Mirando al Cielo. Antonio Peláez
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Название: Mirando al Cielo

Автор: Antonio Peláez

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия:

isbn: 9789874043245

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СКАЧАТЬ doña Consuelo, ¿realmente cree usted que don Rafael quiera confesarse? —la doña lo mira con reserva antes de contestar.

      —Pues mire, padre, no está por demás que le diga que tan solo su presencia lo podría matar de un disgusto, pero Dios sabe sus caminos y lo trajo a usted hasta aquí.

      El cura la mira reconociendo que doña Consuelo era una mujer culta y distinguida –a diferencia de su esposo– y gozaba de una excelente reputación como mujer piadosa, buena esposa y fervorosa cristiana.

      —Pues dejemos todo en manos de Dios, señora.

      —Muchas gracias, padre. Por favor, pase usted por aquí —doña Consuelo abre la puerta y el padre percibe al entrar en aquel cuarto parcialmente oscuro un cierto olor a muerte. Sobre la cama, mira la figura inmóvil de don Rafael, quien pareciera estar muerto.

      Consuelo, al percibir la misma sensación, se aproxima con celeridad hacia la cama de su esposo.

      —¡Rafael! Rafael…

      Después de algunos angustiantes segundos, se escucha finalmente un ligero quejido del moribundo, quien girando la cabeza le dice a su esposa de forma despectiva y grosera:

      —Mira, vieja… si pensabas que ya estaba muerto, siento decepcionarte, porque como verás no lo estoy.

      Su esposa mira apenada en dirección al sacerdote después de aquellas palabras de su marido, pero el cura la tranquiliza con una simple mirada y se mantiene a la distancia.

      —Mira, Rafael —le dice con inseguridad— alguien ha venido a verte.

      Picazo gira su cabeza y descubre al señor cura parado en su habitación.

      —¡Qué demonios hace este aquí!

      —Don Rafael —interviene el cura—, he venido para que pueda usted reconciliarse con Dios.

      —¿Reconciliarme con Dios? Mire curita, mejor pregúntele a Dios si Él quiere reconciliarse conmigo.

      Sabiendo el cura que aquello era únicamente el inicio de lo que sería una verdadera lucha, intenta darle confianza y se acerca de manera amistosa a su cama.

      Al sentir la presencia del cura tan cerca, don Rafael comienza a toser ahogadamente y cuando doña Consuelo se aproxima para auxiliarlo, el moribundo moviendo los brazos agitadamente y recitando unas cuantas maldiciones, los corre a los dos:

      —¡Largo... lárguense de aquí!

      —Rafael, por favor, habla con el señor cura.

      Doña Consuelo le suplica a su marido, pero Picazo con un manotazo avienta a su esposa de forma tan brusca que la mujer casi cae al suelo. Después mirando al cura desafiante, le grita lleno de rabia:

      —Lárguese de aquí, zopilote de mierda… ¡porque si bien he podido vivir sin curas, también sin curas puedo morir!

      El padre se da cuenta de que la situación se había puesto más complicada de lo que se había imaginado, y con un gesto de autoridad le indica a doña Consuelo que abandone lo antes posible la habitación, cosa que la mujer hace con premura pero no muy convencida. Una vez que el cura cierra la puerta, se coloca su estola y acerca una silla a la cama.

      —Mire, don Rafael, he venido aquí para que usted se arrepienta y pueda ponerse en amistad con Dios.

      Picazo lo mira con desprecio y con un gran esfuerzo abre el cajón de su buró de donde toma una pistola y la dirige amenazante contra el cura.

      —Mire, curita, ¡o se larga en este momento, o seremos dos los muertos aquí!

      Al ver el cura aquel cañón de la pistola apuntando tambaleante en dirección a su cara, retrocede y se arrincona contra la pared.

      —¡Por favor, don Rafael!

      —¡Cobarde! —le grita Picazo con una sonrisa disfrutando aquel momento.

      —¡Guarde eso, don Rafael, que se puede disparar!

      —Y recuerde, curita, que las armas las carga el diablo.

      —Mire, don Rafael, cálmese que lo único que pretendo es hablar un momento con usted.

      —¿Hablar? —Picazo le sacude la pistola frente a su cara— aquí la única que habla es esta… ¡y le juro que va a hablar!

      Picazo jala el gatillo… ¡Bang! la bala se incrusta en la pared a pocos centímetros de la cabeza del cura. Aquella detonación provoca que doña Consuelo aparezca inmediatamente acompañada de su sirvienta.

      —¡Madre mía! ¡Pero qué pasó! —exclama la doña mirando a su marido con la pistola en la mano.

      Picazo arquea las cejas y gira el arma en dirección a las mujeres, lo que provoca que la sirvienta empiece a gritar como una loca refugiándose detrás de su patrona como si fuera su escudo.

      —¡O se callan, o me las echo a ustedes también! —Picazo las encañona. El cura reacciona ante aquella situación y con un movimiento atrevido se interpone entre el arma y las mujeres.

      —¡Don Rafael, baje el arma… se lo ordeno!

      Picazo al ver al cura frente a él, se ahoga de la risa con tales carcajadas que le suscita un ataque de tos que provoca que la pistola se agite en todas direcciones peligrosamente. El señor cura con ligeros empujones apresura a las dos señoras a salir de la habitación con rapidez.

      —¡Salgan ahora por favor!

      —Escúcheme bien, zopilote desgraciado —Picazo se dirige al cura encañonando el arma hacia él nuevamente—, será mejor que ahueque el ala curita y sea usted el que se largue de aquí, porque este cadáver aún se mueve y se lo va a echar.

      —¡Tranquilo, tranquilo, don Rafael! Le prometo que si usted no quiere confesarse no lo voy a molestar más, ni siquiera le voy a dirigir la palabra, simplemente permita que me quede con usted —Picazo lo encañona con mala intención.

      —Se lo advertí, curita, y le juro que esta vez no lo voy a fallar.

      —¡Deténgase por favor! —el cura coloca sus manos frente a él en posición de defensa—. Se lo suplico, don Rafael, escúcheme y no dispare, que se lo puedo explicar.

      Picazo respira decidido y al momento de intentar tirar del gatillo, un gesto de dolor aparece en su rostro, que le obliga a bajar la pistola para llevarse la mano al estómago.

      —¡Ya vio lo que hizo! —Picazo le muestra la mano manchada de sangre al cura.

      —¿Yo? —responde el cura sorprendido.

      —Escuche esto, desgraciado… y escúchelo muy bien porque no lo voy a repetir —Picazo dice aquellas palabras mostrándole de forma amenazante la pistola—. Tiene seis palabras para decirme lo que tenga que decir, ¿entendió? ¡seis! porque a la séptima me lo echo.

      El cura con un movimiento de cabeza acepta suplicando...

      —Si usted tan solo bajara esa СКАЧАТЬ