Название: Praxis de la poesía
Автор: Jean-Clarence Lambert
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Pùblicaensayo
isbn: 9786078636822
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En un momento en que la poesía de Occidente –y probablemente la del mundo entero pierde literalmente la cara, no sólo en el sentido corriente de la expresión sino en el espiritual: el que pierde la cara pierde el ánimo y la ánima, pierde el alma– tu libro es un acto de valor y una reconquista: le da la cara al mundo y así recobra el alma. Poesía contra la historia pero en la historia. Gracias.
Mi silencio ha sido imperdonable (te pido, no obstante, perdón) e inexplicable (aunque trato de explicártelo: los quehaceres de cada día, los desplazamientos de ciudades, el dejar para mañana lo que debe hacerse hoy hasta que esa pequeña falta se convierte en una omisión del tamaño de una montaña y resignarnos a pensar en nuestro amigo sin poder escribirle…)
Tal vez nos decidamos a visitar París el año próximo. ¿Estarán ustedes allí?
Un gran abrazo doble, a los dos, de Marie Jo y de Octavio
P.D. Envíanos de cuando en cuando algo –pienso en crónicas de arte y literatura– para Plural. ¿Recibes la revista?
Otro gran abrazo fraternal,
Octavio 8
IX
Jean-Clarence Lambert acompañó a Paz mucho tiempo, formó parte de la familia de amigos que rodeaban al poeta mexicano a finales de los años 50 y que evoca en Destiempos de Blanca Varela, fechado en París el 10 de agosto de 1959, cuando acaba de regresar a París:
Algunos no se resignaron. Los más tercos, los más valientes. Quizá los más inocentes. Unos se entregaron a la filosofía. Otros a la política. Unos cuantos cerraron los ojos y recordaron: allá, del otro lado, en el “otro tiempo”, nacía el sol cada mañana, había árboles y agua, noches y montañas, insectos, pájaros, fieras. Pero los muros eran impenetrables. Rechazados, buscábamos otra salida, no hacia afuera, sino hacia adentro. Tampoco adentro había nadie: sólo la mirada, sólo el desierto de la mirada. Nos íbamos a las calles, a los cafés, a los bares, al gas neón y las conversaciones ruidosas. Guiados por el azar –y también por un instinto que no hay más remedio que llamar electivo– a veces reconocíamos en un desconocido a uno de los nuestros. Se formaban así, lentamente, pequeños grupos abiertos. Nada nos unía, excepto la búsqueda, el tedio, la desesperación, el deseo. En el Hôtel des États-Unis oíamos jazz, bebíamos vino blanco y ron, bailábamos. “El Alquimista” leía poemas de Artaud o de Michaux. Caminábamos mucho. Un muro nos detenía: sus manchas nos entregaban revelaciones más ricas que los cuadros de los museos. (Fue entonces cuando, en verdad, descubrimos la pintura.) “En este hotel vivió César Vallejo”, me decía Szyszlo. (La poesía de Vallejo también era un muro, tatuado por el hambre, el deseo y la cólera.) En una casa de la avenida Victor Hugo los hispanoamericanos soñaban en voz alta con sus volcanes, sus pueblos de adobe y cal y el gran sol, inmóvil sobre un muladar inmenso como un inmenso toro destripado. En invierno Kostas se sacaba del pecho todas las islas griegas, inventaba falansterios sobre rocas y colinas y a Nausica saliendo a nuestro encuentro. En esos días llegó Carlos Martínez Rivas con una guitarra y muchos poemas en los bolsillos. Más tarde llegó Rufino, con otra guitarra y con Olga como un planeta de jade. Elena, Sergio, Benjamín, Jacques, Gabrielle y Ricardo, André, Elisa, Jean Clarence, Lena, Monique, Georges, Brigitte y ustedes [Blanca Varela y Fernando de Szyslo], vistas, entrevistas, verdades corpóreas, sombras.
Gertrude, Dorothy, Mary, Claire, Alberta,
Charlotte, Dorothy, Ruth, Catherine, Emma,
Louise, Margaret, Ferral, Harriet, Sara,
Florence toute nue, Margaret, Toots, Thelma,
Belles-de-nuit, belles-de-feu, belles-de-pluie,
Le coeur tremblant, les mains cachées, les yeux au vent,
Vous me montrez les mouvements de la lumière,
Vous échangez un regard clair pour le printemps,
Le tour de votre taille pour un tour de fleur,
L’audace et le danger pour votre chair sans ombre,
Vous échangez l’amour pour des frissons d’épées,
Des rires inconscients pour des promesses d’aube,
Vos danses sont le gouffre effrayant de mes songes
Et je tombe et ma chute éternise ma vie,
L’espace sous vos pieds est de plus en plus vaste,
Merveilles, vous dansez sur les sources du ciel.9
No creíamos en el arte. Pero creíamos en la eficacia de la palabra, en el poder del signo.10
X
Recuerda Jean-Clarence:
[…] Octavio fue para mí como un hermano mayor, nos conocimos –y si me atrevo a decir nos reconocimos– cuando yo apenas tenía veinte años, él vivía entonces en París, frecuentaba como yo el café de la Place Blanche, donde André Breton recibía a sus amigos surrealistas y a quienes atraía el surrealismo: lo he contado en mi libro Les armes parlantes. Por lo demás, fue para dar satisfacción a un deseo de Breton que me puse a traducir los poemas en prosa de ¿Águila o sol? Luego fue El laberinto de la soledad por encargo de Max-Pol Fouchet–,11 luego, Libertad bajo palabra. Estos libros aseguraron a Paz una presencia mayor en la escena francesa. Pero por esos mismos años, el escenario del mundo acogió a este mexicano que instauró una cultura planetaria en la que se conjugan el viejo crisol europeo, los todo poderosos Estados Unidos después de la caótica decadencia del comunismo soviético, América Latina todavía enigmática en sus orígenes precolombinos, la India inmemorial en proceso de transformación, el antiguo y el nuevo Japón, sí, un planeta y cuatro o cinco mundos, según el título de ese volumen en que Paz nos dice lo que piensa –y no necesariamente para bien– del siglo XX.12
XI
Praxis de la poesía es un libro de madurez que recoge en una sola madeja los espacios y referencias que han modelado y encauzado el itinerario del poeta. Yo lo conocí relativamente tarde gracias a Malva Flores, quien me llamó la atención sobre su contenido. Lo conseguí gracias a los buenos oficios primero de Isaura Contreras, que me lo envió por correo electrónico y luego de Gladis Yurkievich, que me consiguió un ejemplar. Desde que lo empecé a leer establecí con el libro una relación singular de apego, cosa que –debo confesarlo– no me había sucedido antes con ningún otro libro del autor.
Conocí a Lambert primero en Estocolmo, entre los fastos del Premio Nobel (me tomó una fotografía en la que aparezco con Helena Paz Garro y su ex esposa en un restaurante); luego en el homenaje a Roger Caillois que se organizó en el I.F.A.L. de la Ciudad de México hacia 1992, en la cual fui invitado a participar. El nombre de Caillois es una referencia cabal para situar de algún modo a Lambert en el paisaje de la poesía contemporánea, ya que ambos firmaron la memorable y precursora antología Trésor СКАЧАТЬ