Götterdämerung. Mariela González
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Götterdämerung - Mariela González страница 25

Название: Götterdämerung

Автор: Mariela González

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788417649494

isbn:

СКАЧАТЬ herr DeRoot! —le saludó el hombretón cuando apareció girando una esquina. El poeta ensayó su mejor cara de «encuentro casual» —. ¿Qué tal habéis dormido?

      —Como un bebé, gracias por preguntar. Y podéis llamarme Viktor, sin más—. Solo le quedaba Mara para decirle que le apeara el tratamiento. Juzann tenía razón, el protocolo era un fastidio.

      —Tarasque, por favor, nada de voseo. Veo que tu amigo el trasgo se ha ido por su lado. Será un placer hacerte compañía, si quieres. Esto puede quedarse un poco solo por las mañanas.

      Había muchísimas cosas de las que Viktor quería hablar y no le cabía duda de que aquel era el miembro de la Sociedad adecuado para ello. Si Juzann le había parecido cuidadoso, la clase de persona que mide sus palabras al milímetro, Tarasque semejaba todo lo contrario. No un bocazas, pero sí alguien a quien no le gustaba andarse por las ramas o con medias tintas. Se sentaron en un banco en uno de los laterales de la abadía, junto a un par de manzanos robustos. Tarasque cogió una manzana que pendía de una rama cercana sin mucho esfuerzo, pese a que Viktor hubiera tenido que ponerse de puntillas para hacerlo. El poeta echó de menos su pipa y aquel maravilloso tabaco oriental que le había regalado su amigo Zhang. Le habían quitado ambas cosas en la cárcel, y seguro que algún guardia cabeza de chorlito estaba ahora embriagándose con aquel delicioso humo. Un ultraje. Aceptó una de las manzanas que su compañero le tendía, como magro consuelo.

      En su mente bullían las preguntas. Qué hacían en esa organización, más allá de lo que Algernon le había dado a entender. Cómo se habían conocido todos ellos, cuánto tiempo llevaban en activo. No obstante, la imagen del hombre rezando en el patio (portaba un crucifijo sobre su sencilla camisa blanca, constató) le había llamado la atención. Sin tener muy claro si hacía lo correcto, decidió comenzar por ahí.

      —Así que eres cristiano —tanteó—. Imagino que tiene algo que ver eso que cuenta tu historia. Que fue una de las santas de dicha religión la que te, eh… domó.

      —Ya lo creo que sí —dijo Tarasque—. Santa Marta. Una mujer con la tenacidad de una montaña, hermosa como las flores que crecen al pie de esta. —Su rostro se relajó un tanto, recordando. ¿Un sentimiento más profundo que simple gratitud? Viktor notó que el Glamerye del hombre bullía como si fuera agua en un caldero—. Las historias lo recogen bastante bien, a decir verdad. Yo era un chiquillo interesado en la juerga. A mi manera, ya me entiendes. Desmembrar gente y devorar niños era mi idea de una noche de diversión. Santa Marta acudió un día a mi cueva y por algún motivo, pese a mostrarse frente a mí con las manos desnudas, no fui capaz de matarla. Un halo de serenidad como nunca había sentido me recubrió al verla. Sentí cómo entraba por cada poro de mi piel y limpiaba la oscuridad que me embargaba. Y me senté y la escuché. Hablamos durante horas.

      »Sí, podemos decir que me domó. No me avergüenza la palabra. —Se encogió de hombros—. Empecé a verlo todo con otro prisma: me di cuenta de que podía utilizar la energía poderosa que me había dado la naturaleza para algo más. Le sugerí acudir a uno de los pueblos que había estado atemorizando a pedir perdón. Y aquí es donde la historia oficial difiere un poco. Ella me dijo que no lo hiciera. Que no lo entenderían, pero que se encargaría de que todos pensaran que había muerto para que pudiera marcharme lejos y rehacer mi vida. Y así lo hizo: entre los dos fabricamos una imitación, un burdo muñeco hecho con trozos de otros animales que ella llevó al pueblo. Los habitantes se entretuvieron destrozándolo a lanzazos y pedradas, y de ahí viene esa fiesta a la que aludió Gus.

      »Me fui a vivir mi vida, ocultándome en montañas lejanas. Reflexioné durante siglos. Y cuando la Unificación tuvo lugar, cuando se abrieron los Senderos, por fin encontré un propósito: ahora podía convivir con los humanos y ayudarles para redimir mis pecados. Nuestro Señor me dijo que tuviera paciencia y al final obtuve mi recompensa —concluyó, llevándose una mano al pecho y apretando el crucifijo.

      El cristianismo, obsoleto pero presente como un poso de los viejos tiempos (a través del calendario gregoriano, de nombres en las ciudades que hacían referencia a su santoral), jamás había dejado de fascinar a Viktor por su aparente incoherencia. Y lo cierto era que rara vez había tenido la ocasión de hablar con nadie al respecto. No la desaprovechó.

      —¿No te ofenderás si te pregunto algo sobre tu religión? Sé que no nos conocemos apenas, y también sé lo hermético que puede ser vuestro culto.

      —Cuando has vivido tanto como yo, eso de las ofensas se convierte en algo muy relativo. La mayoría no pasan de ser como la picadura de un tábano —repuso Tarasque—. Soy todo oídos.

      —Siempre me ha intrigado cómo puede pervivir el cristianismo después del Tiempo de la Unificación. —Animado por la actitud abierta de su interlocutor, el poeta habló sin tapujos—. Un día, los grandes dioses de los panteones más importantes se aparecen, tan reales y tan poderosos como decían las canciones, y toman el control. Pero ni rastro del Dios cristiano, de su hijo o ese Espíritu que le hacía de heraldo. Y sin embargo los fieles no se enfadan ante esta ausencia, sino que la utilizan para confirmar su fe. Se encuentra en el Más Allá, dicen, manteniendo la promesa de la vida eterna. Es demasiado difícil de creer.

      El hombretón calló un momento, masticando la manzana en silencio, con la mirada perdida. Durante un momento Viktor temió haberle ofendido. Quizás se había pasado de directo… hasta que otra de aquellas sonrisas bonachonas volvió a dibujarse de parte a parte en su rostro

      —Esa contradicción que te desconcierta es el motor que impulsa nuestra fe. Nuestro Señor no necesita materializarse en forma de carne para que creamos en él; de hecho, ya lo hizo enviando a su hijo antes de que la Unificación tuviera lugar. Dichosos aquellos que, sin ver, creen —salmodió—. Nuestra fe es robusta como para resistir la tentación de los falsos ídolos, los que se coronan con trompetas y oro, y sentir la conexión con nuestro Dios sin necesidad de llamarle káiser, zar o rey.

      Seguía siendo incomprensible, se dijo Viktor, aunque prefirió no insistir. Carecía de lógica o raciocinio, aunque no siempre eran estos la argamasa de las convicciones humanas, eso sí que lo sabía bien. En un mundo en el que cada vez más personas caminaban sin rumbo, con el alma vacía, no podía recriminar a quienes se instaban a perseguir lo intangible, fueran cuales fuesen sus motivaciones.

      —Y si hubieras conocido a Marta —Tarasque añadió en voz baja, como para sí—, tal vez habrías entendido mejor qué es la fe.

      ****

      Gus se había quedado clavado como un pasmarote al pie de la escalinata, otra vez, contemplando el barco por encima de su cabeza. Ahora que la luz del sol entraba por las vidrieras de la capilla, tiñéndolo todo de una agradable iluminación tornasolada, pudo examinarlo mucho mejor que la noche anterior. El casco estaba abierto y le habían colocado engranajes, hélices y palas similares a las que llevaban las máquinas de vapor que se extendían con rapidez por Europa, o los piróscafos que tan populares empezaban a ser en el Rín. Aunque esta clase de embarcación podría surcar el océano, o al menos eso le decían los rudimentarios conocimientos de mecánica que poseía y el enorme mástil que ostentaba, plegado en su centro.

      —Sigue fascinándome que podáis trabajar tan panchos con ese mastodonte que podría caeros encima —el trasgo comentó aquello mientras se aproximaba sin necesidad de levantar la voz, pues la acústica de la capilla amplificaba cualquier sonido—. Y esos cables, ¿cómo pueden sostener...? Oh, bueno, dejadme adivinar. Glamerye, ¿verdad?

      Erin estaba sentada a una mesa con un legajo de papeles frente a sí. Mara, que no se hallaba lejos, le vio llegar sin demasiado interés: estaba en el suelo con una caja de herramientas al lado, enfrascada en una especie de… ¿animal mecánico? Era mucho suponer, puesto que solo se distinguía una caja que hacía СКАЧАТЬ