Cuentos selectos. Paul Bowles
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Название: Cuentos selectos

Автор: Paul Bowles

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789876286169

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      —¿Lazrag?

      —Es el dueño de este lugar. Ya lo verás. No sale nunca. Si saliera, el sol lo quemaría en un segundo, como una paja en el fuego. Al pasar por la puerta caería en la calle todo chamuscado. Nació en la gruta, aquí abajo.

      Amar no ponía mucha atención al parloteo del niño. Bajaron por una rampa de piedra, un paso ahora, otro después en la oscuridad, y tocaban la áspera pared mientras avanzaban. Adelante se oían un chapoteo y unas voces.

      —Es raro, este hammam —dijo Amar—. ¿Hay un estanque?

      —¡Un estanque! ¿No has oído hablar de la gruta de Lazrag? No tiene fin y el agua es profunda y caliente.

      Mientras el niño hablaba, salieron a una terraza de piedra elevada unos cuantos metros por encima del borde de un estanque muy grande, alumbrado desde debajo de donde ellos estaban por dos bombillas desnudas; el estanque se extendía en la penumbra y sus límites eran invisibles en la tiniebla total que comenzaba un poco más allá. Del techo colgaban unos picos de piedra. “Carámbanos de hielo gris”, pensó Amar mientras miraba con asombro a su alrededor. Pero aquel era un sitio muy caliente, y el vapor se extendía en un manto fino sobre la superficie del agua y se elevaba constantemente en jirones hacia el techo de roca. Un hombre que chorreaba agua pasó corriendo junto a ellos y se lanzó al estanque. Varios hombres más nadaban en círculos en la zona iluminada por las bombillas, pero ninguno se aventuraba a alejarse hacia la oscuridad. El ruido de las zambullidas y las voces resonaban con fuerza contra el techo de poca altura.

      Amar no era buen nadador. Se volvió hacia el niño para preguntarle si el estanque era muy profundo, pero ya había desaparecido rampa arriba. Retrocedió un paso y se recostó en la pared de piedra. Había una silla baja a su derecha, y en aquella luz cenicienta le pareció ver una pequeña figura junto a la silla. Se quedó un rato mirando a los bañistas. Los que estaban al borde de la terraza se enjabonaban a conciencia; los que estaban en el agua nadaban de un lado para otro sin salir del estrecho radio de las luces. De pronto una voz cavernosa sonó al lado de Amar, que miró al suelo al oírle decir:

      —¿Quién eres tú?

      La cabeza de la criatura era grande; tenía un cuerpo pequeño, sin patas ni brazos. La parte inferior del tronco terminaba en dos carnosidades que parecían aletas. Dos tenazas cortas le salían de los hombros. Era un hombre el que estaba tendido en el suelo, y desde allí miraba a Amar.

      —¿Quién eres? —repitió en un tono claramente hostil.

      Amar titubeó antes de contestar:

      —Vine a bañarme y a dormir.

      —¿Quién te dio permiso?

      —El hombre de la entrada.

      —Fuera de aquí. No te conozco.

      Amar enfureció. Después de dirigir una mirada despectiva al pequeño ser, comenzó a andar hacia los hombres que estaban lavándose junto al agua. Pero, más rápido que Amar, el otro se movió para cerrarle el paso. Levantó la cabeza de nuevo y habló:

      —¿Crees que puedes bañarte aquí cuando te he dicho que te vayas?

      Soltó una risita corta, un sonido débil pero muy grave. Se acercó más a Amar y con la cabeza le dio un empujón en las piernas. Amar levantó el pie y pegó una patada a la cabeza, no muy fuerte, pero lo suficiente para hacer que aquella cosa perdiera el equilibrio. Rodó terraza abajo en silencio, y con el cuello hacía esfuerzos para no llegar hasta el borde del agua. Todos los hombres alzaron la vista. Tenían una expresión de miedo en la cara. Al caer por el borde, el enano dio un alarido. El ruido que hizo en el agua fue como el de una gran piedra. Dos de los hombres que estaban nadando fueron deprisa hacia él. Los otros salieron corriendo detrás de Amar.

      —¡Golpeó a Lazrag! —gritaban.

      Confundido y asustado, Amar había dado media vuelta y corría rampa arriba. Iba dando tropezones en la oscuridad. Un abultamiento de la pared le raspó el muslo desnudo. Los gritos a sus espaldas eran cada vez más fuertes y acalorados.

      Llegó a la sala donde había dejado su ropa. Nada había cambiado. Los hombres seguían conversando alrededor del brasero. Amar tomó deprisa el montoncito de ropa, se metió el albornoz y corrió hacia la puerta de la calle con las demás prendas bajo el brazo. El hombre que tocaba el laúd junto a la puerta lo miró con cara de susto y lo llamó para que se detuviera. Amar, las piernas desnudas, corría calle arriba hacia el centro de la ciudad. Quería estar en un lugar bien iluminado. La poca gente que andaba por la calle no se fijó en él. Al llegar a la estación de autobuses la encontró cerrada. Entró en un parquecito que había enfrente, cuyo quiosco de música con su armadura de hierro estaba medio hundido en la nieve. Allí, en un banco de piedra helada, Amar se sentó para vestirse tan disimuladamente como pudo, usando el albornoz a modo de pantalla. Temblaba de frío. Pensaba con amargura en su mala suerte y lamentaba haber dejado su ciudad, cuando una figurita se le acercó en la penumbra.

      —Sidi —le dijo—, acompáñame. Lazrag te está buscando.

      —¿Adonde? —preguntó Amar al reconocer al niño del hammam.

      —A casa de mi abuelo.

      Indicándole que lo siguiera, el niño comenzó a correr. Atravesaron callejones y túneles hasta llegar a la parte más poblada de la ciudad. El niño no se molestaba en mirar hacia atrás, pero Amar sí. Se detuvieron por fin frente a una puertecita al lado de un pasillo muy estrecho. El niño tocó con fuerza. Una voz desabrida llamó desde dentro:

      —¿Chkoun?

      —¡Annah! ¡Brahim! —gritó el niño.

      Con gran parsimonia el viejo abrió la puerta y se quedó mirando a Amar.

      —Pasen —dijo por fin; y después de cerrar la puerta los condujo a través de un patio lleno de cabras hasta un cuarto interior, donde había una lucecita parpadeante. Fijó su mirada severa en la cara de Amar.

      —Quiere pasar la noche aquí —explicó el niño.

      —¿Cree que esto es un fondouk?

      —Tiene dinero —dijo Brahim, optimista.

      —¡Dinero! —exclamó el viejo con desprecio—. ¡Es lo que has aprendido en el hammam! ¡A robar! ¡A sacarle el dinero a la gente! ¡Y ahora los traes aquí! ¿Qué pretendes? ¿Que lo mate y te dé su dinero? ¿Es demasiado listo para ti? ¿No puedes quitárselo tú? ¿Es eso?

      La voz del viejo se había convertido en un grito, y su agitación iba creciendo. Se sentó en un cojín con cierta dificultad y permaneció un rato en silencio.

      —Dinero —volvió a decir al fin—. Que se vaya a un fondouk o a unos baños. ¿Por qué no estás en el hammam? —miró a su nieto con suspicacia.

      El niño agarró a su amigo por la manga.

      —Vamos —le dijo, y tiró de él hacia el patio.

      —¡Llévalo al hammam! —gritaba el viejo—. ¡Que se gaste su dinero allí!

      Volvieron a las calles oscuras.

      —Lazrag СКАЧАТЬ