Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas. Juan Moreno Blanco
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СКАЧАТЬ de la Revolución cubana intentó una militancia activa, pero «un conflicto transitorio me sacó por la ventana. Eso no alteró en nada mi solidaridad con Cuba, que es constante, comprensiva y no siempre fácil» (Rentería, 1978, p. 89).

      Pese a que sus desencuentros habían sido con los comisarios comunistas y no propiamente con el régimen, García Márquez se fue de Nueva York con un amargo sabor a derrota. No obstante, en los años siguientes, no dejó de manifestar su fe en la Revolución y su admiración por el estilo espontáneo e informal del comandante que despertaba en los latinoamericanos la ilusión de un socialismo libre y luminoso, hecho de la vitalidad festiva y la dinámica creadora del Caribe, ajeno al dogmatismo y las fórmulas fosilizadas de la «reverenda madre Rusia», el cual, pese a sus puntos débiles en lo político y lo económico, no dejaba de ser un triunfo moral, un ejemplo de defensa de la dignidad de un continente, en contraste con el socialismo triste que había palpado, de primera mano, en su viaje al interior de la Cortina de Hierro, en el que en cada recodo transitado era visible el fantasma agobiante del sectarismo.

      En adelante, los cubanos, que invitaban a grandes escritores a La Habana –no solo latinoamericanos–, nunca incluyeron en esa lista a García Márquez, hasta 1975, es decir, catorce años después de su salida de Prensa Latina. Sin embargo, su obra, puntualmente editada, con gran éxito de ventas, sin el pago de derechos de autor, se vio acompañada de importantes estudios críticos como ocurrió en 1969 con la Recopilación de textos sobre Gabriel García Márquez en la Serie Valoración Múltiple de Casa de las Américas.

      Prolegómenos de un reencuentro

      La reconciliación con el régimen castrista comienza a darse a raíz de la primera carta dirigida a Castro por los intelectuales latinoamericanos y europeos, en la que le solicitaban una explicación por el apresamiento del poeta Heberto Padilla y su infame autocrítica, reveladores de una preocupante represión de la libertad creadora que evocaba las perversas purgas estalinistas. En esa carta, Plinio Apuleyo Mendoza, sin consultarlo, había autorizado la inclusión de la firma de García Márquez, quien, días después, en una entrevista con Julio Roca, aclaró que él nunca había firmado, y aprovechó para reafirmar su apoyo al régimen castrista.

      Al año siguiente, al recibir el Premio Rómulo Gallegos por Cien años de soledad –a diferencia de Vargas Llosa, que se había negado a la petición cubana de donar simbólicamente, y con derecho a devolución, el monto del premio a la causa de la Revolución–, García Márquez le dio el cheque que le entregaron a una tendencia disidente del comunismo soviético, el Movimiento al Socialismo (MAS) que, en Venezuela, ajeno a la rigidez escolástica rusa y a sus dogmas de piedra y sus liturgias estalinianas, quería responder a las verdaderas necesidades e intereses de América Latina. A raíz de un llamado de atención de Pablo Neruda, en adelante, García Márquez no volvería a criticar en público ni a socialistas ni a comunistas. Pero ese gesto político de 1972, aunado al éxito descomunal de su novela, no se puede desconectar del violento gancho de derecha –no podía ser con otra mano– que el 12 de febrero de 1976, en pleno vestíbulo del Palacio de Bellas Artes de México D.F le propinó Vargas Llosa, en el ojo izquierdo, enviándolo a la lona de mármol. La colosal caída del cataquero con el ojo colombiano consumó el crac del boom.

      Consciente de que en América Latina es inevitable que una persona de prestigio y con cierta audiencia pública se convierta en político, entre 1972 y 1975, ante la imposibilidad de sustraerse a la fama que atentaba contra su vida privada y el tiempo para escribir, García Márquez optó por asumirla como responsabilidad política y comenzó a conceder entrevistas en las que insistía en resaltar el camino cubano como el más aconsejable para la independencia política y económica de América Latina, pues sin la Revolución cubana no hubieran sido posibles ni la confrontación ni la derrota del imperialismo norteamericano ni los avances progresistas ni el boom literario latinoamericano. Comenzaron entonces a multiplicarse las declaraciones acerca de su deseo de visitar la isla y la reafirmación de su fe diaria en ese socialismo humano y alegre, liberado del óxido de la burocracia.

      La admiración de García Márquez por Cuba no solo obedecía a razones ideológicas, sino que asimismo estaba ligada a motivos vitales. Su generación había recibido en pleno el influjo cultural cubano a través de las emisoras de radio de la isla que se sintonizaban en todo el Caribe, el cine, las radionovelas (Félix B. Caignet), las revistas (Carteles, Bohemia), la música (Benny Moré, Pérez Prado, el bolero, el son, la guaracha, las grandes orquestas), la moda (la guayabera, el tacón cubano), la literatura (Lino Novás Calvo y sus traducciones, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier) y el deporte (el béisbol y el boxeo). Antes de la Revolución, había viajes aéreos diarios entre La Habana y Barranquilla.

      En 1974 y hasta 1980, García Márquez se embarcó en la aventura militante de la revista Alternativa, un proyecto de periodismo político de izquierda, fundado en la idea del pensamiento crítico como punto de partida para la lucha liberadora y encaminado a revelar tanto el otro rostro del país que la prensa y las cámaras de televisión ocultaban impunemente como a refutar la desinformación sistemática de los medios de comunicación al servicio de la defensa del sistema. En sus artículos periodísticos, el escritor pondrá de manifiesto su identificación y respaldo a procesos de la izquierda en América Latina como el gobierno de Salvador Allende, la lucha de Omar Torrijos por la recuperación de la autonomía del Canal de Panamá y la revolución de los sandinistas, y al internacionalismo revolucionario cubano.

      Contactos personales

      Tras casi década y media de ausencia, para García Márquez otro de los caminos hacia su anhelado regreso a Cuba fue aproximarse a personas que le tendieran el puente con autoridades claves. Tal fue el caso de Elizabeth Burgos –esposa de Regis Debray–, Lisandro Otero, Carlos Rafael Rodríguez, Eliseo Diego, Conchita Dumois –segunda mujer de Masetti– y Norberto Fuentes. Así, en 1975, García Márquez viaja a Londres a aprender inglés, pero también a contactarse con Lisandro Otero, que conocía a Regis Debray, para que este actuara de intermediario con Carlos Rafael Rodríguez, ministro de Asuntos Exteriores de Cuba, y les mostrara a los cubanos la conveniencia para la Revolución de invitar a la isla a un escritor de la talla de García Márquez. En otra reunión londinense, al recibir los primeros ejemplares de El otoño del patriarca, García Márquez envió cinco a los cubanos, con dedicatorias para Raúl, Fidel, Carlos Rafael, Raúl Roa y Lisandro, en las cuales testimoniaba su fervorosa adhesión a la Revolución cubana (Esteban y Panicheli, 2004, pp. 92-93).

      Pronto Carlos Rafael le confirma que ya es hora de viajar a Cuba y García Márquez lo hace junto a su hijo Gonzalo, anunciando su intención de escribir un libro sobre la manera imaginativa y heroica como el pueblo cubano afrontó –y resolvió– en su vida cotidiana la agresión del bloqueo. Las autoridades le dieron todas las facilidades para recorrer la isla en su totalidad y entrevistar a quien quisiera, y en septiembre García Márquez publica el apologético reportaje «Cuba de cabo a rabo».

      En marzo y abril de 1976, de nuevo en Cuba, García Márquez le propone a Carlos Rafael Rodríguez escribir una crónica sobre la expedición cubana al África que difundiera por el mundo la primera ocasión en que un país del tercer mundo se interponía en un conflicto entre las grandes potencias. A Carlos Rafael le sonó la propuesta y le llevó el mensaje a Fidel Castro. Durante un mes García Márquez permaneció en el Hotel Nacional a la espera de la llamada del Comandante hasta cuando este apareció en un jeep, y tras quitarle al chofer el volante, para quedar al lado del escritor, lo llevó de tour por La Habana. Luego lo condujo a un salón, donde, junto a sus asesores, le comenzó a revelar los secretos militares de la operación africana con los cuales el novelista redactó la crónica «Operación Carlota: Cuba en Angola», en la cual realza cómo la ayuda militar a la independencia angoleña fue una iniciativa cubana y no el cumplimiento sumiso de una orden soviética. La crónica recibió el Premio Mundial de Periodismo de la Organización Internacional de Prensa, y le permitió a García Márquez demostrar con СКАЧАТЬ