Название: Historia de los abuelos que no tuve
Автор: Ivan Jablonka
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
isbn: 9789875994478
isbn:
Los años pasan y Henya se emancipa. Se queja, me cuenta su hija mientras visitamos las ruinas de Cesárea en Israel, porque los abrigos nuevos siempre son para Reizl, su hermana mayor, que a cambio le da sus harapos. Henya quisiera un tapado propio, algo que pueda estrenar. Consejo familiar: solicitud aprobada. Van al sastre, negocian el precio, eligen la tela, toman las medidas. Entretanto, Reizl anuncia que se va a la Argentina para reunirse con Simje. Entonces, ¿adivinen qué sucede? El tapado fue para ella.
Este episodio da la imagen de una Reizl dominante, aplastante. Pero he aquí lo que esta le revela a su hija setenta años después, en su lecho de muerte, en un geriátrico del conurbano bonaerense. En Parczew, hay un chico del que está locamente enamorada. El viejo Shloyme consiente el matrimonio y va al encuentro del otro padre. Charlan. Se entienden. Pero no bien recibe la dote, el joven se manda mudar y desaparece sin dejar rastro alguno. Reizl se va entonces a esconder su pena y su vergüenza a Chelm, una ciudad cercana de 30.000 habitantes. Según su hija, esa herida explicaría su partida a la Argentina en 1936. “Nunca amé tanto a un hombre”, suspira la tía antes de entregar su alma.
En el transcurso del paseo, Marek nos muestra la calle Nowa (calle Nueva, ex calle de los Judíos), los muros del gueto durante la guerra, el antiguo puesto del carnicero, la ubicación de la Casa de los Talabarteros y del Sindicato de los Oficios del Cuero. Marek nunca los conoció en actividad, pues es demasiado joven; personalmente, en la dirección que me apunta, no veo más que fachadas, balcones de hierro forjado, huertas detrás de unas ligustrinas, pequeños jardines más o menos bien mantenidos. Desde la calle de la Iglesia, Marek nos lleva a la derecha, hacia la calle Remplai, luego a la calle Nueva. De ahí, subimos la calle 11 de noviembre y damos una vuelta a la plaza, el Rynek, para desembocar en la calle de las Ranas y en la calle Ancha, muy cerca del río, circuito que voy siguiendo atentamente en el mapa que imprimí de Internet. Eso es lo que podría llamarse el centro de Parczew, 100% judío antes de la guerra. Pero el shtetl no está sólo poblado de judíos: hay 680 en el año 1787, 2.400 en 1865, 4.000 en 1921, 5.100 en 1939, es decir que en todas las épocas representan alrededor de la mitad de la población (Jadczak, 2001: 69-72). La Guía Profesional de 1929 indica un sinnúmero de comercios: 55 almacenes, 39 zapaterías, 16 mercerías, 2 pastelerías, sin contar las panaderías, carnicerías, negocios de venta de telas, té, tabaco, aguardiente, casi todos atendidos por judíos. Las cuatro peluquerías pertenecen, por ejemplo, a la familia Wajsman.8 Tomo la calle Ancha, curvada y de unos cien metros de largo, con sus casitas y frente a ellas un taller, un depósito, una ferretería. En los marcos de las puertas, ni un agujerito, ni el más mínimo trazo oblicuo que pudiera recordar la presencia de una mezuzah. De pronto, a Marek se le ocurre presentarnos a una anciana que conoció a los judíos y, quién sabe, si a mis abuelos. Vive en la otra punta de la ciudad, en un edificio triste. Subo los cuatro pisos con el corazón palpitante. Nos abre una vecina, lo lamenta, se acaban de llevar a la señora al hospital.
Parczew es una aldea del interior del país, como tantas miles que existen en todo el mundo, con su calle principal, su supermercadito, sus tiendas de regalos espantosos y ropa pasada de moda, sus edificios administrativos, sus antenas parabólicas, sus amas de casa charlando en la vereda, sus escolares volviendo a casa con la mochila al hombro, sus carteles indicando que la ciudad más cercana se encuentra a 19 o 27 kilómetros, la cual será exactamente idéntica a esta. Es en esta tierra que echó raíces el manzano; pero el número 33 de la calle Ancha no me inspira nada.
Hay una calle de la cual el Yizker Bukh habla mucho: la calle Zabia (o calle de las Ranas, dado que el río está muy cerca). Estamos en los años veinte. Aunque es estrecha como el pico de una botella, la calle desborda de vida y actividad. Allí se encuentran los edificios más importantes de la comunidad: la antigua sinagoga de madera donde se acude para la oración matinal, el oratorio jasídico de Gour, bastión de los ultraortodoxos, la yeshiva para estudiantes rusos mantenidos por una sociedad de beneficencia, los locales de las organizaciones sionistas, la Unión Profesional (Profesioneler Fareyn), cuyos obreros alteran la quietud de los religiosos con el ruido de sus máquinas de coser, sus peleas, sus canciones de amor y sus eslóganes. Las casas en ruina, sostenidas por vigas en declive y agujereadas con ventanas al ras del piso que no dejan entrar la luz, se alternan con residencias más elegantes y tiendas a las que se baja por una escalera empinada, cuidada por mujeres chismosas con peluca. Contrariamente a las demás calles de Parczew, la calle de las Ranas está asfaltada, excepto delante de los lugares de culto, donde se circula por una vereda de madera.
El martes, día de mercado, la multitud puebla la calleja, anda por las calles adyacentes, invade los puestos, las tabernas, la sinagoga, los oratorios, se amontona alrededor de las carretas repletas de víveres. Los campesinos polacos venidos de los pueblos se mezclan con los viejos judíos vestidos de caftán, los hassidim vestidos con camisas sin cuello, los holgazanes que se acercan en busca de un buen negocio, los artesanos, los cargadores, y todo ese mundo fisgón, mercantil, compra (huevos, gallinas, carne, pescado, semillas, madera, lino, telas, pieles, joyas, artículos de cuero, cestas, vidrio), después se hace arreglar la suela de una bota y se traga un vaso de vodka acompañado de arenques o pepinillos. Entre comerciantes, la competencia es feroz. Gritan, se interpelan en un sabroso ídish. Si alguna fiesta judía cae el día martes, el mercado no abre, pues los campesinos saben que todos los comercios estarán cerrados (Efrat-Hetman, 1977: 106-108)9.
Marek, Audrey y yo damos la vuelta al Rynek, plaza tranquila donde los viejos se sientan en los bancos a tomar aire fresco, a la sombra de los castaños. Del otro lado de la calle, se alinean los negocios (una juguetería, una peluquería) pintados en tonos pastel, rosa y celeste, malva y beige, color siena. El 23 de julio de 1942, se rastrilló el gueto de Parczew, y de esta plaza deportaron a 4.000 personas hacia Treblinka.10 En su texto etnográfico, la vieja polaca describe la escena: “La plaza estaba llena de gente sentada. Al que se levantaba, lo mataban. Hacia el mediodía, comenzó la marcha hacia la muerte. Los alemanes tenían fusiles y perros, escoltaban la columna en la cual caminaban viejos, madres con sus hijos de la mano, gente enferma y débil. Aún hoy, vuelvo a ver a mi amiga del colegio de la mano de su madre, perdiendo sangre porque le habían disparado en la pierna. A su lado, un niño perdido. Una joven judía, en shock, comenzó a huir hacia el campo y la mataron de un tiro. Todos fueron llevados hacia la estación de tren y puestos en vagones” (Seroka, circa 1990).
Después de una segunda Aktion en octubre de 1942, otras 2.500 personas (originarias de Parczew o refugiados de toda la región) son deportadas a Treblinka. Cientos de ellas logran escaparse al bosque cercano, mientras que los últimos judíos son enviados al campo de trabajo de Miendzyrec Podlaski, a 50 kilómetros al norte (Spector, 2001: 969).
Quizá estos viejos polacos sentados en los bancos del Rynek, a la sombra de los castaños, sonriendo con bocas desdentadas, también presenciaron la escena o participaron en el pogromo de 1946 como estudiantes11; pero, al no ser hoy más que la sombra de ellos mismos, se han convertido en la contracara de mis ancestros, siluetas etéreas errando en el tiempo, hebras que brillan en las napas de niebla a flor de tierra, como esos Barbaronin y demás glorias de la comunidad judeo-piamontesa, a quienes Primo Levi rinde homenaje al inicio de El sistema periódico.
No sé nada de Moyshe Feder, el padre de mi abuela, salvo que le dio su apellido a su hija natural (Idesa Korenbaum, “llamada” Feder) y que tiene dos hijas de su esposa legítima. Los Korenbaum son oriundos de Maloryta, un shtetl del Imperio ruso hoy situado en Bielorrusia, a unos cien kilómetros de Parczew y de Brest Litovsk. Ruchla Korenbaum, la madre de mi abuela, tiene seis hermanos, entre los cuales figura Chaim, vendedor ambulante en Rhode Island, y David, guardia forestal que surca en trineo las propiedades de los nobles para vigilar cómo crecen los pinos y mostrar a los leñadores los especímenes más hermosos.
Ignoro si hay algún Jablonka entre los primeros judíos que se instalan en Parczew en 1541, sólo puedo remontarme hasta el siglo xix. La madre de mi abuelo se llama Tauba, que significa “la paloma”. СКАЧАТЬ