualquiera mujer,

       creí yo que en el querer

       fueras de mayor firmeza;

       mas ya sé, por mi pasión,

       que quiso pintar natura

       un ángel en tu figura,

       y el tiempo en tu condición.

       Si quieres saber dó voy

       y el fin de mi triste vida,

       la sangre por mí vertida

       te llevará donde estoy;

       y, aunque nada no te cale

       de nuestro amor y concierto,

       no niegues al cuerpo muerto

       el triste y último vale;

       que bien serás rigurosa,

       y más que un diamante dura,

       si el cuerpo y la sepultura

       no te vuelven piadosa.

       Y en caso tan desdichado

       tendré por dulce partido,

       si fui vivo aborrecido,

       ser muerto y por ti llorado.

      »¿Qué palabras serán bastantes, pastoras, para daros a entender el estremo de dolor que ocupó mi corazón cuando claramente entendí que los versos que había leído eran de mi querido Artidoro? Mas no hay para qué encarescérosle, pues no llegó al punto que era menester para acabarme la vida, la cual, desde entonces acá tengo tan aborrecida, que no sentiría ni me podría venir mayor gusto que perderla. Los sospiros que entonces di, las lágrimas que derramé, las lástimas que hice, fueron tantas y tales, que ninguno me oyera que por loca no me juzgara.

      »En fin, yo quedé tal que, sin acordarme de lo que a mi honra debía, propuse de desamparar la cara patria, amados padres y queridos hermanos, y dejar con la guardia de sí mesmo al simple ganado mío. Y, sin entremeterme en otras cuentas, mas de en aquellas que para mi gusto entendí ser necesarias, aquella mesma mañana, abrazando mil veces la corteza donde las manos de mi Artidoro habían llegado, me partí de aquel lugar con intención de venir a estas riberas, donde sé que Artidoro tiene y hace su habitación, por ver si ha sido tan inconsiderado y cruel consigo que haya puesto en ejecución lo que en los últimos versos dejó escripto; que si así fuese, desde aquí os prometo, amigas mías, que no sea menor el deseo y presteza con que le siga en la muerte, que ha sido la voluntad con que le he amado en la vida. Mas, ¡ay de mí, y cómo creo que no hay sospecha que en mi daño sea que no salga verdadera!, pues ha ya nueve días que a estas frescas riberas he llegado, y en todos ellos no he sabido nuevas de lo que deseo; y quiera Dios que cuando las sepa, no sean las últimas que sospecho.» Veis aquí, discretas zagalas, el lamentable suceso de mi enamorada vida. Ya os he dicho quién soy y lo que busco; si algunas nuevas sabéis de mi contento, así la fortuna os conceda el mayor que deseáis, que no me las neguéis.

      Con tantas lágrimas acompañaba la enamorada pastora las palabras que decía, que bien tuviera corazón de acero quien dellas no se doliera. Galatea y Florisa, que naturalmente eran de condición piadosa, no pudieron detener las suyas, ni menos dejaron, con las más blandas y eficaces razones que pudieron, de consolarla, dándole por consejo que se estuviese algunos días en su compañía; quizá haría la fortuna que en ellos algunas nuevas de Artidoro supiese; pues no permitiría el cielo que, por tan estraño engaño, acabase un pastor tan discreto como ella le pintaba el curso de sus verdes años; y que podría ser que Artidoro, habiendo con el discurso del tiempo vuelto a mejor discurso y propósito su pensamiento, volviese a ver la deseada patria y dulces amigos; y que por esto, allí mejor que en otra parte podía tener esperanza de hallarle. Con estas y otras razones, la pastora, algo consolada, holgó de quedarse con ellas, agradeciéndoles la merced que le hacían y el deseo que mostraban de procurar su contento. A esta sazón, la serena noche, aguijando por el cielo el estrellado carro, daba señal que el nuevo día se acercaba; y las pastoras, con el deseo y necesidad de reposo, se levantaron y del fresco jardín a sus estancias se fueron. Mas, apenas el claro sol había con sus calientes rayos deshecho y consumido la cerrada niebla que en las frescas mañanas por el aire suele estenderse, cuando las tres pastoras, dejando los ociosos lechos, al usado ejercicio de apascentar su ganado se volvieron, con harto diferentes pensamientos Galatea y Florisa del que la hermosa Teolinda llevaba, la cual iba tan triste y pensativa que СКАЧАТЬ