Название: Cuánto pesa una cabeza humana
Автор: Alfonso Armada
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Poesia
isbn: 9788412348712
isbn:
Alguien en La Vanguardia
evoca las palabras que Josep Pla
en el Cuaderno gris
dedicó a la insaciable gripe
que tantas vidas se llevó por delante
en 1918.
Busco mi precioso ejemplar negro
para retomar una lectura interrumpida
hace demasiado tiempo.
Lo abro donde lo dejé:
18 de octubre.
Lo juro.
No me hago trampas al solitario.
No fuerzo la suerte.
Es lo que C llamaría un fractal
y Jung un sincronismo.
Anoto:
«La gripe hace terribles estragos […]. Desde la calle se oían los llantos. Llantos en la casa y en la escalera del piso. Espectáculo impresionante, que contrasta con el aire vestido de la gente […]. Cuando se oye llorar, se toma un aire de buena persona […]. Cuando uno llora, ¿sufre? La que no llora, ¿sufre menos? […]. El entierro del señor Linares ha sido muy sentido. Por la noche, el tren pequeño nos lleva a casa, dentro de la luz incierta, pobre, de los vagones […]. El tren va lleno. Todos se sientan en un silencio agobiante. Los que vienen del mercado imitan a los que venimos del entierro. Si fuese posible imaginar un tren de pensadores, tendría el mismo aspecto […]. ¿En qué pensamos? Quizá en nada. El drama es que haya tantas cosas ante las cuales no se puede pensar en nada –tantas cosas ante las cuales el mecanismo mental es estéril».
Pla parece estar parado ahí
bajo las acacias espantosamente mutiladas de la calle del
[Doce de Octubre
que tan arbitrariamente me recuerda a Giorgio Morandi.
¿En qué pensamos?
Nos devanamos los sesos.
Nos entristecemos.
Nos indignamos.
Buscamos chivos expiatorios.
Nos resignamos.
Tratamos de vivir como vivíamos.
«Éramos tan felices», dice Íñigo Domínguez en el periódico.
No, no sólo de palabras vive el hombre,
pero miro alrededor
y miro adentro,
y vuelvo a encontrarme con Paul Celan que
en «Habla tú también»
escribe:
«Mira alrededor:
mira cómo en torno todo deviene vivo –
¡Por la muerte! ¡Vivo!
Verdad dice quien sombra dice».
Día 6, viernes 20
Han sido tan salvajes
los podadores
como forenses.
La acacia
que se timaba con la farola
y que en noches de verano y de otoño
se dejaba mecer
y jugaba al escondite
con las hojas
ahora no es más que un muñón
metafórico
y real:
para salvarla
la han matado.
Sus hermanas de la calle rectilínea
que lleva al horizonte
ya han empezado a brotar.
Ella está muda
como un grito
que se ha quedado congelado en la boca
como un Munch cortado de cuajo.
La veo
como una hermana
con los labios sellados
pero sin líquenes
condenada
por una buena acción.
Nunca quedan sin castigo.
Así me voy preguntando
por los muertos
que no son más que un contador:
por cada sudario
un dígito que cae como una piedra
en un pozo negro.
Pero no hay ni rastro
de nombres
de vidas
de ataúdes
de velatorios
de cortejos fúnebres.
¿No tendrían que estar aquí
los trombonistas de Nueva Orleans
los saxofonistas de Kiev
pasando por nuestras calles
con crisantemos blancos en los ojales
para rendir tributo
a cada uno
a lo que se nos va
con cada aliento usurpado
por el virus
otro muerto que añadir
al calendario de los espantos?
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