Cuentos selectos. Paul Bowles
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Название: Cuentos selectos

Автор: Paul Bowles

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789876286169

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СКАЧАТЬ Amar con aspereza. Tenía frío y estaba muy cansado, y aunque no creía en realidad en las historias del niño, deseaba salir de aquella ciudad hostil.

      —Vamos a caminar para alejarnos de aquí lo más posible. Toda la noche. Por la mañana estaremos en las montañas y no nos encontrarán. ¿Podemos ir a tu ciudad?

      Amar no contestó. Le agradaba que el niño quisiera quedarse con él, pero decírselo no le parecía conveniente. Siguieron por una callecita que serpenteaba colina abajo, hasta que dejaron atrás todas las casas y estuvieron en campo abierto. Ahora el sendero atravesaba un valle angosto, y se juntaba con la carretera más allá de un pequeño puente. Aquí, el paso de los vehículos había apisonado la nieve, y se les hizo mucho más fácil andar.

      Llevarían tal vez una hora de camino en un frío cada vez más intenso, cuando un gran camión pasó junto a ellos. Se detuvo un poco más adelante y el conductor, un árabe, ofreció llevarlos.

      Amar y Brahim montaron en la parte trasera, y con unos sacos vacíos hicieron una especie de nido. El niño estaba muy contento de ir como volando por el aire oscuro de la noche. Las montañas y las estrellas giraban por encima de su cabeza, y el camión producía un potente rugido mientras avanzaba por la carretera vacía.

      —¡Lazrag nos encontró y nos ha convertido en pájaros! —gritó cuando ya no pudo contener su alegría—. Nadie volverá a conocernos.

      Amar dio un gruñido y cerró los ojos. Pero el niño siguió observando el cielo, los árboles y los acantilados durante mucho tiempo antes de quedarse dormido.

      No era aún de día cuando el camión se detuvo cerca de un manantial.

      Con el silencio, el niño se despertó. Oyó el canto de un gallo a lo lejos, y luego al camionero, que se aprovisionaba de agua. El gallo volvió a cantar; un delgado y débil arco de sonido que se extendía por la fría penumbra de la llanura. Todavía no clareaba. El niño se arropó en el montón de sacos y andrajos, y sintió el calor de Amar, que dormía.

      Cuando amaneció estaban en otra parte del país. No había nieve. En cambio, los almendros en flor cubrían las colinas por donde el camión pasaba velozmente. El camino serpenteaba cada vez menos a medida que descendían, hasta que de pronto surgió de entre las colinas un sitio debajo del cual había un vasto vacío que titilaba. Amar y el niño se quedaron mirándolo y se dijeron el uno al otro que debía de ser el mar, que brillaba con la luz de la mañana.

      El viento primaveral empujaba la espuma de las olas a lo largo de la playa; jugaba con las vestiduras de Amar y del niño y las hacía ondear hacia la tierra mientras caminaban junto al agua. Por fin encontraron un sitio resguardado entre las rocas, donde se desvistieron y dejaron la ropa sobre la arena. Al niño le daba miedo meterse en el agua, y dejar que las olas rompieran entre sus piernas le pareció diversión suficiente, pero Amar quería hacerle ir más allá.

      —¡No, no!

      —Vamos —Amar insistía.

      Amar bajó la mirada. Andando de costado, un cangrejo enorme había surgido de un lugar oscuro entre las rocas y se le acercaba. Dio un salto hacia atrás, aterrorizado, y perdió el equilibrio. Cayó con todo su peso y se golpeó la cabeza contra uno de los peñascos. El niño se quedó muy quieto para observar el animal que avanzaba hacia Amar con precaución por el borde espumoso de las olas que iban a morir en la playa. Amar yacía inmóvil, y el agua y la arena formaban arroyos diminutos sobre su cara. Cuando el cangrejo llegó a sus pies el niño dio un salto, y con una voz enronquecida por la desesperación, gritó:

      —¡Lazrag!

      El cangrejo se escabulló con rapidez detrás de una roca y desapareció. La cara del niño estaba radiante. Corrió hacia Amar y levantó su cabeza por encima de una ola que acababa de romper y, lleno de emoción, le dio unas palmadas en la cara.

      —¡Amar! ¡Le hice huir! —gritó—. ¡Te salvé!

      Si no se movía, el dolor no era insoportable. Así que se quedó quieto. Sentía el calor del sol, el agua que corría suavemente sobre él, la brisa suave y fresca que venía del mar. Sentía también cómo temblaba el niño en su esfuerzo por mantenerle la cabeza por encima de las olas, y le oyó repetir muchas veces: “Te salvé, Amar”.

      Mucho tiempo después respondió:

      —Sí.

      1945

      Escala en Corazón

      —Pero ¿por qué querrías que un pequeño horror como ese nos acompañe? No tiene sentido. Ya sabes como son.

      —Sé cómo son —dijo su esposo—. Es reconfortante observarlos. Pase lo que pase, si tuviera eso para mirar, me recordaría lo estúpido que fui por haberme alterado alguna vez.

      Él se inclinó más sobre la baranda y miró con atención al muelle. Había canastos en venta, juguetes de goma dura natural toscamente pintados, billeteras y cinturones de cuero de reptil y algunos cueros de víbora enteros desenrollados. Y ubicado aparte de estas mercaderías, fuera del sol ardiente, a la sombra de un cajón, estaba sentado un mono peludo diminuto. Tenía las manos entrelazadas y la frente surcada por arrugas de triste inquietud.

      —¿No es maravilloso?

      —Creo que eres imposible… y un poco insultante —respondió ella.

      Él se volvió para mirarla.

      —¿Lo dices en serio?

      Vio que sí.

      Ella prosiguió, estudiando sus propios pies en sandalias y los estrechos listones de la cubierta donde estaban parados:

      —Sabes que en realidad no me importa nada este disparate, ni tu locura. Tan solo déjame terminar. —Él asintió con la cabeza en señal de aceptación, mirando hacia atrás el muelle caluroso y los miserables techos de cinc de la aldea situada más allá—. Ni qué decir que no me importa nada de eso, de lo contrario no estaríamos aquí juntos. Podrías estar aquí solo…

      —Nadie se va de luna de miel solo —la interrumpió él.

      —Tú podrías —y se rio.

      Él extendió la mano por la baranda en busca de la de ella, pero ella la retiró, diciendo:

      —Todavía te estoy hablando. Espero que estés loco, y espero consentirte en todo. Yo también estoy loca, ya sé. Pero ojalá hubiera algún modo en el que pudiera sentir, aunque sea una vez, que mi consentimiento significa algo para ti. Ojalá supieras ser amable al respecto.

      —¿Crees que me complaces tanto? No me he dado cuenta. —Su voz era hosca.

      —No te complazco en absoluto. Solo trato de convivir contigo durante un viaje largo en un montón de pequeños camarotes apretados de una interminable serie de barcos hediondos.

      —¿Qué quieres decir? —gritó él con excitación—. Siempre dijiste que adorabas los barcos. ¿Cambiaste de opinión o perdiste la cabeza?

      Ella se volvió y caminó hacia la proa.

      —No me hables —dijo—. Ve a comprarte el mono.

      Con СКАЧАТЬ