Götterdämerung. Mariela González
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Название: Götterdämerung

Автор: Mariela González

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788417649494

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СКАЧАТЬ salvaguardar la paz y la tranquilidad entre los humanos y el pueblo feérico en Heidelberg. Hemos dirimido en conflictos a veces serios, otras veces anecdóticos; todos ellos desapercibidos para el común de los ciudadanos, por supuesto. —Algernon parecía satisfecho contando aquello otra vez. Se volvió y con una mano abarcó toda la extensión de la capilla—. En cuanto a esto, nuestro taller, se lo debemos a Erin. Ella es quien ha estado recopilando ideas perdidas y escogiendo proyectos para trabajar. Algunos son diseños de grandes inventores, anulados por el éxito de rivales o caídos en el olvido al no conseguir financiación. Otros proceden de su preclara mente. —La miró con una devoción tan evidente que a Viktor se le encogió el estómago—. En todo caso, es otra de las facetas de nuestra Sociedad: investigamos y ponemos nuestro granito de arena en esta maravillosa era del progreso que estamos viviendo.

      —Con una salvedad: no nos quedamos limitados por las barreras de la mecánica —aclaró Erin—. Empleamos Glamerye para llevar las leyes físicas más allá de lo que se enseña en las universidades. Ya habéis tenido ocasión de probar nuestras capas. Pero tenemos muchos objetos mejorados del estilo, pensados para hacernos la vida más fácil, que nos encantará mostraros.

      Viktor recorrió con la mirada a aquel grupo variopinto. La verdad es que era una decepción, en cierto modo: ¿así que los famosos Metomentodos no eran más que cinco tipos que ni siquiera imponían demasiado? ¿Eso era todo? Entonces, mucho de lo que se contaba de ellos debían de ser exageraciones. No pudo evitar un mohín de disgusto. Pese a todo, recordó las palabras de Gus: no iba a dejarse llevar por los prejuicios. Le habían sacado de la cárcel sin demasiado esfuerzo, y desde luego aquel taller impresionaba bastante. Quizás tenían más de un as guardado en la manga. Y seguro que no le costaba demasiado tirarle de la lengua a Algernon y saciar su curiosidad, si había tiempo para charlas.

      —La verdad es que suena todo muy interesante. —Gus tomó la palabra, con educación, advirtiendo que Viktor se había quedado sumido en sus pensamientos—. Nos encantará saber más de vuestras investigaciones, y sobre todo de cómo planeáis ir tras Lake. No parece poca cosa, ¿eh? Admiro vuestra valentía, pero estamos hablando del Alto Magistrado, protegido por la administración del káiser Odín, nada menos. Creo que deberíamos discutir sobre eso estando más frescos. Si se me permite la sugerencia, votaría por esa cena caliente y esa buena cama a las que habéis aludido, antes de que Vik se caiga redondo al suelo. Mirad qué cara tiene. —Le pasó un brazo por los hombros y le pellizcó una mejilla, ignorando el gruñido de este.

      —A eso también nos apuntamos los demás —convino Tarasque. Se puso en pie y empezó a recoger las cartas; las monedas, en cambio, las tomó de una vez con su manaza y las guardó en un saquillo, disparando una mirada de advertencia a sus rivales—. Esto se queda como bote para mañana.

      Se dirigieron al refectorio, situado en la planta superior. El lugar donde los antiguos monjes comían y que permanecía intacto desde aquella época, con el mismo cometido: los largos bancos de madera habían servido a las muchachas que habían estudiado allí, y después a los artistas que asistían a reuniones o que pasaban una temporada de retiro creativo. No hubo necesidad de remodelar la sala al adquirir la abadía, les explicó Algernon, más allá de cambiar los bancos que estaban en peor estado y pintar las paredes para eliminar desconchones y humedades. Les contó varias anécdotas referentes a la reconstrucción de algunas zonas o la adecuación de otras, conforme dejaban el taller y atravesaban los pasillos. Para aquel tipo, hablar de cómo había comprado una abadía entera y la había remodelado era tan cotidiano como charlar sobre el precio del pan. Viktor se sintió más miserable que nunca: un mentecato que había accedido a colaborar con Lake por un puñado de monedas. Le atormentaba lo que Erin pudiera pensar si lo más reciente que sabía de él era algo así. Y también se avergonzaba frente a Algernon. Cuanto más pasaba el tiempo, más difícil se le hacía sentir recelos o animosidad hacia aquel tipo. Parecía un hombre honesto, y aquello sí que era un espécimen inusual.

      Juzann y Tarasque se encerraron en la cocina y prepararon en un tiempo récord una sopa de tomates, puerros y calabaza, una mezcla suave que el estómago de Viktor agradeció, agarrotado como estaba después de las emociones. Gus, tan extrovertido como de costumbre, departió de forma animada durante la cena con Tarasque. Al trasgo le fascinaba saber que estaba ante aquella criatura que los grabados pintaban como un lagarto de seis patas con una concha picuda y cola de escorpión. El monstruo que había hostigado los campos franceses durante siglos, según contaban las historias, y que había terminado siendo reducido por las gentes.

      —¡Incluso hay procesiones que conmemoran tu derrota! No solo en Francia, también en Hispania, en el sur. ¿Nunca has estado en ninguna? ¿No te pica la curiosidad?

      Tarasque, lejos de ofenderse o molestarse con aquel interrogatorio (bastante indiscreto, en opinión de Viktor), rio con ganas ante la idea.

      —¿Irías tú a una fiesta para ver cómo te convierten en una marioneta de cartón y te vapulean? Ah, no, no. Ese tiempo ya quedó atrás. Me encanta esta nueva piel, incluso cuando me pica en verano y cuando se me acumulan las flemas en invierno. Y no echo nada de menos esa concha que me estaba destrozando la espalda.

      —Pero tenéis que contarme más —insistió Gus—. Cuánto de lo que se dice es cierto, qué hacéis aquí… Os guardaré el secreto, os lo aseguro.

      —Ya lo creo que sí —intervino entonces Mara, que no parecía estar prestando atención hasta ese momento—. O seré yo quien se asegure de que sueñes con ser devorado por dragones durante una temporada.

      Aunque Gus palideció un momento al escuchar aquello, las carcajadas de Juzann y Tarasque le quitaron hierro al asunto.

      Fue una cena agradable que se prolongó hasta que, como suele suceder, el ánimo decayó poco a poco. Viktor no abrió la boca apenas. Su rostro, no obstante, era del todo elocuente: se hallaba derrengado. Algernon fue quien puso fin a las conversaciones, que a buen seguro podrían haber durado toda la noche, y mandó a cada uno a sus respectivas habitaciones. «Dejemos a herr DeRoot descansar». A los recién llegados les asignó dormitorios contiguos, antiguas celdas de los monjes adaptadas a los nuevos tiempos en cuanto a mobiliario. El poeta agradeció con cada fibra de su ser descalzarse, guardar su ropa en un armario como Odín mandaba y dejarse caer en una cama mullida, que lo abrazó sin soltarlo hasta que el sol volvió a despuntar entre las montañas.

      ****

      Viktor podría haber dormido el doble si le hubieran dejado. Ni le habían acosado las pesadillas, pese a todos los estímulos y revelaciones de la noche anterior, ni había despertado con migraña o dolor en las sienes, lo cual era todavía más extraño. Por desgracia, no estaba seguro de que no fueran a provocárselo aquellos golpes llamando a su puerta.

      Gus apareció cuando la entreabrió, con un rostro mucho más espabilado que el suyo. El trasgo lo mismo trasnochaba que madrugaba sin que le importase lo más mínimo, como se lo pidiera el cuerpo.

      —Hum —Viktor se frotó los ojos, se apoyó contra el marco con desgana—. ¿Es la hora del desayuno? —Por encima del hombro de su amigo, advirtió que las ventanas mostraban ya el resplandor dorado del día.

      —Sí, entre otras cosas —confirmó el trasgo—. También han llegado noticias que tendrías que conocer de primera mano.

      Aquellas palabras bastaron para que Viktor se obligara a quitarse de encima la modorra. No sin cierto fastidio; de alguna manera había confiado en pasar una simple jornada en paz. Pero al parecer era un placer que se le negaba de momento. Se vistió tan deprisa como pudo, repasando un par de veces que cada botón estuviera en el ojal que le correspondía, y por supuesto que ambas solapas del cuello de la camisa estuvieran simétricas. Se desató y se volvió a atar el parche, una manía que tenía cada mañana pese a que no se lo quitaba para dormir. Al cabo СКАЧАТЬ