Historia de los abuelos que no tuve. Ivan Jablonka
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Название: Historia de los abuelos que no tuve

Автор: Ivan Jablonka

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

Серия:

isbn: 9789875994478

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СКАЧАТЬ mi abuelo, se llama Shloyme. Algunas fuentes indican que nace en 1865, otras en 1868. En el registro civil rabínico de Parczew, aparece a veces como “obrero”, a veces como laznik, vocablo polaco que designa al servidor que se ocupa de los baños del rey. Les pregunto a los hijos de Simje y Reizl, primos argentinos de mi padre, qué saben de su abuelo. La respuesta me llega por mail: Shloyme es un hombre muy devoto, no hay fotos de él porque los religiosos se niegan a fotografiarse (por obediencia al mandamiento que prohíbe la fabricación de imágenes), se ocupa del mikvé, el baño ritual.

      Un día que Bernard me traduce un capítulo del Yizker Bukh, ¡qué alegría!, se hace una alusión a él: “Shloyme Jablonka el beder”, o sea, “el guardián del baño” (Leybl, 1977: 89-91).

      –Primera certeza –le digo a Bernard, satisfecho–. Mi antepasado se ocupa del mikvé.

      –¡No! –exclama Bernard–. Estás confundiendo mikvé y bod.

      El mikvé es una pileta donde uno se sumerge en cuclillas, una suerte de cisterna con escalones que bajan hasta el fondo. Se lo debe alimentar con determinada proporción de agua corriente natural, proveniente del río, del mar o del cielo. La cantidad de agua mínima requerida es de 40 seah, es decir, 332 litros. Los hombres van allí los sábados por la mañana, al igual que la víspera de Yom Kipur. Las mujeres deben ir a purificarse después de cada menstruación, es una obligación legal, y una anciana verifica que todo el cuerpo se haya sumergido, incluso la cabeza, y que todos los intersticios hayan quedado limpios. Naturalmente, los horarios difieren según el sexo: la mujer va al mikvé al caer la noche, de lo contrario se expone a revelar los detalles de su vida íntima.

      La finalidad del bod, el baño público, no es la purificación religiosa, sino la higiene corporal. Es el sauna del shtetl: una casona de madera revestida, con piso de parqué y un enorme horno a leña para calentar los ladrillos, los cuales se mojan con abundante agua: el vapor que se produce sube por el aire, los piojos revientan, se transpira tanto como se puede. “Es bueno, te da mucho calor” (ronronea la voz de Bernard). Los señores desnudos se cuentan chismes, mientras que bajo la supervisión del beder, un joven empleado les da golpes en la espalda con una escoba de ramas de abedul para favorecer la circulación de la sangre. La sesión se termina con un enjuague a baldazos de agua fría.

      Mi familia de Argentina dice que Shloyme es guardián del mikvé, el “libro del recuerdo” dice que es beder.

      A lo largo de varias semanas, me apasiono por este dilema donde parece flotar el alma de mi bisabuelo: ¿baño ritual o baño público? ¿Imperativos de la inmersión o placer del sauna? Durante mi viaje a Buenos Aires, en el tórrido calor de diciembre de 2010, sondeo la memoria de los hijos de Simje y Reizl para despejar toda duda. El hijo de Reizl menciona el complejo de su madre: cuando él le pregunta sobre la profesión de su padre, ella responde de manera evasiva. Un día, se sienta frente a ella:

      –Dime, mamá, ¿tampoco es un ladrón, no?

      –¿Un ganef? ¿Cómo se te ocurre?

      Pero lo cierto es que Reizl tiene un poco de vergüenza del oficio de su padre. Les pregunto a los hijos de Simje y Reizl si están seguros de que se trata de un mikvé, como me escribieron por mail. “Sí, el baño ritual. Bah, el baño de vapor.” Esta respuesta me deja sumamente perplejo. En realidad, ambos baños a menudo están cerca. ¿Por qué? Porque uno no va sucio al mikvé. En una aldea como Parczew, probablemente estén en el mismo edificio.

      El viejo Shloyme es muy religioso, me explica el hijo de Simje, solemne y dulce, con la espalda apoyada contra una de las columnas salomónicas que adornan el aparador de su living. “Habla poco”, agrega la hija de Simje tomando mate mientras yo anoto en la computadora. “Pero es cariñoso, afectuoso: expresa su amor mediante gestos, no palabras”. Es dueño de un gato que corre entre sus piernas cuando se va a la sinagoga por la mañana. Sus hijos son su única riqueza. Les cuenta historias, les enseña a jugar al ajedrez, les desliza algo de comer durante el ayuno de Yom Kipur. Simje, el mayor, heredó sus tefilin (cajitas que contienen fragmentos de la Torah, atadas a unas tiras de cuero) y también sus cualidades: cuando juega al ajedrez, pierde adrede para complacer a sus hijos y, de este modo, alentarlos. Tiene la costumbre de decir: “Cuando pierdo, gano, pues son mis hijos quienes ganan”. Simje murió de cáncer en Buenos Aires, en 1985. No lo conocí, como tampoco conocí a su hermana, la tía Reizl.

      Cuentan en la familia que un día el baño es clausurado por falta de higiene. Mates contraviene la prohibición de abrir armando algo con ladrillos (¿desmonta el muro que bloquea el acceso? La historia no lo dice). Llega la policía, comprueba el delito y amenaza con llevarse a Shloyme. Mates se interpone: “El culpable soy yo, métanme en la cárcel”. Buen hijo, protector de los suyos, agrandado frente a la policía, así sería mi abuelo, y Reizl dice que es el más valiente de los cinco. Aparentemente, ni el padre ni el hijo se preocuparon; en todo caso, no por eso. La anécdota parece ser digna de creerse, ya que en el expediente judicial de mi abuelo, iniciado hacia 1933-1934, figura una carta en la cual un vecino aconseja amargamente a Shloyme pagar cierta suma, de lo contrario, su baño sería clausurado.

      –¡Un clásico! –dice Bernard triunfante, sonriendo.

      La insalubridad sirve como pretexto para cerrar los establecimientos judíos. En la Polonia que surge tras la Primera Guerra Mundial, las minorías nacionales sufren todo tipo de incordios: las escuelas judías tienen problemas de seguridad, los lugares de culto son demasiado exiguos, los escalones del mikvé son resbaladizos, etc. Luego, como sucede a menudo con Bernard, la conversación se desvía. En la entrada de las sinagogas, se erige un tonel donde los fieles deben lavarse tres veces cada mano; pero el agua sucia vuelve a caer en el tonel y en el piso, de modo que la gente prefiere entrar directamente en el templo, sin acercarse al charco de barro. En Lituania, a finales del siglo xix, las cabras defecan en plena calle y husmean en las parvas de basura. Estas digresiones sugieren que la policía de Parczew quizá no castigara injustamente. Pero un episodio del Yizker Bukh confirma la primera intuición de Bernard: después de la Primera Guerra Mundial, el edificio que alberga la casa de estudios y el mikvé es confiscado, y los polacos instalan allí las oficinas administrativas del joven Estado: policía, tribunal, etc. La casa de estudios se transforma en destilería de aguardiente y el baño sirve para suministrar agua, lo cual no impide que los judíos vayan a rezar a escondidas (Zonenshayn, 1977: 17-28). En conclusión, parece que el viejo Shloyme sí es víctima del antisemitismo de la administración polaca (ni hablar del vecino, que en mucho se asemeja a un chantajista).

      Cuando no se ocupa del baño y de sus hijos, Shloyme estudia. Fragmento del Yizker Bukh:

      La ciudad gozaba de una gran reputación en toda la provincia e incluso más allá, en razón de sus estudiantes talmudistas, sus sabios y su grupo de cabalistas. Entre ellos, figuraban reb Mendel Rubinstein hijo de Velvel, reb Israel Jablonka el relojero, reb Benyamin-Bria Beytel el fabricante de polainas, reb Israel Tendlarz el fabricante de polainas, reb Moyshe-Ver el profesor, reb Godel Rabinovitch y reb Shloyme Jablonka el guardián del baño, cuya fama era grande. En casa de reb Israel Jablonka, había una gran biblioteca con miles de tomos. A él se le enviaba cada libro que se imprimía en Polonia (Leybl, 1977).

      Con ese reb pegado a su nombre, el “maestro” Shloyme Jablonka parece ser una figura en el pueblo, su piedad y erudición compensan de alguna manera su pobreza, sobre todo si su sauna-mikvé, pese a todos sus defectos, lo hace entrar en la esfera de lo sagrado, al igual que las ayudas del rabino Epstein (quien procede a la legitimación de Henya en 1935), los miembros de la Chevra Kedischa encargados de los ritos mortuorios, el matarife ritual, el chantre de la sinagoga, o el shul-klaper, quien todas las mañanas, a las seis, golpea las ventanas para llamar a los hombres a rezar. Imagino a Shloyme como un anciano con una aureola de luz, al mejor estilo Rembrandt, pero quizá es sordo y apesta.

      Hoy en día, la cábala genera СКАЧАТЬ