Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas. Juan Moreno Blanco
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СКАЧАТЬ Salinas de Gortari, Francois Mitterand y Bill Clinton, entre otros. El placer de alternar con los poderosos era quizá la manera de aclarar ese misterio en su misma fuente.

      La procedencia de esa fascinación perpetua al parecer podría situarse en la infancia del escritor junto a la figura más importante de su vida, el abuelo Nicolás Ricardo Márquez, veterano de guerra, exitoso con las mujeres, admirado por el pueblo, quien le dedicó al nieto la última década de su vida colmándolo con la compañía cálida y protectora, el afecto y el aprecio que García Márquez habría de extrañar durante buena parte de su vida. Practicante del hábito caribe de la conversación, el abuelo llenaba con relatos la niñez del nieto, su Napoleoncito, con el recuento de los trabajos perdidos de la Guerra de los Mil Días, la evocación conmemorativa del caudillo liberal Rafael Uribe Uribe, el desencantado relato de la masacre de los trabajadores de las bananeras de la United Fruit Company por orden del general andino Carlos Cortés Vargas, la relación admirativa de las hazañas del Libertador Simón Bolívar y sus infames días finales doblegado por la tuberculosis y la ingratitud de sus compatriotas, historias todas que le inculcaron el aprecio por la libertad y la vocación por la defensa de la dignidad y la justicia.

      El abuelo sirvió asimismo como modelo para los protagonistas de varias de sus ficciones iniciales –La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Cien años de soledad– en las que se exploran diversos matices del tema del poder –desde el militar, político, religioso, familiar y económico hasta el de las palabras (pasquines, cartas, panfletos, canciones), el arte (sobre todo, la música), el sexo y el amor–. Cabe señalar, además, que ya en su primer reportaje extenso, «La marquesita de La Sierpe», García Márquez había iniciado la exploración de ese demonio personal.

      Fidel Castro y el patriarca

      La obra clave de García Márquez en el tratamiento del tema del poder es la novela El otoño del patriarca cuya escritura inicial, iniciada poco después de la salida de Prensa Latina, y tras la publicación de dos relatos que constituyen aproximaciones premonitorias, El mar del tiempo perdido (1961) y Los funerales de la Mamá Grande (1962), pronto se debió interrumpir debido a problemas técnicos sin solución inmediata y al repentino y providencial descubrimiento del tono acertado para contar la historia de una casa, una familia y una aldea, que lo perseguían desde 1952, y habrían de culminar de manera magistral con Cien años de soledad.

      Cada paso era una desilusión. La intuición de Juan Vicente Gómez era mucho más penetrante que una verdadera facultad adivinatoria. El doctor Duvalier, en Haití, había hecho exterminar los perros negros en el país porque uno de sus enemigos, tratando de escapar del tirano, se había escabullido de su condición humana y se había convertido en perro negro. El doctor Francia, cuyo prestigio de filósofo era tan extenso que mereció un estudio de Carlyle, cerró a la república del Paraguay como si fuera una casa, y sólo dejó abierta una ventana para que entrara el correo. Nuestro Antonio López de Santana enterró su propia pierna en funerales espléndidos. La mano cortada de Lope de Aguirre navegó río abajo durante varios días, y quienes la veían pasar se estremecían de horror, pensando que aun en aquel estado aquella mano asesina podía blandir un puñal. Anastasio Somoza García, padre del último dictador nicaragüense, tenía en el patio de su casa un jardín zoológico con jaulas de dos compartimientos: en uno estaban encerradas las fieras, y en el otro, separado apenas por una reja de hierro, estaban sus enemigos políticos.

      Martínez, el dictador teósofo de El Salvador, hizo forrar con papel rojo todo el alumbrado público del país para combatir una epidemia de sarampión, y había inventado un péndulo que ponía sobre los alimentos antes de comer para averiguar si no estaban envenenados. La estatua de Morazán que aún existe en Tegucigalpa es en realidad del mariscal Ney: la comisión oficial que viajó a Londres a buscarla, resolvió que era más barato comprar esa estatua olvidada en un depósito, que mandar a hacer una auténtica de Morazán. (García Márquez, 2015b, p. 172)

      Como se puede apreciar, en el inventario de dictadores que le habían servido como modelo inspirador de su patriarca, García Márquez jamás mencionó a Fidel Castro, a quien veía, seguramente, más bien como caudillo. No obstante, existen testimonios sobre su interés en él, desde los años iniciales de la redacción final de la novela. Carlos Franqui (2006) recuerda la insistente indagación de García Márquez por las anécdotas de Castro, sus pertinaces preguntas:

      Nuestro primer encuentro europeo ocurrió en el 68, a su regreso de un viaje a Checoslovaquia… cuando vivía en Barcelona, y pareció nacer una amistad entre nosotros. Gabo me soltaba la lengua, yo aceptaba el juego, me interesaba mucho que supiera lo que ocurría en Cuba, la crisis irremediable de la Revolución, el caudillismo de Fidel Castro, Cuba una provincia rusa, no en el sentido satélite, a donde mandaba Fidel Castro, pero sí en el sistema ruso y comunista.

      Lo que más interesaba a García Márquez era la personalidad de Fidel Castro, me hacía contar sus anécdotas e historia, y eran muchas aquellas que conocía del Comandante. (p. 364)

      Hay incluso un episodio sorprendente que nos revela esa facultad adivinatoria que algunos atribuyen a García Márquez. Franqui le contó acerca del proyecto de Castro, para el cual se consultó en Italia a una comisión de ejecutivos holandeses, de crear entre la Ciénaga de Zapata y Guanahacabibes, es decir, todo el sur de Cuba, un gran lago artificial de más de 500 kilómetros, mediante el desagüe del mar Caribe. Al escucharlo,

      Gabo puso cara seria, trajo el manuscrito de El otoño del patriarca, y me leyó el fragmento de una escena que era exactamente igual. Lo felicité por el acierto, y su respuesta fue el silencio, pero cuando salió el libro, el lago marino de agua dulce había desaparecido. (Franqui, 2006, p. 369)

      Entre los rasgos comunes se destacan:

      1.La afición vacuna. Para el patriarca las vacas son tan importantes que deambulan impunes por el balcón de la patria. En relación con Castro, cuando se organizaba la exposición francesa en el pabellón Cuba, en La Rampa, la condición que impuso para su realización fue: «me gustará que en los jardines СКАЧАТЬ