Hermanas de sangre. Тесс Герритсен
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Название: Hermanas de sangre

Автор: Тесс Герритсен

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Rizzoli & Isles

isbn: 9788742811634

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СКАЧАТЬ qué me dices de las cartas que te envían al centro de medicina forense?

      —De vez en cuando se recibe alguna carta extraña. Todos las recibimos.

      —¿Extraña?

      —La gente escribe sobre extraterrestres o conspiraciones. O nos acusa de intentar encubrir la verdad a propósito de determinada autopsia. Nos limitamos a guardar esas cartas en el archivo de los chiflados; a no ser que se trate de una amenaza verosímil, en cuyo caso las enviamos a la policía.

      Maura vio que Frost garabateaba algo en su bloc de notas y se preguntó qué estaría escribiendo. A esas alturas ya no estaba enfadada, sólo ansiaba alargar la mano por encima de la mesita de centro y arrancarle el bloc de las suyas.

      —Doc —dijo Rizzoli, con voz suave—, ¿tienes una hermana?

      La pregunta, formulada de forma tan imprevista, sobresaltó a Maura, que, olvidando de repente su irritación, miró a la detective.

      —¿Cómo dices?

      —¿Tienes una hermana?

      —¿Por qué preguntas eso?

      —Porque necesito saberlo.

      Maura soltó un profundo suspiro.

      —No, no tengo ninguna hermana. Y sabes muy bien que soy adoptada.

      ¿Cuándo diablos vas a decirme a qué viene todo esto?

      Rizzoli y Frost se miraron.

      Frost cerró el bloc de notas.

      —Supongo que ha llegado el momento de enseñárselo.

      Rizzoli se encaminó hacia la puerta de entrada. Maura salió a la calle y se encontró en la cálida noche de verano, iluminada como un vistoso carnaval por las luces centelleantes de los coches patrulla. El cuerpo todavía le funcionaba con el horario de París, donde en aquellos momentos eran las cuatro de la madrugada. Lo veía todo como a través de la neblina del agotamiento en esa noche tan surrealista como un mal sueño. En cuanto salió de la casa, todos los rostros se volvieron a mirarla. Vio que sus vecinos, concentrados al otro lado de la calle, la observaban desde detrás de la cinta que delimitaba el escenario del crimen. En calidad de médico forense, estaba habituada a ser objeto de la atención general, a que tanto la policía como los medios de comunicación siguieran cada uno de sus movimientos. Pero esa noche la atención era en cierto modo distinta; más impertinente, atemorizante incluso. Se alegró de tener a Rizzoli y a Frost a su lado, como si la amparasen de las miradas curiosas a medida que avanzaba por la acera en dirección al Ford Taurus oscuro aparcado junto al bordillo, delante de la casa del señor Telushkin. Maura no reconoció el coche, pero sí al hombre barbudo que estaba al lado con las recias manos embutidas dentro de guantes de látex. Era el doctor Abe Bristol, su colega del centro forense. Abe era un hombre de buen apetito, y el contorno de su cintura reflejaba su afición a los alimentos sustanciosos: el vientre le caía por encima del cinturón con toda su fofa abundancia. Fijó los ojos en Maura y exclamó:

      —¡Dios, sí que es extraño! Habría podido engañarme. —Hizo un gesto señalando el coche con la cabeza—. Confío en que estés preparada para esto, Maura.

      «¿Preparada para qué?»

      Maura miró el Taurus aparcado. Entre los haces de las linternas vio a contraluz la silueta de una persona caída sobre el volante. Salpicaduras negras oscurecían el parabrisas. «Sangre.»

      Rizzoli enfocó la linterna hacia la puerta del pasajero. Al principio, Maura no entendió qué se suponía que debía mirar; aún mantenía centrada su atención en el parabrisas manchado de sangre y en el ocupante en tinieblas del asiento del conductor. Entonces vio lo que la linterna de la detective iluminaba. Justo debajo de la manecilla de la puerta había tres arañazos paralelos, profundamente grabados en el acabado de la pintura del coche.

      —Parece la marca de una zarpa —comentó Rizzoli, curvando los dedos como si quisiera dar un arañazo.

      Maura examinó las marcas. «No es ninguna zarpa —pensó, al tiempo que un escalofrío le recorría la espalda—. Es la garra de un ave de rapiña.»

      —Acércate al lado del conductor —indicó Rizzoli.

      Maura no hizo preguntas mientras seguía a la detective por detrás del Taurus.

      —Matrícula de Massachusetts —dijo Rizzoli al barrer con el haz de la linterna el parachoques trasero.

      Pero era sólo un detalle dicho de paso. La detective siguió hasta la puerta del conductor. Allí se detuvo y se volvió a Maura.

      —Esto es lo que tanto nos ha impresionado —explicó, mientras dirigía el foco al interior del coche.

      El rayo de luz cayó de lleno sobre el rostro de la mujer, que miraba hacia la ventanilla. Tenía la mejilla derecha apoyada en el volante y mantenía los ojos abiertos.

      Maura fue incapaz de pronunciar palabra. Miró pasmada la piel marfileña, el cabello negro, los labios carnosos y ligeramente separados, como paralizados por la sorpresa. Se tambaleó hacia atrás; las piernas le flaquearon de repente y tuvo la vertiginosa sensación de que se alejaba flotando, como si el cuerpo se liberara del anclaje de la tierra. Alguien la agarró del brazo, sosteniéndola. Era el padre Brophy, que estaba justo detrás de ella. Maura ni siquiera había advertido que estuviera allí. Entonces comprendió por qué todos se habían sorprendido al verla llegar. Observó el cadáver del interior del coche, con el rostro iluminado por la luz que proyectaba la linterna de Rizzoli.

      «Soy yo. Esta mujer soy yo.»

      1 (Reflexiona por la mañana que quizá no llegues a la noche/y por la noche, que tal vez no llegues a mañana.)

      2 En inglés se usa coloquialmente esta expresión para referirse a los doctores (N del T)

      Capítulo 2

      Maura permanecía sentada en el sofá, dando pequeños sorbos de vodka con soda mientras los cubitos de hielo tintineaban contra el vaso. Al diablo con el agua. Aquel susto requería una medicina más contundente y el padre Brophy era lo bastante comprensivo para prepararle una bebida más fuerte, de modo que se la había dado sin hacer ningún comentario. Verse a sí misma muerta no era algo que sucediera todos los días. No ocurría todos los días que te acercaras al escenario de un crimen y te encontraras a tu doble sin vida.

      —Es sólo una coincidencia —murmuró—. Esa mujer se parece a mí, eso es todo. Muchas mujeres tienen el cabello negro. Y su cara... ¿Cómo puedes ver con claridad su cara en ese coche?

      —No sé, Doc —dijo Rizzoli—. La semejanza es bastante aterradora. La detective se dejó caer en el sillón y soltó un gemido cuando los almohadones engulleron su pesado cuerpo de embarazada. Pobre Rizzoli, pensó Maura. En el octavo mes de embarazo, las mujeres no deberían verse obligadas a investigar un homicidio.

      —Su peinado es distinto —dijo Maura.

      —Lleva el cabello algo más largo, eso es todo.

      —Yo llevo flequillo y ella no.

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