Cuentos selectos. Paul Bowles
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Название: Cuentos selectos

Автор: Paul Bowles

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789876286169

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СКАЧАТЬ la pared. El profesor lo observó con inquietud, como un perro que mira una mosca frente a sus narices. En el papel blanco había unos objetos negros que producían sonidos en su cabeza. Los oía: “Grande Épicerie du Sahel. Juin. Lundi, Mardi, Mercredi…”.

      Los minúsculos signos que componen una sinfonía pueden haber sido trazados mucho tiempo atrás, pero al traducirse en sonidos se vuelven inminentes y poderosos. Así, en la mente del profesor comenzó a sonar una especie de música hecha de sentimientos, cuyo volumen iba creciendo mientras él miraba la pared de adobe, y tuvo la impresión de que estaba interpretando algo que había sido escrito para él hacía mucho tiempo. Tenía ganas de llorar; tenía ganas de dar rugidos y recorrer aquella casita volcando y destrozando los pocos objetos rompibles. Su emoción no iba más allá de este deseo singular y arrollador. De modo que, gritando con todas sus fuerzas, arremetió contra la casa y lo que contenía. Luego atacó la puerta de la calle, que resistió algún tiempo y por fin se rompió. Se escurrió trepando por el agujero en los tablones destrozados, y sin dejar de gritar y agitando los brazos por encima de su cabeza para producir con las latas el mayor estrépito posible, empezó a galopar por la calle silenciosa hacia las puertas del pueblo. Algunas personas lo miraron con gran curiosidad. Cuando pasaba por el taller mecánico, el último edificio antes de llegar al alto arco de adobe que enmarcaba el desierto, un soldado francés lo vio. “Tiens —dijo para sus adentros—, un poseído.”

      El sol caía de nuevo. El profesor pasó corriendo debajo del arco, volvió la cara al cielo rojo y siguió trotando por la Piste d’In Salah, derecho hacia el sol poniente. A sus espaldas, desde el taller, el soldado, para probar suerte, le disparó al azar. La bala pasó zumbando peligrosamente cerca de la cabeza del profesor, y sus gritos se elevaron hasta convertirse en un lamento de indignación mientras agitaba los brazos con más furia y daba grandes saltos a cada pocos trancos en accesos de terror.

      El soldado se quedó observando con una sonrisa la figura que hacía cabriolas y se empequeñecía en la creciente oscuridad del ocaso, y el castañetear de las latas se fundió con el gran silencio que había más allá de la puerta. La pared del taller donde se recostó despedía algo del calor que el sol había dejado allí, pero ya el frío de la luna había comenzado a penetrar en el aire.

      1945

      Junto al agua

      La nieve derretida caía gota a gota de los balcones. La gente caminaba deprisa por la callecita que olía siempre a fritura de pescado. De vez en cuando una cigüeña pasaba volando bajo, con sus patas como palillos que le colgaban de la barriga. Los pequeños gramófonos chirriaban día y noche detrás de las paredes de la tienda donde el joven Amar trabajaba y vivía. En pocas partes de la ciudad recogían la nieve de las calles, y ésta no era una de ellas. Así que durante los meses de invierno iba amontonándose frente a las puertas de las tiendas.

      Pero era el final del invierno y el sol calentaba más. La primavera estaba en camino, para derretir el hielo y confundir los corazones. Amar, que estaba solo en el mundo, decidió que era hora de visitar una ciudad vecina, donde su padre le había dicho alguna vez que vivían unos primos suyos.

      Temprano por la mañana se dirigió a la estación de autobuses. Todavía estaba oscuro, y el autobús vacío llegó mientras bebía café caliente. Todo el camino fue de curvas y ganchos por las montañas.

      Ya era de noche cuando llegó a la otra ciudad. Aquí había más nieve en las calles y hacía más frío. Como esto no era lo que Amar quería, no lo había previsto, y le molestó tener que rebozarse hasta los ojos con el albornoz al salir de la estación. Era una ciudad inhóspita, se dio cuenta enseguida. Los hombres llevaban agachada la cabeza y si se rozaban con alguien ni siquiera alzaban la mirada. Salvo en la calle principal, donde había un poste de luz a cada tantos metros, el alumbrado parecía inexistente, y las callejuelas a la derecha y a la izquierda estaban completamente a oscuras; las figuras vestidas de blanco que entraban en ellas desaparecían al instante.

      —Mal sitio —dijo Amar entre dientes. Se sintió orgulloso de venir de una ciudad mejor y más grande, pero esta satisfacción se mezclaba con la ansiedad de tener que pasar la noche en aquel lugar hostil. Desistió de la idea de preguntar por sus primos en ese momento y se puso a buscar un fondouk o unos baños, donde podría dormir hasta el amanecer.

      El alumbrado terminaba unos pasos más adelante. Más allá, la calle parecía descender de pronto y se perdía en la oscuridad. La nieve se extendía en una capa de grosor uniforme, y no la habían apartado aquí y allá como en las cercanías de la estación. Alargó los labios para expulsar el aliento en forma de nubecitas de vapor. Al entrar en la zona sin luz oyó el lánguido rasguear de un laúd. La música salía de una puerta a su izquierda. Se detuvo a escuchar. Alguien que se aproximaba desde la dirección contraria se acercó a la puerta y preguntó al hombre del laúd, o eso le pareció a Amar, si no era “demasiado tarde”.

      —No —contestó el músico, y tocó unas cuantas notas más.

      Amar se acercó a la puerta.

      —¿Hay tiempo todavía? —dijo.

      —Sí.

      Amar pasó por la puerta. Dentro no había luz, pero sintió en la cara una bocanada de aire caliente que salía del pasillo a su derecha. Siguió adelante, tocando con una mano la pared húmeda que se prolongaba a su costado. No tardó en llegar a una gran habitación mal iluminada. En distintos lugares y formando varios ángulos sobre el suelo de baldosas, yacían figuras humanas dormidas envueltas en mantas grises. En un rincón apartado había un grupo de hombres semidesnudos sentados alrededor de un brasero; bebían té y hablaban en voz baja. Amar se les acercó despacio, con cuidado de no pisar a los que estaban durmiendo.

      El aire húmedo y caliente era opresivo.

      —¿Dónde están los baños? —preguntó Amar.

      —Por allá —dijo uno de los del grupo, sin siquiera alzar los ojos. Señaló el rincón oscuro que estaba a su izquierda. Y, en efecto, ahora Amar cayó en la cuenta de que una corriente de calor provenía de aquella parte de la habitación. Se dirigió al rincón sin luz, se desvistió y, después de ordenar su ropa en un montoncito sobre una estera de junco, anduvo hacia el calor. Pensaba en lo desafortunado que había sido llegar a aquella ciudad al anochecer, y se preguntaba si su ropa estaría segura durante su ausencia. El dinero lo llevaba en una bolsita de cuero que le colgaba del cuello. Sin pensarlo pasó los dedos por la bolsita bajo su barbilla, mientras se volvía para mirar la ropa una vez más. Al parecer nadie le había visto desvestirse. Siguió andando. No convenía mostrarse demasiado receloso. Pronto se vería envuelto en una discusión de la que acaso saldría mal parado.

      Un niñito surgió de la oscuridad y se le acercó gritando:

      —Sígueme, Sidi, te llevaré a los baños.

      Estaba muy sucio y desharrapado, y más que un niño parecía un enano. Guiaba a Amar y no paró de hablar mientras descendían en la oscuridad por unas escaleras resbalosas y calientes.

      —¿Llamarás a Brahim cuando quieras tu té? No eres de aquí. Tienes mucho dinero…

      Amar lo cortó.

      —Te daré unas monedas si me despiertas por la mañana. No esta noche.

      —Pero, ¡Sidi! No me dejan entrar en la gran sala. Tengo que quedarme a la entrada, y muestro el camino del baño a los señores. Luego vuelvo a la entrada. No puedo ir a despertarte.

      —Dormiré cerca de la entrada. Allí hace СКАЧАТЬ