Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas. Juan Moreno Blanco
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СКАЧАТЬ Márquez y Fidel, el hombre que sigue los acontecimientos y el político puro, la pluma y la espada, el computador portátil y la metralleta, las armas y las letras, el pensamiento y la acción, la soledad del escritor y la solidaridad o la compañía transitoria de la conspiración política, el artista que transforma su arte y el hombre dedicado a cambiar el mundo, la palabra escrita y la oral, las voces y los hechos: en García Márquez y Fidel lo que en lo político nunca llegó a cuajar como proyecto continental, en lo literario rebasó las fronteras.

      Si bien la figura de Castro ha comenzado a vivir un vertiginoso declive que de seguro se acelerará cuando se revelen los secretos e interioridades de la Revolución cubana ocultos hasta ahora por un régimen de extensos brazos y estricto control sobre la información, la obra de García Márquez parece prolongar su vigencia. Cuando un escritor muere normalmente ingresa en un limbo que al final decide si se queda o no. Con García Márquez, hasta ahora, no parece haber ocurrido eso.

      Pero lo interesante es observar cómo estas dos figuras lograron consolidar una gran amistad tras numerosas dificultades y altibajos que tuvieron el mérito de situar al Caribe en el centro de la atención mundial. Inconforme –o impaciente– con el efecto tal vez tardío de la palabra, García Márquez quiso emular el compromiso social del político, pero a su manera. No se trataba de ser –como algunos colegas en competencia constante– candidato de nada: no le interesaba ser ni presidente ni embajador, sino solo un emprendedor, un periodista militante, un pedagogo y un diplomático, un mediador tras bambalinas, es decir, alguien que asume esas otras facetas que hacen de un simple escritor un humanista integral, como lo fueron los grandes maestros latinoamericanos del pasado –Bello, Sarmiento, Martí, Montalvo, de Hostos y Henríquez Ureña, entre otros–Trasponiendo el ejemplo de Castro a su quehacer literario, García Márquez fue un líder cultural que asumió el legado creador y liberador de Cuba, esa isla con vocación continental, en el Caribe hispánico.

      Y no se limitó a recrear al gran monstruo mitológico latinoamericano, el dictador, el caudillo que degenera en déspota, obsesionado por eternizarse en el poder. Aprovechando su fama y su carisma, García Márquez alternó con los mandamases de la política y se libró así de la nostalgia de la acción. Muchos le han criticado, sobre todo, su amistad con Castro, acusándolo de complicidad y recriminándole el supuesto delito de haber callado cuanto sabía acerca de las interioridades de la situación cubana. De seguro que, cuando se lea mucho mejor El otoño del patriarca, a García Márquez la historia lo absolverá. En cambio, contrariamente a lo que el escritor ha afirmado en entrevistas y crónicas y prólogos, a su amigo Castro es posible que lo condene no solo la historia, sino también, como lo ha planteado Cabrera Infante, la geografía, porque, para fortuna de la humanidad, las veleidades de la política pasan, en tanto que lo que permanece lo fundan los poetas, y García Márquez, pese a sus silencios e inconsecuencias políticas, fue, ante todo, un gran poeta.

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      1. En el siglo xix, los escritores románticos plantearon que la autonomía de una nación pasaba por el idioma y propusieron una literatura que expresara la originalidad americana en lugar de ser una simple copia de los modelos hispánicos. No obstante, ese intento de independencia literaria no pasó de ser un programa, pues, al momento de escribir, los escritores hispanoamericanos no lograban liberarse de la mentalidad del colonizado y tendían a ser más castizos que los propios españoles. Fueron los modernistas, encabezados por José Martí y Rubén Darío, quienes, con lucidez cosmopolita, asumieron ese afán emancipatorio, no aferrándose a un modelo único, sino más bien intentando apropiarse de todos: en los comienzos, de los foráneos –ingleses, franceses, alemanes, norteamericanos–, y en los estertores del movimiento, ante la amenaza del imperialismo, de los propios, es decir, de la tradición local popular que habían explorado algunos románticos. De esta manera, los poetas, novelistas, cuentistas y dramaturgos pudieron conseguir la independencia que, en el dominio de la política, nunca se dio a plenitud, debido a la indolencia o a la ineptitud de los gobernantes, siempre sumisos con las potencias extranjeras.

      22. Este texto de Guillermo Cabrera Infante, «Nuestro prohombre en La Habana», se publicó originalmente en 1983 en la revista Vuelta. Por su parte, Carlos Franqui (2006), afirma: «García Márquez, precavido y generoso en abril del 61, dirigía Prensa Latina en Nueva York, creyendo y equivocándose, cuando la invasión, pensó que detrás del invasor iban a estar los gringos, puso pies en polvorosa, una fuga larga y continuada con el castrismo, al que no se incorporaría hasta después del vergonzoso proceso Padilla, que defendió haciéndose perdonar, después de pasar una decena de años en silencio y sin visitar la isla» (p. 372).

      3. Leante, sin embargo, miente al afirmar que en 1981 se había publicado en Cuba toda la obra de García Márquez, excepto El otoño del patriarca, cuando lo cierto es que la edición cubana, publicada por Huracán, СКАЧАТЬ