La Galatea. Miguel de Cervantes
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Название: La Galatea

Автор: Miguel de Cervantes

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4064066444693

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СКАЧАТЬ después que llegó a su aldea, deseando saber el suceso de los amores de Teolinda, procuró hacer de manera que aquella noche estuviesen solas ella y Florisa y Teolinda; y, hallando la comodidad que deseaba, la enamorada pastora prosiguió su cuento, como se verá en el segundo libro.

      FIN DEL PRIMERO LIBRO DE GALATEA

       Segundo libro de Galatea

       Índice

       LIBRES ya y desembarazadas de lo que aquella noche con sus ganados habían de hacer, procuraron recogerse y apartarse con Teolinda en parte donde, sin ser de nadie impedidas, pudiesen oír lo que del suceso de sus amores les faltaba. Y así, se fueron a un pequeño jardín que estaba en casa de Galatea; y, sentándose las tres debajo de una verde y pomposa parra que entricadamente por unas redes de palos se entretejía, tornando a repetir Teolinda algunas palabras de lo que antes había dicho, prosiguió diciendo:

      —«Después de acabado nuestro baile y el canto de Artidoro —como ya os he dicho, bellas pastoras—, a todos nos pareció volvernos al aldea a hacer en el templo los solemnes sacrificios, y por parecernos asimesmo que la solemnidad de la fiesta daba en alguna manera licencia para [que], no teniendo cuenta tan a punto con el recogimiento, con más libertad nos holgásemos; y por esto, todos los pastores y pastoras, en montón confuso, alegre y regocijadamente al aldea nos volvimos, hablando cada uno con quien más gusto le daba. Ordenó, pues, la suerte y mi diligencia, y aun la solicitud de Artidoro, que sin mostrar artificio en ello, los dos nos apareamos, de manera que a nuestro salvo pudiéramos hablar en aquel camino más de lo que hablamos, si cada uno por sí no tuviera respecto a lo que a sí mesmo y al otro debía. En fin, yo, por sacarle a barrera —como decirse suele—, le dije: "Años se te harán, Artidoro, los días que en nuestra aldea estuvieres, pues debes de tener en la tuya cosas en que ocuparte que te deben de dar más gusto". "Todo el que yo puedo esperar en mi vida trocara yo —respondió Artidoro— porque fueran, no años, sino siglos, los días que aquí tengo de estar, pues, en acabándose, no espero tener otros que más contento me hagan". "¿Tanto es el que rescibes —respondí yo— en mirar nuestras fiestas?" "No nasce de ahí —respondió él—, sino de contemplar la hermosura de las pastoras desta vuestra aldea". "¡Es verdad —repliqué yo—, que deben de faltar hermosas zagalas en la tuya!". "Verdad es que allá no faltan —respondió él—, pero aquí sobran, de manera que una sola que yo he visto, basta para que, en su comparación, las de allá se tengan por feas". "Tu cortesía te hace decir eso, ¡oh Artidoro! —respondí yo—, porque bien sé que en este pueblo no hay ninguna que tanto se aventaje como dices". "Mejor sé yo ser verdad lo que digo —respondió él—, pues he visto la una y mirado las otras". "Quizá la miraste de lejos, y la distancia del lugar —dije yo— te hizo parecer otra cosa de lo que debe de ser". "De la mesma manera —respondió él— que a ti te veo y estoy mirando agora, la he mirado y visto a ella; y yo me holgaría de haberme engañado, si no conforma su condición con su hermosura". "No me pesara a mí ser la que dices, por el gusto que debe sentir la que se vee pregonada y tenida por hermosa". "Harto más —respondió Artidoro— quisiera yo que tú no fueras". "Pues, ¿qué perdieras tú —respondí yo— si, como yo no soy la que dices, lo fuera?" "Lo que he ganado —respondió él— bien lo sé; de lo que he de perder estoy incierto y temeroso". "Bien sabes hacer del enamorado —dije yo—, ¡oh Artidoro!" "Mejor sabes tú enamorar, ¡oh Teolinda!", respondió él. A esto le dije: "No sé si te diga, Artidoro, que deseo que ninguno de los dos sea el engañado". A lo que él respondió: "De que yo no me engaño estoy bien seguro, y de querer tú desengañarte, está en tu mano, todas las veces que quisieres hacer experiencia de la limpia voluntad que tengo de servirte". "Ésa te pagaré yo con la mesma —repliqué yo—, por parecerme que no sería bien a tan poca costa quedar en deuda con alguno".

      »A esta sazón, sin que él tuviese lugar de responderme, llegó Eleuco, el mayoral, y dijo con voz alta: "¡Ea, gallardos pastores y hermosas pastoras!, haced que sientan en el aldea vuestra venida, entonando vosotras, zagalas, algún villancico, de modo que nosotros os respondamos; porque vean los del pueblo cuánto hacemos al caso los que aquí vamos para alegrar nuestra fiesta". Y porque en ninguna cosa que Eleuco mandaba dejaba de ser obedecido, luego los pastores me dieron a mí la mano para que comenzase. Y así, yo, sirviéndome de la ocasión y aprovechándome de lo que con Artidoro había pasado, di principio a este villancico:

      En los estados de amor,

       nadie llega a ser perfecto,

       sino el honesto y secreto.

       Para llegar al süave

       gusto de amor, si se acierta,

       es el secreto la puerta,

       y la honestidad la llave.

       Y esta entrada no la sabe

       quien presume de discreto,

       sino el honesto y secreto.

       Amar humana beldad

       suele ser reprehendido,

       si tal amor no es medido

       con razón y honestidad.

       Y amor de tal calidad

       luego le alcanza, en efecto,

       el qu’es honesto y secreto.

       Es ya caso averiguado,

       que no se puede negar,

       que a veces pierde el hablar

       lo qu’el callar ha ganado.

       Y el que fuere enamorado,

       jamás se verá en aprieto,

       si fuere honesto y secreto.

       Cuanto una parlera lengua

       y unos atrevidos ojos

       suelen causar mil enojos

       y poner al alma en mengua,

       tanto este dolor desmengua

       y se libra deste aprieto

       el qu’es honesto y secreto.

      »No sé si acerté, hermosas pastoras, en cantar lo que habéis oído, pero sé bien que se supo aprovechar dello Artidoro, pues, en todo el tiempo que en nuestra aldea estuvo, puesto que me habló muchas veces, fue con tanto recato, secreto y honestidad, que los ociosos ojos y lenguas parleras ni tuvieron ni vieron que decir cosa que a nuestra honra perjudicase. Mas con el temor que yo tenía que, acabado el término que Artidoro había prometido de estar en nuestra aldea, se había de ir a la suya, procuré, aunque a costa de mi vergüenza, que no quedase mi corazón con lástima de haber callado lo que después fuera escusado decirse estando Artidoro ausente. Y así, después que mis ojos dieron licencia que los suyos amorosamente me mirasen, no estuvieron quedas las lenguas, ni dejaron de mostrar con palabras lo que hasta entonces por señas los ojos habían bien claramente manifestado.

      »En fin, sabréis, amigas mías, que un día, hallándome acaso sola con Artidoro, con señales de un encendido amor y comedimiento, me descubrió el verdadero y honesto amor que me tenía; y, aunque yo quisiera entonces hacer de la retirada y melindrosa, porque temía, como ya os he dicho, que él se partiese, no quise desdeñarle ni despedirle; y también por parecerme СКАЧАТЬ