El sombrero de tres picos. Pedro Antonio de Alarcón
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Название: El sombrero de tres picos

Автор: Pedro Antonio de Alarcón

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664155276

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СКАЧАТЬ (exclamó ella, lanzando

       nuevas carcajadas). ¡El demonio del madrileño! ¿Qué

       se habrá creído que es un corregidor para mí?—Pero

       aquí llega...—Por cierto que Garduña, que lo seguía

       a alguna distancia, se ha sentado en la ramblilla a la 33-5

       sombra...¡Qué majadería!—Ocúltate tú bien entre

       los pámpanos, que nos vamos a reír más de lo que te

       figuras...

      Y, dicho esto, la hermosa navarra rompió a cantar el

       fandango, que ya le era tan familiar como las canciones 33-10

       de su tierra.

      XI

      EL BOMBARDEO DE PAMPLONA

      Dios te guarde, Frasquita...—dijo el Corregidor a

       media voz, apareciendo bajo el emparrado y andando de

       puntillas.

      —¡Tanto bueno, señor Corregidor! (respondió ella

       en voz natural, haciéndole mil reverencias). ¡Usía por 34-5

       aquí a estas horas! ¡Y con el calor que hace! ¡Vaya,

       siéntese Su Señoría!... Esto está fresquito.—¿Cómo

       no ha aguardado Su Señoría a los demás señores?—Aquí

       tienen ya preparados sus asientos... Esta tarde esperamos

       al señor Obispo en persona, que le ha prometido 34-10

       a mi Lucas venir a probar las primeras uvas de la parra.—¿Y

       cómo lo pasa Su Señoría? ¿Cómo está la Señora?

      El Corregidor se había turbado.—La ansiada soledad

       en que encontraba a la señá Frasquita le parecía un

       sueño, o un lazo que le tendía la enemiga suerte para 34-15

       hacerle caer en el abismo de un desengaño.

      Limitose, pues, a contestar:

      —No es tan temprano como dices... Serán las tres

       y media...

      El loro dio en aquel momento un chillido. 34-20

      —Son las dos y cuarto,—dijo la navarra, mirando

       de hito en hito al madrileño.

      Éste calló, como reo convicto que renuncia a la

       defensa.

      —¿Y Lucas? ¿Duerme?—preguntó al cabo de un

       rato.

      (Debemos advertir aquí que el Corregidor, lo mismo

       que todos los que no tienen dientes, hablaba con una

       pronunciación floja y sibilante, como si se estuviese 35-5

       comiendo sus propios labios.)

      —¡De seguro! (contestó la señá Frasquita).—En

       llegando estas horas se queda dormido donde primero

       le coge, aunque sea en el borde de un precipicio...

      —Pues mira... ¡déjalo dormir!... (exclamó el 35-10

       viejo Corregidor, poniéndose más pálido de lo que ya

       era).—Y tú, mi querida Frasquita, escúchame...,

       oye..., ven acá... ¡Siéntate aquí; a mi lado!...

       Tengo muchas cosas que decirte...

      —Ya estoy sentada,—respondió la Molinera, agarrando 35-15

       una silla baja y plantándola delante del Corregidor,

       a cortísima distancia de la suya.

      Sentado que se hubo, Frasquita echó una pierna

       sobre la otra, inclinó el cuerpo hacia adelante, apoyó

       un codo sobre la rodilla cabalgadora, y la fresca y hermosa 35-20

       cara en una de sus manos; y así, con la cabeza

       un poco ladeada, la sonrisa en los labios, los cinco

       hoyos en actividad, y las serenas pupilas clavadas en

       el Corregidor, aguardó la declaración de Su Señoría.—Hubiera

       podido comparársela con Pamplona esperando 35-25

       un bombardeo.

      El pobre hombre fue a hablar, y se quedó con la boca

       abierta, embelesado ante aquella grandiosa hermosura,

       ante aquella esplendidez de gracias, ante aquella formidable

       mujer, de alabastrino color, de lujosas carnes, de 35-30 limpia y riente boca, de azules e insondables ojos, que parecía creada por el pincel de Rubens.

      —¡Frasquita!... (murmuró al fin el delegado del

       rey, con acento desfallecido, mientras que su marchito

       rostro, cubierto de sudor, destacándose sobre su joroba, 36-5

       expresaba una inmensa angustia). ¡Frasquita!...

      —¡Me llamo! (contestó la hija de los Pirineos).—¿Y

       qué?

      —Lo que tú quieras...—repuso el viejo con una

       ternura sin límites. 36-10

      —Pues lo que yo quiero... (dijo la Molinera), ya

       lo sabe Usía. Lo que yo quiero es que Usía nombre

       secretario del ayuntamiento de la Ciudad a un sobrino

       mío que tengo en Estella..., y que así podrá venirse

       de aquellas montañas, donde está pasando muchos 36-15

       apuros...

      —Te he dicho, Frasquita, que eso es imposible.

       El secretario actual...

      —¡Es un ladrón, un borracho y un bestia!

      —Ya lo sé... Pero tiene buenas aldabas entre los 36-20

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