Название: E-Pack Se anuncia un romance abril 2021
Автор: Varias Autoras
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Pack
isbn: 9788413757148
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–Tenía que intentarlo –dijo él, acariciándole la espalda con el dedo mientras buscaba algún signo de excitación, como la dilatación de las pupilas o el pulso acelerado.
–Jason, no podemos dormir juntos durante dos semanas y pretender que tenemos una relación amistosa. No es lógico. Tenemos que pensar en el bebé, no correr riesgos innecesarios.
Jason aprovechó que no lo apartaba para tirar de ella hasta colocársela entre las rodillas.
–¿No crees que a nuestro hijo le gustaría que estuviéramos juntos?
–¿De repente estás preparado para tener una relación estable? Debe de ser cosa de magia, porque hace cuatro meses no lo estabas.
–¿Por qué no iba a estar preparado?
–Qué conmovedor –lo apartó de un empujón y se encaminó hacia las escaleras.
–Eh, sólo lo estoy intentando –le dijo, siguiéndola con los brazos abiertos–. Esto también es territorio desconocido para mí.
Lauren agarró la bolsa de viaje.
–Me voy a la cama. Sola. Que disfrutes del sillón.
–Lo haré. Gracias. Tengo el sueño muy profundo –le quitó la bolsa de la mano–. Y también tengo la manía de no permitir que una mujer, y menos una mujer embarazada, cargue el equipaje por las escaleras.
Sin decir nada más, subió los escalones a paso ligero por delante de ella. Tenía a Lauren en su casa y disponía de dos semanas enteras para conseguir acostarse con ella. ¿Y después? Se aseguraría de que no pudiera volver a echarlo de su vida. Al menos, no tan rápido.
Capítulo 5
A solas en el dormitorio vacío, Lauren se apoyó de espaldas contra la puerta y oyó como las pisadas de Jason se alejaban hacia el sillón reclinable. Tal vez su apartamento de Manhattan estuviera atestado de muebles y plantas, pero el mobiliario de aquella habitación se reducía a la mínima expresión.
Un colchón sobre un somier, una mesita de noche con una lámpara y un reloj despertador y un armario lleno de ropa en los percheros y estantes.
Arrojó el bolso sobre la cama y una vez más el anillo volvió a escaparse del interior. Lauren lo agarró y lo dejó en la mesilla. Se negaba a sentir lástima por Jason. Era un tiburón de los negocios y había demasiado en juego. No podía permitirse que la pillara desprevenida.
Sin embargo, había algo en aquel lugar que la hacía sentirse triste. Quería inundar de flores, colores y sonidos el frío mundo de Jason. La casa inspiraba una amarga sensación de abandono, como si anhelara albergar fiestas, recibir visitas y llenarse con el amor de una familia. En la cocina había dos taburetes. ¿Habrían estado allí desde siempre o los habría llevado Jason con la intención de invitar a alguien?
Se arrodilló junto a la bolsa y sacó el camisón de seda. Todavía le sentaba bien, pero ¿hasta cuándo? Se acarició el creciente bulto de la barriga. No se podía decir que tuviera la figura de una mujer fatal.
Observó las paredes desnudas y la ventana panorámica, que pedía a gritos un par de sillones desde donde una pareja pudiera contemplar un bonito amanecer. Pero aparte de los taburetes de la cocina, no parecía que Jason hubiera llevado a nadie.
A nadie, salvo ella.
Jason sabía que ella no había salido con nadie durante los últimos seis meses que él pasó en Nueva York, pero él sí lo había hecho. Al menos, hasta un par de meses antes de marcharse a California. Ella jamás se habría acostado con un hombre emparejado, por muy fuerte que fuera la atracción.
Se quitó la ropa y se puso el camisón por la cabeza. La seda le acarició los pezones, ultrasensibles y endurecidos. El deseo la acuciaba a buscar una satisfacción inmediata. ¡Qué fácil sería bajar las escaleras y sofocar la necesidad que palpitaba entre sus piernas…!
Miró hacia la puerta y pensó en hacerlo. Incluso llegó a dar un paso adelante, pero entonces se enganchó el dedo del pie con la correa del maletín del ordenador.
Ordenador. Trabajo… No podía olvidar la razón que la había llevado a San Francisco. Estaba allí para darse tiempo y pensar en la manera de salvar su negocio y su orgullo.
Por desgracia, el orgullo y el ordenador portátil no eran los mejores compañeros de cama.
Jason pasó por encima del cable del ordenador. El portátil de Lauren estaba cerrado y reposaba en la mesita de noche, junto al reloj y el estuche del anillo, también cerrado.
El dedo anular de Lauren seguía desnudo. Había accedido a ser su novia, pero no se había comprometido al cien por cien con el plan.
Jason dejó la bandeja del desayuno en una esquina del colchón y observó a la mujer durmiente. El pelo rojo se esparcía sobre la almohada marrón, las sábanas se enredaban alrededor de sus piernas y el camisón de color amarillo limón formaba pliegues sobre sus muslos. Jason recordó el suave tacto de aquellas piernas y la fuerza de sus músculos al rodearle la cintura. Reprimirse iba a ser más difícil de lo que pensaba, pero tenía que ser paciente.
Se sentó en la cama y le apartó el pelo del rostro. No quería molestarla, pero tampoco quería dejarla sola en un lugar desconocido para ella.
–Despierta, dormilona.
Ella se puso boca arriba y se estiró lentamente, haciendo que el camisón se le pegara a la curva del vientre. Jason recordó la sensación que tuvo al notar los movimientos del bebé. Había sido algo increíble.
Convencer a Lauren para que se quedara era cada vez más importante.
Ella abrió ligeramente los ojos y sonrió al verlo, y aquella sonrisa adormilada bastó para que Jason se olvidara de la paciencia. Se inclinó hacia ella y la besó en cada párpado. Su piel, exquisitamente suave, le hizo prolongar el contacto y besarla en la punta de la nariz y la barbilla. Le habría gustado seguir bajando, pero ella aún no se había despertado del todo, y él quería que estuviera completamente despejada y dispuesta la próxima vez que hicieran el amor.
Lauren se removió lenta y sensualmente bajo él y dejó escapar un dulce suspiro que casi fue la perdición de Jason. Apoyó la frente contra la suya, y entonces ella se puso rígida y abrió los ojos del todo.
–Jason… –lo empujó en el pecho y se escurrió hacia un lado–. Creía que te había dicho que no te acercaras a mi cama.
Él se retiró, sintiendo que la frustración le ardía en las venas. Paciencia. Debía tener paciencia.
–Estás en mi cama, ¿recuerdas?
–Una mera cuestión semántica –murmuró ella, tirándose del camisón hacia abajo mientras subía la sábana con la otra mano.
–Si mal no recuerdo, eras una persona muy madrugadora –dijo Jason, levantando la bandeja de la cama.
–Eso era antes de que se me revolviera el estómago… Pero gracias, de todos modos –añadió al observar el zumo, la leche, las tostadas y los huevos–. Es un detalle muy amable por tu parte.
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