Enseñando a sentir. Macarena García González
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Название: Enseñando a sentir

Автор: Macarena García González

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789566048473

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СКАЧАТЬ para pensar el fin de la existencia y el duelo, como El pato, la muerte y el tulipán41, Jack y la muerte42, El libro triste43, y Es así 44. Los repertorios que parecen más ausentes son aquellos que Sianne Ngai identifica como los ugly feelings45, sentimientos feos que nos provocaría la sociedad capitalista moderna y que, sin embargo, evitaríamos en nuestros repertorios discursivos: la paranoia, la ansiedad, la irritación. Podríamos agregar también los sentimientos de frustración o los de obstrucción, que aparecen poco nombrados en los nada disimulados catálogos de emociones. La frustración pareciera importar solo cuando sube a un nivel de desborde y se convierte en rabia (comúnmente tipificada, y descalificada, como rabieta en los discursos sobre niños y niñas).

      La publicación de libros sobre emociones nos vuelve a la discusión sobre los usos de los libros. Entre mediadores de lectura se traza una división clara entre los que prefieren libros más literarios, como los de Anthony Browne y otros valorados por la crítica especializada, y los que se inclinan por textos como El monstruo de colores, de Anna Llenas46, un libro hecho a medida de la demanda de profesoras y terapeutas, que se vende también en versión para colorear, como juego de mesa y con peluches de regalo. La distancia entre estos tipos de libros nos regresa a ese binario que separaría a quienes vienen de disciplinas más centradas en la educación y la infancia y quienes favorecen lo literario. Como bosquejamos en la introducción, este es un binario artificial, pero nos remite a cuestiones de significación que sí tienen importancia: un libro como el de Llenas representa las emociones eliminando la complejidad de estas.

      El monstruo de colores trata sobre un monstruo que está hecho un lío porque tiene sus emociones revueltas y no sabe diferenciarlas. Una niña le enseña al monstruo cómo se llaman y con qué asociamos cada emoción, dándoles a cada una un color. El monstruo ha de colocar cada emoción en un bote de cristal, ya que «ordenadas funcionan mucho mejor». El libro de Llenas apuesta así por esa educación socioemocional que enseña a contener y limitar (una forma muy recurrente de abordar las emociones en educación es acorralándolas, según explican en un estupendo artículo dos expertas en estudios culturales de educación, Deborah Youdell y Jane Kenway47). El monstruo de colores promete que, de nombrar las emociones, estas se diferenciarán, ordenarán, separarán y seremos más capaces de regularlas. Esta orientación a controlar lo emocional es, según describe críticamente la socióloga Eva Illouz, una de las más salientes dimensiones de la cultura actual, una cultura que habría adoptado conceptos y orientaciones del psicoanálisis y de la terapia para ordenar nuestras relaciones sociales y horizontes de posibilidades, limitando así lo que podemos esperar de nuestras vidas48. Como explica Illouz y otros especialistas en estudios culturales y sociológicos de las emociones, la cultura contemporánea se ha volcado hacia reconocer el valor de lo emocional, sin embargo sigue supeditando estas a lo racional para controlarlas y para evitar cualquier desborde (especialmente en tiempos de creciente incertidumbre). Esta supremacía de la razón por sobre la emoción fue cristalizada por los filósofos de la Ilustración y su noción de progreso, en la que el pensamiento abstracto podría crear modelos universales para el desarrollo humano. Cuando la idea de progreso es puesta en cuestión aparecen otras posibles epistemologías y saberes que toman distancia de esa organización lineal, y por ende causal, de los acontecimientos y permiten integrar lo emocional de otra forma. La creciente atención hacia los afectos en las ciencias sociales es una forma de responder a las fallas de esta idea de progreso y de ensayar un ejercicio crítico al paradigma humanista-racional. La filósofa feminista Rosi Braidotti aborda las fisuras de este paradigma humanista indicando cómo «lo normal» está basado en lo humano encarnado por un hombre blanco europeo educado y capacitado (una figuración que aborda en su libro The Posthuman49). La educación hacia no sentir (tanto), hacia tener emociones «positivas» y controlar aquellas «negativas» ha traído aparejada la invisibilización de otras formas de conocer más intuitivas, corporales, e incluso, si se quiere, espirituales. Lo que llama entonces la atención es cómo también los textos literarios y estéticos para la infancia se ensamblan con esta primacía de la razón que limita las formas de conocer.

      Leer, especialmente desde la primera infancia, es presentado como una de las mayores promesas para una vida buena. Se supone que es el mejor indicador para predecir un buen rendimiento académico50, para desarrollar la teoría de la mente51 e incluso para tener éxito económico52. Más aún, se supone que leer haría más felices a las personas53. Con Valentina Errázuriz hemos estudiado ese discurso de la felicidad en documentos de promoción de la lectura en Chile, preguntándonos cómo es que la literatura nos tendría que hacer felices si las artes se distancian tanto de la narrativa de la felicidad54. Pienso, parafraseando al poeta chileno Enrique Lihn, que quizás no se trata tanto de ser feliz, sino de tener raras certezas e ilusiones.

      La alfabetización de las emociones

       ¿De qué hablamos cuando hablamos de educación emocional a través de la lectura? Hemos ido tirando de distintas hebras para sugerir que cuando pensamos en esto oponemos lo estético a lo pedagógico, la lectura «por placer» a una «funcional», de una forma similar a como parecemos oponer razón y emoción en estas narrativas para la primera infancia. Desde la tradición filosófica estética, esto nos remonta a la discusión por la función del arte desarrollada alrededor del concepto del arte político. Y allí vuelve a aparecer el problema de la representación –de lo político, del proyecto, de lo ideológico– de una forma que parece agobiante hasta que Rancière hace espacio diciendo que el arte no es político por «la forma en que representa las estructuras de la sociedad, los conflictos o las identidades sociales. Es político por la distancia misma que guarda con relación a estas funciones, por el tipo de tiempo y de espacio que establece, por la manera en que divide ese tiempo y puebla este espacio»55. En otras palabras, el arte político no tendría que representar la política ni aún menos establecer ninguna relación causal, sino tomar distancia para interrumpir los regímenes cotidianos de la sensibilidad, produciendo experiencias emancipadoras. Si reemplazamos la noción de arte político por la de textos que eduquen nuestra socioemocionalidad, ¿qué relación tendrían que tener estos textos con las emociones? ¿Cómo podrían estos interrumpir los regímenes cotidianos del sentir para ayudarnos a encontrar y revisar nuestros caminos?

      La académica feminista Sara Ahmed ha dedicado buena parte de su carrera al estudio de lo que llama la «cultura política de las emociones», describiendo y recorriendo cómo lo emocional parece estar siempre supeditado a lo racional y cómo nuestras emociones son educadas socialmente para cumplir con las normatividades sociales de progreso y orden. En el revelador La promesa de la felicidad56, Ahmed recorre cómo hoy la felicidad es algo que se nos promete si podemos posponer nuestras gratificaciones y orientarnos por nociones de estatus que se presentan como socialmente recompensadas. La cultura de la felicidad produce injusticias y oprime vidas posibles que son deslegitimadas frente a narrativas consensuadas sobre la felicidad –Ahmed lo ilustra, entre otros, con la figura de la mujer ama de casa feliz.

      ¿Cuál es, entonces, la cultura política de las emociones en los libros que recomendamos? La clasificación de las emociones según colores y ese alivio en nombrarlas –que aparece con claridad diáfana en El monstruo de colores y es también bastante frecuente en otros libros– cumple la función de prometer que lo emocional no nublará la razón. Es lo que Erica Burman llama la «alfabetización emocional», en la que el código lingüístico someterá la experiencia a su capacidad de ser clasificada57. Las emociones acorraladas de las que hablan Kenway y Youdell. Más aún, lo que El monstruo de colores y otros libros parecen hacer es crear una historia en la que se podrían verbalizar sentimientos para evitar así que fluyan, se excedan, se desborden. La propuesta es bastante ingenua o, al menos, opera sobre el supuesto de niñas y niños que podrían nombrar y diferenciar sus sentimientos como quien aprende a diferenciar peras de manzanas. El truco pareciera estar en asociar sentimientos a colores, una asociación que sigue algunas reglas culturales como la de dejarle al rojo la rabia, al amarillo la alegría y al negro el miedo. Estas asociaciones son bastante problemáticas. Miremos la del negro: «Cuando sientes miedo, te vuelves pequeño y poca cosa..., y crees que no podrás hacer lo que se te pide. El miedo es cobarde. Se esconde y huye como un ladrón en la oscuridad». Aquí se acumulan asociaciones negativas: cobardía, СКАЧАТЬ