Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas. Juan Moreno Blanco
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas - Juan Moreno Blanco страница 3

СКАЧАТЬ le cerraron el suministro de armas, debiendo entonces apelar apurado a los fusiles arcaicos que le mandó su colega dominicano Leonidas Trujillo, el «negro» Fulgencio Batista y Zaldívar –a quien, por su origen, la clase alta de La Habana no lo dejaba entrar al Country Club–, desmoralizado, se negó a combatir y, para sorpresa de la burguesía cubana, los políticos, la Iglesia, el ejército y la misma embajada norteamericana huyó a Santo Domingo, sin olvidarse, por supuesto, de los numerosos baúles repletos del dinero saqueado al tesoro público con el cual había amasado una fabulosa fortuna.

      A partir de entonces, la figura joven, deportiva y dinámica de Castro, con aires de héroe griego, impuso, apoyándose en el poder de los medios masivos, su porte soberbio de barbas vehementes, habano humeante, botas castrenses, pistolones mellizos y uniforme de campaña, como ícono del revolucionario, y se convirtió no solo en un hito con ribetes homéricos en la historia de América Latina, sino que también alcanzó una trascendencia continental y planetaria, en plena Guerra Fría, y mucho después.

      Asimismo, la pequeña nación antillana, «ochenta y cuatro veces más pequeña que su enemigo principal» (García Márquez, 1988, p. 27), los potentes y grandes Estados Unidos, se volvió noticia mundial y atrajo la atención hacia un continente ampliamente desconocido, aunque minuciosa y persistentemente explotado. La Revolución generó una transformación profunda en la vida de Cuba –el hundimiento de viejos privilegios y jerarquías, la resurrección de los ideales de justicia, democracia, educación e igualdad– y la esperanza en el inicio, por fin, de la era de dignidad, independencia y libertad, frustradas desde la independencia de España. El país pasó pronto de pintoresco «burdel de negros», paraíso de la rumba y patio trasero de los potentados gringos, a protagonista de la política mundial gracias a su fresca propuesta de revolución. Como reacción contra el bloqueo económico de los Estados Unidos, Cuba se erigió, desde 1962, en promotora del asalto armado al poder, en diversas partes de América Latina, a través de los focos guerrilleros que se gestaban en los recintos universitarios.

      Por otra parte, a partir de 1960, la Revolución cubana lideró, desde la Casa de las Américas, un proyecto cultural orientado a fortalecer la conciencia de la identidad latinoamericana, frente a la penetración extranjera, mediante la organización de congresos, festivales y concursos, la reedición comentada de sus autores clásicos en la Colección Literatura Latinoamericana y las recopilaciones, en la serie Valoración Múltiple, de estudios críticos sobre la obra de Rulfo, Onetti, Guillén, Carpentier, García Márquez y Lezama Lima. Esta propuesta contribuyó eficazmente al descubrimiento de otra revolución que venía madurándose, desde finales de los años cuarenta, en diversas capitales de América Latina: el boom de la novela latinoamericana, cuyo momento culminante lo constituyó la publicación en 1967 de Cien años de soledad, obra que logró el suceso casi milagroso de situar en el centro de la literatura mundial a una tradición literaria periférica, vista hasta entonces como la expresión incipiente y primitiva de países tropicales en los que muchas realidades carecían de nombre.

      Esta novela, que encumbra a Gabriel García Márquez como el máximo representante del boom, a través de un relato mitológico fundacional en el que se integran lo extraordinario y lo cotidiano, la belleza de la poesía y la violencia de la historia, al romper con la rigidez cronológica, la visión maniquea y otros prejuicios del realismo social, consolida una nueva interpretación literaria de América Latina. Apoteosis de la imaginación, espejo en el cual el continente americano ve reflejada su verdadera cara, Cien años de soledad al adoptar la perspectiva de la cultura popular y los usos de la oralidad, integrándola a los grandes mitos occidentales grecolatinos y bíblicos, las crónicas de Indias, Las mil y una noches y las lecciones de Rabelais, Faulkner, Hemingway, Borges, Carpentier y Rulfo, entre otros modelos, posee la virtud de llegar tanto a un público masivo como a la élite de los entendidos.

      Clave en la consolidación del boom de la novela latinoamericana, la Revolución cubana lo fue también de su fractura y su disolución final: primero, a raíz del caso del poeta Heberto Padilla, apresado en 1971 y forzado a redactar una denigrante autocrítica que trajo a la memoria mundial los dolorosos episodios del estalinismo con los disidentes; y, luego, por el respaldo público de Castro a la invasión de Checoslovaquia.

      En sus inicios, sin partido comunista, con alegría y ritmo de rumba y son cubano, habanos y maracas, bongós y tiradas de caracoles, nacionalismo independentista y materialismo esotérico, la Revolución Cubana proyectó una ilusión de pluralidad y autonomía política para la América Latina, que pronto se desvaneció. En contraste, la narrativa del boom, con García Márquez como su representante emblemático, logró la afirmación plena de ese proyecto de búsqueda de una expresión americana planteada por los románticos, pero iniciada, en realidad, por los modernistas.

      Itinerario de una amistad

      En su libro Redentores: ideas y poder en América Latina, el ensayista mexicano Enrique Krauze (2011) afirma: «No hay en la historia de Hispanoamérica un vínculo entre las letras y el poder remotamente comparable en duración, fidelidad, servicios mutuos y convivencia personal al de Fidel y Gabo» (p. 363). No obstante, pese a la contundencia de esa afirmación es preciso aclarar que la relación entre estos dos colosos de la historia latinoamericana no se dio de manera fácil: fue la culminación de un largo proceso que se remonta a 1948 y solo comienza a consolidarse hacia 1975, poco después de la publicación de El otoño del patriarca.

      El 9 de abril de 1948, en Bogotá, cuando Castro organizaba el Congreso de Estudiantes Latinoamericanos como alternativa frente a la Conferencia Panamericana y García Márquez comenzaba a ganarse el reconocimiento nacional con la publicación, en la prensa capitalina, de sus primeros cuentos, los dos jóvenes coincidieron, sin encontrarse, en el caos de incendios, saqueos, sangre y muerte en el cual quedó sumida la ciudad a raíz del asesinato a balazos del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. Las lecciones de esa experiencia trágica fueron diversas para cada uno: mientras que Castro aprende la necesidad de la organización colectiva para conducir la energía de cambio de un país inconforme, García Márquez se ve obligado a regresar a su tierra natal, en una suerte de viaje a la semilla que lo reencuentra con sus orígenes caribeños y le permite descubrir el material y la perspectiva genuinos para la edificación de su obra que, mediante un giro radical, pasará de los cuentos fantásticos de corte kafkiano a la certera invención del mundo mítico de Macondo.

      Aproximación y rechazo iniciales: choques con comunistas y exiliados

      Gabo tenía noticias concretas de Castro y la Revolución desde 1956, en sus años de hambre parisinos, cuando los latinoamericanos en el exilio vivían pendientes de la caída de los dictadores que gobernaban sus países: Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), en Colombia; José Manuel Odría (1948-1956), en Perú; la familia Somoza (1934-1979), en Nicaragua; Rafael Leónidas Trujillo (1920-1961), en República Dominicana; Fulgencio Batista (1952-1959), en Cuba, y Marcos Pérez Jiménez (1953-1958), en Venezuela. Por esa época, el poeta de vuelo popular Nicolás Guillén le habló de un abogado, joven y loco, en quien los cubanos tenían fincadas sus esperanzas de libertad y, desde entonces, García Márquez comenzó a seguirle la pista al líder revolucionario.

      En enero de 1958, al redactar un balance de lo ocurrido el año anterior, al que denominó «El año más famoso del mundo», García Márquez le dedicó un apartado a la inminente partida de Batista del poder, en el que se refirió también al joven abogado cubano que «conoce la estrategia mejor que los códigos» (García Márquez, 2015a, p. 543). Y el 18 de abril, García Márquez, a partir de una entrevista a Emma Castro, hermana del comandante cubano, publicó en la revista venezolana Momento el reportaje СКАЧАТЬ