Название: No me digas que no podrás
Автор: Sebastián Escudero
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Sanación en el Espíritu
isbn: 9789877620870
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Hace un tiempo, meditando estas cosas en mi propia vida, me levanté a la madrugada y le di forma a una canción que quisiera compartirte, titulada nada más y nada menos que Parezco.
PAREZCO
Aunque a veces el fracaso diga que ya se acabó,
aunque a veces parezco un mendigo más que un luchador,
aunque a veces ya no sople tanto viento a mi favor,
seguiré cantando firmemente mi mejor canción.
Y AUNQUE A VECES NO ESTOY DONDE QUIERO
Y NO SOY PERFECTO, SÉ MUY BIEN QUIÉN SOY,
AUNQUE A VECES PAREZCO CAÍDO…
SOY UN VENCEDOR.
Y AUNQUE A VECES PAREZCO UNA HOJA
QUE LA ARRASTRA EL VIENTO DE LA MALDICIÓN,
AUNQUE A VECES PAREZCA QUE NO…
TENGO TU BENDICIÓN.
Aunque a veces la muerte susurre que no hay solución,
aunque a veces parezco el herido más que el sanador,
aunque a veces ya no tenga fuerzas, ni motivación,
seguiré cantando firmemente mi mejor canción (9)
4. SANACIÓN DESDE LA RAÍZ
Muchas veces luchamos equivocadamente contra nuestras debilidades, tratando de ignorarlas u odiándonos a causa de ellas. Pero no cambiamos nada de esta forma: las debilidades seguirán estando allí hasta que no las enfrentemos, de la misma manera que el gigante Goliat siguió insultando mañana, siesta, tarde y noche al ejército de Israel hasta que no lo enfrentó un pequeño pastorcito con abundancia de confianza en su Dios. Nuestros gigantes no se irán porque los ignoremos o queramos ocultarlos. La tierra que se mete debajo de la alfombra es solo una manera cobarde y perezosa de prolongar la suciedad en la casa. El odio a nuestra persona es una forma cobarde y perezosa de prolongar la mediocridad en nuestra vida.
Lo mejor es aceptarnos así de débiles y dejarnos sanar por nuestro doctor Dios. Él debe ser el primero que nos sane, pues cualquier terapia psicológica o libro de autoayuda debe cimentar sobre la base de su amor en nuestras vidas. De lo contrario solo será un control mental que nos puede terminar haciendo peor aún. Lo primero es dejarnos amar por Dios. Así de simple, pero para nada fácil. Es muy difícil para alguien que está acostumbrado a odiarse aceptar, primero en su mente y luego en su corazón, que Dios lo ama aunque no sea perfecto.
Ahora bien, cuando este amor incondicional de Dios empieza a entrar en nuestros corazones viene a ser como un suero que limpia de a poco nuestra autopercepción. De esta manera, Él nos va capacitando poco a poco para amarnos a nosotros mismos, amar a Dios y amar a los demás con un amor verdadero.
El amor de Dios debe actuar sanando nuestra raíz herida. Muchas reacciones emocionales, ataques permanentes de celos, sentimientos de posesión, angustias, depresiones, pensamientos de muerte y búsqueda permanentes de llamar la atención son el fruto de una planta que tiene su raíz podrida. Hasta que no sanemos la raíz, o la cortemos del todo, los frutos seguirán siendo podridos. Aún más, a veces aunque cortemos su raíz muchas veces, la planta no seguirá creciendo sana si no se revisa esa raíz.
A veces llevamos raíces de amargura dentro de nosotros: por maltratos recibidos, por abandonos, por violaciones, por heridas recibidas en nuestras vidas que nos marcaron para siempre. Es allí donde es importante el rol de los terapeutas que ayudan a la persona a ubicar dónde está la raíz de su actual estado psicológico de perturbación.
Esto, sumado a la oración de sanación interior, en donde podemos sentir el amor de Dios que nos abrazó esa noche de la separación de nuestros padres, que nos declaró inocentes cuando nos estaban violando, que nos decía “te amo” cuando éramos abandonados, que nos acarició mientras nos estaban golpeando, que nos abrazó fuerte cuando nos eran infieles… nos puede sanar o restaurar la raíz podrida que llevamos adentro.
Y a veces las mismas terapias y oraciones de sanación interior pueden fallar y herirnos más aún si no se tiene en cuenta el rol fundamental del amor de Dios en nuestras vidas. Porque dejan al descubierto las heridas sin tener la posibilidad de curarlas, como si un doctor abriera nuestro estómago para realizar una operación pero no contara con los instrumentos necesarios para suturarlo luego. Me refiero al hecho de que no podemos dirigir a una persona en oración interior a su pasado de dolor si esta no se sabe amada lo suficientemente por Dios como para poder perdonar lo que le hicieron. De lo contrario, podríamos lograr el efecto inverso al buscado: remover la herida y aumentar una nueva dosis de odio y rencor en el corazón.
Ahora, cuando tenemos el amor suficiente en nuestros corazones, podemos no solo perdonar, sino vivir con los frutos del Espíritu que se nombran en la carta a los Gálatas: amor, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (Gál 5, 22-23). ¿Cuántos de estos frutos están ausentes en nuestras vidas por tener la raíz podrida?
En el epílogo de mi libro El Amor que nos devuelve la identidad escribí lo siguiente:
Habrás comprendido que la verdadera paz no se encuentra ni en los placeres ni en las personas, sino en ese Amor que sobrepasa todo entendimiento (Cf. Ef 3, 18-19). Y ese Amor llenará tanto tu vida que te permitirá:
disfrutar sin enviciarte,
abrazar sin depender,
acariciar sin poseer,
entregarte sin miedo a perder,
corregir sin miedo a que te dejen de lado,
alegrar a los demás sin presumir,
mostrar tus debilidades sin miedo a quedarte solo,
soltar en lugar de apresar,
ser famoso sin necesidad de que te aplaudan,
usar tus talentos sin buscar impresionar,
jugar sin competir,
cuidar sin celar,
amar aunque no seas amado (10).
Nosotros, los que creemos en Dios, en este sentido, contamos con una verdad envidiada por muchos psicólogos que no son creyentes. Nosotros sabemos que desde toda la eternidad somos amados por Dios, lo que nos lleva a la certeza de que en los peores momentos de nuestras vidas el Señor siempre estuvo a nuestro lado amándonos. No nos hace falta consolar a una persona que fue abandonada por sus padres desde niño diciéndole que se enfoque en el amor que tiene ahora en sus hijos, sino que podemos decirle con toda seguridad que nunca fue abandonado del todo, porque su Padre Dios jamás le soltó la mano. Y el solo hecho de saber esto ya es bálsamo de sanidad para el corazón que siempre se creyó “no amado”, “no aceptado”, “no querido”. Mentiras del diablo; somos exactamente lo opuesto: “siempre amados”, “siempre aceptados”, “siempre queridos”.
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